
Polvo en el Neón es una perfecta manifestación narrativa y estética de un universo cuyo corolario es la búsqueda de la felicidad; esa maldita compañera de viaje que raras veces se deja seducir y que nos atraviesa el corazón con la daga del desamor o simplemente el desarraigo; una herida que nos sitúa en la soledad del perdedor y del inadaptado. En este caso, Quinn es el herido que rezuma soledad por los cuatro costados de su ser, y que en su huida, repasa uno a uno los capítulos capitales de su existencia; anodina y sin sentido muchas veces, pero a la que él intenta sacar el brillo de sus mejores momentos. Esta sensación de pérdida también está muy presente en la obra de Raymond Carver, pero a diferencia de aquel, Carlos Castán no la deja en pura indeterminación, sino que da a sus protagonistas la posibilidad de respuesta y de equivocación al mismo tiempo. Porque los personajes de Polvo en el neón se encuentran atrapados en esa indefinición del individuo que, como neones que se encienden y apagan sin cesar emitiendo mensajes artificiales, precisan que alguien los desconecte de la red eléctrica, para a partir de ahí, comenzar de nuevo. Esa posibilidad de reiniciarse es la que buscan denodadamente los personajes de esta nouvelle teñida de resonancias míticas del medio oeste, un territorio que se comporta como la frontera natural entre lo imaginario y lo real, y que a modo de tela asfáltica infinita, recorre todos los kilómetros y estados posibles de los sentimientos del ser humano. No cabe duda de la deuda que una parte de la cultura occidental tiene con la iconografía norteamericana y sus símbolos de atracción y repulsión que, condenan a nuestras vidas, y que en Polvo en el neón no sólo están presentes en el estilo narrativo de Carlos Castán, sino también en el excelente trabajo fotográfico de Dominique Leyva, que a modo de banda sonora visual se comporta como una cortinilla de la historia escrita que le sirve de compañía a nuestra imaginación que no de descripción de la obra que estamos leyendo. Un acierto al que de nuevo se suma Tropo editores de la mano de Óscar Sipán, dándole un valor intrínseco al concepto del libro tradicional en papel, y a esa necesidad de seguir publicando novelas en un soporte distinto al digital, pues del mismo modo que no entenderíamos una comida sin aroma, a la hora de leer somos muchos los que no entendemos un libro sin esa necesidad de pasar las páginas y ese perfume de hojas tintadas que desprenden estás al leerlas.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.