Revista Cultura y Ocio
De sobra está decirlo, pero es un buen punto de arranque: que la historia y la literatura son dos cosas muy diferentes, sí; pero, también, que una y otra trazan puentes interesantes y, a cada paso, se dan un quiebre que bien nos puede sumir en la más perfecta de las confusiones. Alguna vez leí que alguien (no recuerdo muy bien quién, pero creo que fue Bertrand Russell o Enresto Sábato) hacía una pregunta muy interesante: ¿quién, al fin y al cabo, nos puede demostrar que Napoleón Bonaparte realmente existió? Porque es algo que ninguno de nosotros puede comprobar empíricamente, sino que debemos dejar nuestra fe en manos de los documentos y los libros. Algo parecido pretendió el naturalista Gosse allá por el siglo XIX, cuando trató de hacer que las teorías evolucionistas, la arqueología y la Biblia se dieran la mano: su argumento, muy inteligente, era que cuando dios creó el mundo no lo hizo vacío, sino con un pasado; no creó semillas, sino bosques; creó desiertos enormes por los que ya habían pasado siglos enteros que, bien visto el asunto, no habían pasado realmente, y que ya estaban llenos de fósiles de megaterios y demás. Pero dejemos de irnos por las ramas. La novela, a lo largo de los siglos, ha jugado siempre con la historia, haciéndole guiños y tratando de darle formas nuevas. Algunos, como Virgilio, trataban de reescribirla; otros, como Faulkner o Sabato, la convierten en una de las tantas aristas de la vida de un personaje o un pueblo, dejando en claro que las tragedias se escribieron mucho tiempo atrás, le guste a quien le guste. ¿Un ejemplo? Bien, tomemos uno, realmente maravilloso, de Sobre héroes y tumbas: mientras Martín viaja hacia el sur, huyendo de su propia desgracia, las tropas de Lavalle, entre los que se encuentran los antepasados de su amada fatal, Alejandra Vidal Olmos, huyen hacia el norte más de un siglo atrás en el tiempo, tratando de ganar la frontera para ponerse a salvo de los federales que van tras su pista. Han habido muchos otros, también, desde Umberto Eco hasta Gore Vidal, que han sabido convertir la historia en un buen motivo, una reflexión y, siempre, en la excusa para escribir pasajes memorables. Caso muy diferente es, dentro de este panorama, el de un escritor como Carlos Fuentes. Su proyecto, que sumamente ambicioso, y que ha rendido frutos tan admirables, es el de hacer una literatura que sea, sobre todo, un motivo para reflexionar sobre la historia y, de este modo, sobre la identidad, la nacional incluída. Sin improtar de cuál de sus libros se trate, siempre se puede reconocer el peso de este pasado vivo, no en la forma en que lo aplica Sabato, sino vivo en una forma muy diferente.Lo que trato de decir es que los personajes de Fuentes son, en realidad, casi una excusa, un títere (y no lo digo en sentido despectivo) que nos hace, a través de sus ojos, testigos del correr de los años. No es su intimidad lo que interesa, ni sus desbordes pasionales, ni nada parecido: es la forma en que nos hacen conocer el tiempo que les ha tocado vivir. Voy a decir algo que a lo mejor a muchos les suena a herejía, pero que creo que no sólo es justo, sino que hasta es un verdadero halago para el autor: cuando uno termina de leer una novela de Carlos Fuentes, no es con sus personajes con los que nos quedamos después de cerrado el libro; no son los avatares ni los amores de Laura Díaz los que evocamos, sino la historia, la maravillosa reflexión sobre la historia que es ese libro, cada uno de sus libros. Hay quienes piensan que Carlos Fuentes va a ser olvidado dentro de no demasiados años. No tengo idea de si se equivocan o no, pero la verdad es que tampoco es importante: la historia de las letras ya me ha enseñado que a menudo se paga el genio con el olvido, y eso no le quita una sola estrella a los autores. Fuentes será, siempre, uno de los grandes autores de esta parte del mundo, y de todas las partes también. Más que novelista, hablo de alguien que es un esteta de la reflexión y el ensayo histórico, un hombre que traza líneas en el polvo y construye edificios y catedrales. Y eso no será historia, pero es una lectura que siempre vale la pena. La historia como proyecto será, siempre, un proyecto inacabado, porque cada cual la reescribe con su sello personal. Carlos Fuentes es, de los montones de escritores que han probado suerte en este juego, uno de los más talentosos, y de lejos, ya que ha convertido esta reflexón en algo que casi es un género nuevo. Por eso, creo yo que uno bien se merece una copa en alto.