Revista En Femenino

Carmina o revienta

Por Expatxcojones

Carmina o revienta

Hospital Español de Tánger, 2015. expatriadaxcojones.blogspot.com


La invito a sentarse con nosotras. Y, poco a poco, la conversación se vuelve un monólogo y ella la estrella invitada. Es carismática. Su historia, fascinante. De repente, algo me dice que la conozco. Pero no… no puede ser. La señora con la que hablé me contó que iban a cortarle las piernas y esta tiene las dos en su sitio. Me dice que se llama Carmina. Yo hablé con una tal Carmen. Vive en la Kasbah. La otra, también, qué casualidad. Tiene una casa-museo. No hay duda. Es ella.
Carmina Macein y Palacios.
Esta madrileña de edad indefinida –se niega a darme cifra alguna- nació en la misma casa que vio morir a Gustavo Adolfo Bécquer. Hija de un prestigioso médico, veraneaba desde niña en la Costa Azul, donde conoció al joven Picasso, al que más tarde, haría de representante y al que siempre llamó Tío Pablo.
Con los años, Carmina fundó la prestigiosa galería SIKRA, en pleno barrio de Salamanca. Viajaba por el mundo comprando arte, preparaba exposiciones y se rodeaba de artistas de renombre. Conoció a Cela, Arrabal, Alberti, Dalí, Warhol, Fellini…
      —Son tantos que si empiezo no tendrás lugar para apuntarlos —me dice.
Pero se hartó. Tras un duro divorcio, cerró el chiringuito y decidió mudarse a Tánger. Compró unantiguo palacio en la Kasbha y, poco a poco, lo fue llenando de pinturas, esculturas y infinidad de obras. De allí nacería el Museo de Arte Contemporáneo que lleva su nombre, visita obligada para los turistas que vienen a la ciudad.
   —Cuando llegué Tánger era un sitio de ensueño, de película. No es que hubiera extranjeros —puntualiza —es que aquí estaba la creme de la creme del extranjero.
Le pregunto por las fiestas ¿Había tantas como dicen? ¿Iba? ¿Cómo eran? ¿Quién asistía?
   —Yo daba unas fiestas en casa que era para morirse. Así fue como conocí a la princesa Fátima Zhara.          —¿Quién?   —La prima hermana del antiguo rey. Fui a su palacio de la montaña para invitarlaa una y le dije: Va a venir Carmen Franco, Beatriz de Borbón ¿Cómo no va a venir usted? Y vino. Nos hicimos muy amigas. Viajamos juntas a infinidad de lugares. Era una señora culta, amable, cariñosa. Tenía caché.    —Me han dicho que todos iban muy elegantes…   —Apunta —me ordena. —Adolfo de Velasco. El mejor modista de todos los tiempos. Tenía una tienda de caftanes preciosa y venía gente de todas partes a comprarle. Yo tengo muchos vestidos suyos, aunque siempre he preferido la moda europea: Christian Dior, Yves Saint Laurent..
Carmina está en el Hospital recuperándose de una caída que sufrió hace un par de semanas. En cuanto pueda andar con normalidad volverá a su casa de la Kasbah. Allí la espera Said, su guarda-cocinero-confidente y sus cinco perros.
   —Yo aquí no me quedo. Yo me voy a recuperar. —Se me acerca a la oreja y añade en voz baja—¡Por cojones!
Ahora ha puesto en venta su casa. De eso la conozco. Hace un par de semanas una amiga me pidió que llamara para preguntar y ella descolgó el teléfono. Me dijo tantas cosas en tan poco tiempo que, erróneamente, pensé que no estaba bien de la cabeza. Hoy me he dado cuenta que estaba equivocada. Aunque sufre los achaques típicos de la edad, no desvaría. Simplemente es una persona mayor que se ha quedado sola. Por eso quiere volver a España, a sus orígenes, como dice ella.
   —No me quiero morir aquí. Quiero que me entierren en el cementerio de La Almudena, el cementerio de los españoles. Allí están enterrados mis padres. Quiero estar con ellos. En mi patria.
Últimamente sale poco de casa pero cuándo lo hace es para ir a la misa que se celebra, los domingos, en la catedral. No para de decirme que es muy religiosa.
   —Tuve seis tías monjas. Siempre he creído en Dios. Jesucristo nos redimió. Pagó por nuestros pecados. Pero hemos de seguir los mandamientos. La mujer no puede ser nunca una Puta.
De repente, una señora que está al otro lado de la sala, sentada en una silla de ruedas mirando el televisor, da palmadas y empieza a gritar: ¡Camareraaa! ¡Camareraaaa! Carmina no parece escucharla y sigue hablando de su religiosidad. A mí, con tanto jaleo, me cuesta un poco más seguirla. Por suerte, llega una enfermera y logra hacerla callar.
   —Yo iba mucho a Fátima. Creo en la virgen. Siempre llevo una estampita encima porque la virgen ha aparecido de verdad. —dice Carmina.—¿Y la gente dice que no? —pregunta Ana Gabriela, que habla por primera vez desde que llegó su amiga. — Lo dicen, lo dicen…
De un tema salta a otro, cuando no me repite el anterior. La historia del señor elegante es el trending topic de hoy.
   —Ayer vino un señor alto, elegante; era un aristócrata inglés —se detiene un momento y continúa —Me dijo: Te vengo buscando Carmina. No lo había reconocido pero en cuanto lo vi, vi renacer la elegancia. Tánger no es lo que era.
Esta ciudad ha cambiado mucho, no es el lugar cosmopolita que ella conoció. No quedan artistas, ni fiestas ni glamour.
   —Había gente con tanta clase… —suspira.
Es la una del mediodía. La hora de la comida. Los enfermeros trasladan a los ancianos al comedor. Carmina no quiere que la lleven en la silla, prefiere andar. Lo hace muy lentamente. Mientras la veo irse, le doy las gracias. Me pide que vuelva al día siguiente. Tiene que darme no sé cuántos números de teléfono. Contactos, dice ella, para mis entrevistas. Ni tan siquiera recuerda el suyo.
   —He tenido una buena vida— dice a modo de despedida —pero yo me la curré.
No lo dudo. Todavía hoy, bajo esos huesos frágiles, perdura su determinación. Su vitalidad. Su carácter. Carmina es una mujer de armas tomar. La suya debió ser una vida interesante. Rodeada de genios y bohemios. Viajando. De fiesta en fiesta. Pero su tiovivo de colores ha dejado de girar. Ni esta es la ciudad que la acogió, ni ella la misma que los deslumbró a todos con su personalidad. Ahora sólo le queda el recuerdo y la esperanza de poder volver a España pronto.

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