"Subversiva y surrealista". "Pulso cómico, inteligencia y dulzura".
Juro solemnemente que todo lo que voy a relatar es la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
Sé que es increíble, pero no me invento nada.
La dichosa importancia de la belleza es el sofisticado y absolutamente vacuo título del peor libro que he leído en los últimos cuatro años y uno de los más horribles de toda mi carrera lectora. La autora de estas 260 páginas es Amanda Filipacchi y la razón por la que lo he terminado es que es tan espantoso que no daba crédito.
"Barb es bellísima pero quiere parecer fea y se disfraza de fea" (tal cual, en la contraportada). Barb va por la vida disfraza con un traje de grasa que le hace parecer 40 kilos más gorda, una peluca canosa, unos dientes postizos, unas gafas de culo de vaso y ropa horrorosa. ¿Por qué? Porque quiere que el hombre que se enamore de ella no lo haga porque es guapa. Barb es imbécil y la autora francesa y como todas las francesas se pasa toda la novela dejando claro que si eres fea y gorda tu vida no tiene sentido.
Aunque parezca increíble, Barb tiene amigos. Está Georgia, que es escritora. Se supone que es ingeniosa y sarcástica pero mi microondas es más agudo que ella. Está Penélope, pelín desequilibrada porque hace unos años alguien la secuestró y la tuvo 3 días metida en un ataúd hasta que su padre pagó el rescate. Hace unas cerámicas muy feas que intenta vender con poco éxito. Se le ocurre, entonces, romper todas las piezas para que parezcan enteras y poner un cártel que dice "lo que se rompa se paga"; entonces empieza a forrarse.
A estas tres locas las acompaña Jack, que es un ex policía que salvó a Penélope de su ataúd. Sí, lo sé, he dicho antes que el padre pagó el rescate pero yo no tengo la culpa de que la Filipacchi no recuerde su trama y su editor tampoco. El caso es que Penélope debía pesar 100 kilos porque Jack se lesionó, dejó de ser poli y trabaja en un geriátrico separando a ancianos que se pelean de mentira porque les da pena que Jack se aburra.
La última pata de este banco es Lily, que es fea hasta decir basta, pero fea fea de dar miedo. Además, está enamorada de un patán que obviamente no la hace caso porque es fea. ¿Qué tiene Lily entonces? Toca el piano maravillosamente bien.
Estos son los 5 seres que protagonizan esta cosa. Había un sexto, pero tuvo a bien suicidarse después de dejarle a Barb una nota confesándole su amor. Por eso es porque lo que Barb (de Barbie, supongo que alguien habrá cogido la supuesta ironía) decidió esconder su belleza bajo un disfraz de fea, para que su belleza no matara a nadie más.
Después de una mucho menos brillante y mucho más prolija presentación de unos protagonistas menos interesantes que verte crecer la uñas, Filipacchi se lanza a la acción. Barb empieza a recibir cartas del muerto suicida, Gabriel, en el que le advierte que uno del grupo al que llamará "Leo" quiere asesinar al idiota del que está enamorada Lily, que se llama Strand.
Barb se lo cuenta a los demás, quienes por supuesto niegan ser el asesino, y durante unas 30 páginas se miran con suspicacia y hacen planes para evitar que a Strand lo mate nadie. ¿Le importa a alguien? No. ¡Ah, no!, a Lily sí le importa.
Lily se lanza a "componer música que cambie el mundo". Lo intenta muy fuerte y entonces consigue componer música que hace que las cosas "apetezcan". Es tan buena en eso que cuando toca para sus amigos, por primera vez, consigue que éstos se "enamoren" de la correspondencia comercial que hay encima de la mesa. (Os juro que no he bebido).
A todo esto, tienen que solucionar el tema de "Leo el asesino". Se reúnen en una de sus "Noches de genios", la noche indicada por el suicida en sus cartas como la marcada para la muerte de Strand, a quien invitan a cenar para "protegerle". Barb compra un cuco que marque las horas entre las 8 y las 12, pone cubiertos y platos de plástico, pasa a sus amigos por un detector de metales para que no lleven cuchillas metidas en el culo, revisa la comida para que no haya venenos y acabada la cena los ata a la barra de ballet que tiene en casa para que no se abalancen sobre Strand y lo maten. Se confirma que Strand no tiene cerebro, porque todo le parece perfectamente normal.
Strand se salva del asesinato pero no de la que le viene encima. A Lily, que la gente se enamore de las cartas, los bolis o tenga un deseo irrefrenable de comprar cuadernos cuando ponen su música en un centro comercial no le sirve para enamorar a Strand. Persiste en su afán compositor hasta que consigue hilar una melodía que la convierte en guapa (os juro que no me he dado a la ayahuasca). Cuando suena la música todo el mundo cae rendido a sus pies ante su belleza; y cuando no suena se pone una máscara que le ha hecho Barb.
No me preguntéis cómo porque, además a quién le importa, pero Strand no sólo se enamora sino que no ve que es Lily. Se enredan en una historia de amor verdadero en la que o ella lleva la máscara o suena la música. Todo muy normal, muy razonable y muy de salirse los ojos de las órbitas. A Strand todo le parece estupendo, incluso que ella no quiera dormir con él porque la máscara es incómoda y escuchar la música todo el día es un coñazo. Al final, no recuerdo cómo, Strand se cosca de que ha estado bajo el encantamiento de una fea y la deja. Y vuelve. Y hacen como que sí, pero es que no y lo dejan.
Y Lily sufre. Y Barb hace una fiesta en su casa por algo e invita a Peter. ¿Quién es Peter? El tío que se encontró el portátil de Georgia en un taxi y que al abrirlo se encontró las fotos de Barb la guapa, antes de ser Barb la fea, y decidió que era la mujer de su vida. Están todos en la fiesta cuando el portero loco de Barb, que cada vez que se cruza con ella la insulta, "¿Por qué no jugamos a las casitas? Tú haces de puerta y yo te doy el portazo", y que es el personaje más inteligente del libro, aparece en la casa con una pistola dispuesta a matarla.
A los amigos oligólérdicos de la protagonista no les queda claro porqué quiere matar a la falsa fea (al lector le parece que está tardando mucho en matarla, concretamente 200 páginas) y se lanzan a quitarle el disfraz de grasa para evitar que el portero la reconozca. Espera encontrar a una fea feísima y se encuentra con un pibón en minifalda, marcando canalillo y melenón rubio al viento (Filipacchi, qué obvia eres), con lo que se queda descolocado.
¿Cómo termina este despropósito argumental, literario y con la misma calidad prosística que un prospecto de supositorios?
En un delirio alucinógeno. Para salvar a su amiga, Lily se pone a tocar el piano. Pero como, lógicamente, está nerviosa, en vez de tocar la melodía "apaga asesinos" toca la melodía "amor al folio" y al portero le empiezan a entrar unos irrefrenables deseos de ir a comprar material de oficina. Abandona la fiesta para comprar folios, grapas y unos bolígrafos, y el resto de los invitados se va con él.
Lily sigue tocando pero está tan triste por el abandono de Strand que empieza a convertirse en espejitos (no tengo setas alucinógenas en casa). Barb la abraza, le pide que no se rinda, pero el "espejismo" sigue avanzando... Barb se pincha (sin clavarse nada en la cara que le deje cicatrices) al intentar ayudarla. Llena de sangre, ve cómo Lily al tocar el suelo se hace añicos y muere.
Un flipe, ¿a que sí?
Pues no se vayan todavía, que aún hay más. Barb va al hospital y mientras tanto sus colegas barren a Lily del suelo y Penélope se dedica en cuerpo y alma a pegar sus trocitos. Mientras ella juega a los puzzles, Barb y Peter se enamoran o algo así, Georgia termina una novela y cuando la pobre Penélope está supertriste porque no le sale el rompecabezas se plantan todos en su casa, se abrazan y Lily resucita.
Resucita. Se había roto en trocitos de espejo y su amiga la pega y resucita. RESUCITA.
"Amanda Filipacchi fue operada de estrabismo cuando tenía seis años, y sabe que la belleza depende del ojo que la mira".
A mí se me ha quedado la mirada de las 1.000 yardas. Me balanceo en mi mecedora y balbuceo "subversiva y surrealista, subversiva y surrealista" mientras me abrazo las rodillas muy fuerte.