Revista Cultura y Ocio

Carmine Nicola Caracciolo

Por Enrique @asurza

Carmine Nicola Caracciolo fue el VI príncipe de Santo Buono y XXVI virrey del Perú. Se distingue entre la lista de gobernantes coloniales del país por la esclarecida nobleza de su estirpe, ya que era cabeza de una antiquísima familia italiana. Nació en el castillo de Bucchianico (Nápoles) el 5 de julio de 1671. Junto con el principado de Santo Buono (título del Sacro Imperio) le correspondieron en herencia el ducado de Castel di Sangro, el marquesado de Bucchianico y los condados de Schiavi, Cagracotta y San Vito, recibiendo además la dignidad de Grande de España (1712). Era hijo del príncipe Marino Caracciolo de Santo Buono y de Donna Giovanna Caracciolo Torella. Hombre de profunda cultura y refinamiento, fue llamado por Felipe V para servir como embajador de la corona española en Roma y en Venecia. A continuación, fue el primer mandatario nombrado para el virreinato del Perú después de la guerra de Sucesión. Empleó cerca de dos años en los preparativos de su viaje; salió de Cádiz en noviembre de 1715, tocó tierra en Portobelo, Panamá y Paita, y a través de los pueblos y arenales de la costa siguió hasta la ciudad de Lima, donde hizo su entrada pública el 5 de octubre de 1716. Combatió el comercio “directo” que desde finales del siglo XVII efectuaban navíos franceses en todos los puertos del litoral y capturó en Arica y Cobija varias presas, hecho que contribuyó a desalentar a los traficantes ilícitos; habiendo sido responsable también de la organización del resguardo o servicio de vigilancia de puertos. Debido a una peste que asoló el interior del país, originando un notable bajón en la producción de trigo, autorizó la importación masiva de este cereal desde Chile. Además, amparó la instalación en la zona de ceja de montaña de los doce primeros misioneros franciscanos -uno de los cuales, fray Francisco de San José, fundaría más tarde el convento de Santa Rosa de Ocopa- que salieron a la evangelización del llamado cerro de la Sal. Le tocó dar cumplimiento a la real orden de 1717 que estableció el virreinato de Nueva Granada, con capital en Santafé de Bogotá, separando de esta manera las provincias de Tierra Firme y Quito que habían estado sujetas a la jurisdicción limeña. Opuesto a la mita de indios consultó al Consejo de Indias su abolición, obteniendo luego de algún tiempo una real cédula que mandaba el cese de toda mita forzada en las minas; cédula que, aunque fechada el 5 de abril de 1720, pocos meses después de su partida de Lima, fue en justicia un logro de su gestión.

El refinado príncipe se sintió aparentemente incómodo en este “tropicalizado” ambiente social, por lo cual se abocó a pedir su relevo desde 1719. Otras versiones señalan que tuvo un enfrentamiento con el arzobispo de Charcas, Diego Morcillo Rubio de Auñón, quien había gobernado de manera interina antes de su llegada. El 26 de enero de 1720 dejó las insignias del cargo virreinal en manos de Morcillo, y enseguida se hizo a la vela en el navío La Peregrina con rumbo a Acapulco. Cruzó el territorio de Nueva España y llegó en 1721 de vuelta al puerto de Cádiz. Pasó los últimos años de su vida en sus fundos y moradas palaciegas, falleciendo en la corte de Madrid el 26 de julio de 1726. Contrajo matrimonio en dos oportunidades: primero con doña Constanza Ruffo, de la nobleza siciliana, en 1693, y después con doña Isabel María Martínez, en Madrid, en 1723.


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