Al entrar él en el metro tú te distes cuenta que casi no te habías maquillado esa mañana, que habías salido a toda prisa y que no estabas todo lo bien que podrías haber estado solo con haber dedicado unos minutos más a ti misma delante del espejo. Además ese acto te recordó que no era esporádico ya que hacía mucho tiempo que te decías a ti misma que estabas bastante descuidada. Te pasas la mano por el pelo: izquierda, derecha. Te cepillas las cejas con el dedo índice por si algún pelo su hubiera declarado en rebeldía y te humedeces ambos labios. Después de 15 minutos, de varias miradas cuidadosamente casuales intentando cruzarlas, utilizando el reflejo del cristal para averiguar si él te estaba mirando, te das cuenta de que no, que no hubiera valido la pena haber gastado ni un minuto más en el cuarto de baño, que ese era uno de los principales motivos para esa dejadez, que te hacia sentías como fuera del mercado del ligoteo hasta que en otra parada entro ese otro él y volviste a repetir el protocolo.