Casi siempre que catamos un vino de uno de nuestros colaboradores, me toca a mi decidir cuándo, cómo y con qué lo maridamos. Esta vez la elección estuvo difícil. Después de las fiestas de Fallas, la Semana Santa, los viajes imprevistos, pasó el puente de mayo y pudimos encontrar un hueco para cuadrar agendas. Decidimos invitar a comer a mi cuñada y lo preparamos todo como si de un curso de cata se tratara, con nuestras botellitas de esencias y todo. Ella, ajena a este mundillo de las catas se dejo guiar y nos sorprendió, desechando enseguida esencias propias de tintos y afinando mucho en la elección de las frutas.
A la vista, sobre el fondo de folio blanco, no nos decidíamos a definir el color y su apellido hasta que mi querida cuñada definió el amarillo como “de hierba seca” lo que enseguida pasamos a corroborar los más experimentados, definiéndolo como un amarillo verdoso muy muy limpio y transparente, con una cierta untuosidad en la lágrima.
Lo primero en lo que si estuvimos de acuerdo todos es que en nariz el verdejo de Javier Sanz recuerda a frutas blancas y dulces, con hueso o pepitas, pero maduras. Un clásico verdejo con aromas de pera de agua y ciruela amarilla, pero con un toque balsámico y herbáceo que le supongo por el contacto con sus lías. A mí personalmente me trajo olores a cesped recien cortado que me transportaron a mi última visita a Valladolid y a las bodegas de Rueda.
Para cuando quisimos darnos cuenta, mi cuñada ya había dado cuenta de un par de traguitos, apuntando rápidamente a que lo prefería más frío. A temperatura de cata, el blanco verdejo de Javier Sanz entra en boca con un ataque ácido en su punto justo, que resulta algo glicérico a los pocos segundos y deja el típico amargor en el post-gusto, que a mi personalmente me recuerda al de algunas cervezas. En cuanto que lo servimos frío (la otra botella estaba preparada fresquita en la nevera), el carácter de este verdejo más complejo que otros, se manifestó en todo su explendor, sirviendo de perfecto compañero para el arroz con pescado al estilo oriental que habíamos preparado, siguiendo los consejos de una amiga coreana.
Creo que el maridaje es perfecto, acompasando lo toques amargos del apio con los propios herbáceos del vino y suavizando la fuerza y salinidad de la soja con la acidez y frescor de este blanco verdejo tan especial. Dimos buena cuenta de la primera botella mientras se enfriaba la segunda, que casi cayó también en este mediodía caluroso y oriental de mayo, donde no pudimos tener mejor compañero que este verdejo 2017 de Javier Sanz. Todo un acierto.