A mediados del siglo XVII la organización administrativa de los territorios americanos debía mucho a la aportación de las ciudades-capital (México y Lima) de los dos virreinatos (Nueva España y Perú) que fueron capaces de albergar centros de enseñanza, de difundir ideas, de promover la cultura en todos sus ámbitos y de rodearse, en suma, de una auténtica Corte en la América hispana lejos de la metrópoli. El marco urbano de las ciudades-capital de los virreinatos fue capaz de organizar y entretejer toda una red de pequeñas ciudades y villas que obró su efecto en una verdadera integración cultural. Sin duda, entre los aspectos esenciales que promovieron la introducción de toda la cultura hispana se sit úan: por una parte, la difusión del castellano, por otra, el papel de la imprenta y, por último, la fundación de la Universidad. Todos estos elementos están claramente relacionados y deben su razón de ser al impulso promovido por las dos primeras ciudades virreinales fundadas en la América hispana: las ciudades de México y Lima.
Ciudad de México
La ciudad de México, refundada por Hernán Cortés en 1521 sobre los cimientos de la última capital azteca, Tenochtitlán, experimentó una extraordinaria transformación urbana a lo largo del siglo XVII. Los primeros pasos se dieron durante el virreinato de don Antonio de Mendoza, en la década de 1530. Las constantes inundaciones producidas durante el siglo XVI y comienzos del siglo XVII, obligaron a una profunda reflexión sobre la necesidad de construir fuertes diques e incluso de proceder a un canal de desagüe para vaciar la laguna. Los proyectos de ampliación para una ciudad en expansión ya no se detendrían, como ponían de manifiesto la deforestación para obtener madera de construcción, los sistemas intensivos de cultivo, que terminarían erosionando el suelo, y las modificaciones en el sistema de diques, con los cambios hidráulicos que propiciarían. Hacia 1650, según los cronistas, la ciudad superaba los 20.000 edificios y hacia finales de siglo podría albergar unas 50.000 almas (1689). La ciudad seguía transformándose y como señalan las crónicas, apenas hay calle donde no se labren o se aderecen casas. De alguna forma, se está preparando el camino de los grandes cambios que se producirán en la ciudad-capital durante el virreinato de Bucarelli en el siglo XVIII, con las reformas borbónicas. El papel de la administración virreinal salió reforzado fundamentalmente en los apartados de higiene, salud y policía, que exigió a través de las sanciones y ordenanzas una regulación de las actividades urbanas en el centro de la capital y en los barrios. Un crecimiento que se manifiesta, sobre todo, en la calidad de los edificios y en la expansión urbana que llevará a la ciudad a superar los 150.000 habitantes.
Plano de la ciudad de México virreinalLima
Por lo que respecta a la ciudad de los Reyes de Lima, denominada así en honor a la epifanía, se funda en 1535 por Francisco Pizarro. La densa red de asentamientos indigenas, suficientemente articulada, había impedido la fundación de ciudades en el Perú a mayor escala. La ciudad es la capital del virreinato del Perú, sede de la Audiencia (1542) y sede Arzobispal, por privilegio dispensado por la Santa Sede (1546), tiene Tribunal de la Inquisición, Universidad y una importante catedral.
Los frecuentes terremotos (cuatro entre 1586 y 1687) obligaron a desplegar una importante actividad constructiva. Aparecen acueductos, los tajamares o muros de contención ante la crecida de los ríos, se termina el puente sobre el Rimac, se construye la catedral (acabada en 1622), se levantan nuevos hospitales (San Lázaro, La Caridad, San Juan de Dios, San Pedro y el Espíritu Santo), se erigen numerosos conventos y monasterios. En otras palabras, la ciudad se articula en torno a sus barrios y hacia 1630 son ya 30.000 sus pobladores. La función portuaria de Lima desde el Callao, le permitió una proyección oceánica de primer orden, saliendo de sus muelles distintas expediciones descubridoras, como la de Mendaña, para descubrir las Salomón o las de Fernández de Quirós y Báez de Torres para descubrir, según indica alguna corriente historiográfica, Austrialia, en homenaje a la dinastía de los Austrias gobernante en España. La capital del virreinato concentra también importantes cantidades de fondos que llegan de los distritos mineros, fundamentalmente de las minas del cerro del Potosí.
Como ciudad-capital del virreinato y sede universitaria, Lima fue partícipe de múltiples expresiones culturales. Desde la Universidad de San Marcos, como cabeza difusora de la cultura, a los más modestos colegios y escuelas de la ciudad, se generó todo un ambiente cultural al que contribuyeron las tertulias en las residencias de algunos nobles. A las academias, sociedades y tertulias de salón acudían miembros de la nobleza, artistas y científicos, que junto a escritores, poetas y dramaturgos nos permiten valorar el nivel intelectual de la ciudad. La producción bibliográfica, gracias al tirón de la imprenta, desde sus inicios en 1584, arroja datos clarificadores de la magnitud cultural de Lima y del virreinato.
La capital se expande y sus construcciones preparan camino a los proyectos ilustrados del siglo XVIII, como el Paseo de las Aguas, la plaza de toros y la Alameda de Lima, todas ellas realizaciones de la política edificatoria del virrey Amat. Lima, por su posición política, su actividad economía y su proyección socio-cultural, con una intensa vida intelectual, ejerció un papel preponderante en el Nuevo Mundo hasta mediados del siglo XVIII. Aunque la creación del virreinato de Nueva Granada (1717) organizó nuevamente las demarcaciones políticas, Lima no perdió sino unos territorios que en realidad disfrutaban ya de su autonomía. Sin duda, el mayor impacto se produjo con la creación del virreinato de La Plata (1776), que cambió el rumbo y las orientaciones que imponía el nuevo tráfico mercantil.
México y Lima se convirtieron, hasta la aparición del nuevo sistema modelado por los Borbones y la configuración de dos nuevos virreinatos en el siglo XVIII, en las ciudades-capital aglutinadoras del poder y hacedoras de la integración cultural. Albergaron las primeras universidades, las primeras catedrales, los primeros centros de enseñanza, las primeras imprentas y cecas de la moneda, en suma, los instrumentos necesarios para la gobernación política, social, religiosa y cultural. Las Cortes virreinales, aparecidas a la sombra de estas ciudades, no harían sino corroborar el importante poder ejercido por los virreyes, siempre mediatizado por la influencia de las élites criollas, y en ocasiones demasiado al margen de las instrucciones enviadas desde Madrid.
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