Me enteré de que había muerto un banquero, mejor dicho, de que se había muerto a si mismo, de que se suicidó. De que se pegó un tiro con una de sus quince escopetas de caza mayor de hermosas criaturas rebosantes de vida. Debo ser políticamente correcto y decir que lo siento: Lo siento. Ahora no sé cómo voy a ser si digo a continuación que por lo menos murió de repente. Que pudo elegir su muerte. Que pudo incluso elegir escopeta. Un lujo. Hay gente que quiere morir y no le dejan. La tienen conectada, contra su voluntad, a un puñetero aparato que es como estar conectado a una inmensa mentira. A otra la obligan a morir lenta y conscientemente. En la miseria. Tras quitarle la casa. Tras robarle un banquero suicida y otros que aun no se han suicidado ni irán a la cárcel todos los ahorros que tenía en modo “preferente”. Tras recortarle la sanidad y dejarla reposar en una lista de espera o regatearle los medicamentos hasta la muerte. Pero esto no debe ser entendido como presión, por lo visto. A estos nuevos infelices hay que aplicarles el decálogo de mantras: la vida continua, una crisis es una oportunidad, tras una caida hay que levantarse –aunque el atracado sea un yayoflauta exhausto con derecho al merecido descanso. Esas gilipolleces de las que estamos hartos porque son de Perogrullo. Las repiten los listos y los recién llegados, hasta la saciedad.
El banquero suicida no pudo aguantar la presión, dicen. No pudo aguantar que lo llamaran hijoputa por la calle. Según parece. Queda feo. Hay que respetar a todo el mundo aunque el respetado haya hipotecado la vida miles de personas, sobre todo cuando se viene de la alta política, que a menudo es de lo más baja que uno puede imaginarse. La fama, aunque sea mala malísima, o sobre todo por esto, conlleva una exagerada cuota de condescendencia. La que no se tiene con aquel que ha perdido 400 mil euros a manos de la mafia bancaria. O con quien que ha decidido suicidarse desde lo alto del piso del que lo han desahuciado para asegurarse de que ya no se puede levantar porque no vale la pena hacerlo mientras haya tanta impunidad. Pero los famosos, sean delincuentes o no, salen en la tele, en los medios, en sus yates. Parece una vida mucho más desperdiciada que otras porque están cumpliendo los sueños que muchos tenemos y que nos han robado. Parecen más perdonable.
Creo que la presión que no pudo soportar es pasar a ser un apestado para los suyos, los del carné, que se distanciaran de él por haber perdido el pedigrí. Que le retiraran el saludo los mismos que le consintieron y sabían todo. Lo más importante en este club que no descubran los chanchullos de sus miembros. La honradez es un lastre para pertenecer a esa élite. Estoy seguro de que los yayoflautas y los suicidas inducidos por la pésima praxis de este cazador o otros depredadores de incautos les importan un carallo. O un huevo. El colmo del cinismo es echar la culpa a los de siempre. Es decir, a nosotros.