Revista Cocina

Guía para la cata de vinos blancos confinados

Por Orlando

En tiempos de confinamiento siempre es bueno buscar actividades para aprovechar el tiempo que nos toca pasar en casa. A estas alturas algunos empezamos a estar un poco hartos de ver series, limpiar armarios o hacer brico-chapuzas. En esta entrada os vamos a proponer una sencilla manera de iniciarse en el mundo de la cata de vinos y, aunque sabemos que existen varios tipos, empezaremos por los blancos.

El reto es sencillo: en tu próxima visita al súper (o si lo prefieres compra algunos vinos online), elige tres o cuatro vinos blancos, cuanto más distintos mejor. No te apures, todos acabarán cayendo, ya sea por el confinamiento, ya sea por la celebración posterior. Puedes recorrer la geografía nacional y elegir un gallego, un Rueda y alguno de Jerez. O empezar por Cataluña y acabar en Canarias. Lo importante es que dispongas de variedad y que para la cata mantengas el vino a temperatura ambiente. Ya lo enfriarás luego.

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La primera parte de una cata de blancos es fácil: la vista. Los blancos son blancos pero, como bien sabrás si has visto muchas comedias románticas, no existe un solo blanco. Que si el roto, que si el sucio, que si el nuclear, que si el hueso… Fuera de bromas, los vinos blancos pueden ser casi transparentes o con tonos amarillos pajizos, verdosos, anaranjados… Busca un color (habitualmente amarillo), ponle un par de “apellidos”, y ya puedes montar la frase: a la vista, el vino es límpido (palabro socorrido en el mundo de la cata), de color amarillo pajizo (o verdoso o anaranjado o pálido o lima-limón…), con reflejos dorados (o cobrizos o metálicos…).

La segunda parte es más divertida. Seguro que tienes por casa muchos productos que te van a ayudar a reconocer los aromas del vino: manzanas, peras, piña, limones, naranjas, frutos secos, mantequilla, especias, infusiones, plantas, flores, hierbas (de las del jardín) muebles (por lo de la madera), zapatos (por lo del cuero), miel, pan tostado, ambientadores… Cuando agites un poco el vino y lo huelas profundamente, cierra los ojos y busca esos productos en tu cabeza, haciendo un recorrido mental por tu casa. Los primeros que te vendrán a la cabeza serán los más naturales (frutas, plantas, flores). Corre a la cocina o al balcón y busca. Ya tienes los aromas primarios.

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Si el vino es algo más complejo (dulce, criado en barrica, generoso, espumoso…) en una segunda pasada por la nariz te vendrán aromas secundarios y terciarios, de especias, animales (lácteos y cuero), tostados, frutos secos, dulces… Si reconoces tres o cuatro olores, ya tienes tu segunda frase: en nariz es un vino frutal, con aromas de piña y ligeros toques de pimienta y mantequilla…

Y para completar la cata, toca lo mejor: probarlo. Da un traguito y enjuágate con el vino, dejándolo en la boca un ratito antes de tragar (no hace falta escupirlo, que nos lo hemos ganado). Concéntrate para notar si es muy ácido o no, si te evoca toques salinos, si es más o menos dulce… y sobre todo, vuelve a buscar los sabores que antes oliste. Puedes volver a la cocina y re-oler (o dar un lametazo) a la fruta o producto correspondiente. Ojo con las especias, con los ambientadores, con los muebles y con los zapatos, que quien comparte contigo el confinamiento puede flipar… Y así completas la tercera fase (y frase) de la cata: en boca tiene una estructura (otra palabra socorrida) equilibrada, con la acidez justa, toques salinos y recuerdos lejanos de avellana tostada…

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Con las tres fases (vista, olfato y sabor) habrás completado la cata y podrás pasar a la segunda parte del confinamiento con vino (que ya puedes enfriar): el maridaje. Pero esa es otra historia que merece la pena ser contada en otra entrada.

Y con esto, ya tienes la guía para catar en casa. Total, si como dice mi cuñado, el vino está hecho a partir de esferas de emociones… ¿a qué va saber? Pues a eso… ¡a uvas!


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