De la fascinación adolescente al desengaño adulto: ése es el tránsito al que asistiremos, y es el que vivirá la muy joven y muy hermosa Charlotte Newton por mor de otro tránsito, el que va de la duda razonada —generada a través de un proceso progresivo de asimilación de pequeños detalles reveladores, con los que Charlie va armando un puzzle trágicamente preciso— a la certeza incontrovertible sobre la catadura, condición (y responsabilidad sobre hechos concretos) de su otrora admirado tío homónimo, ese hombre en quien ella había depositado (posiblemente con algo indefinible, pero que iba más allá del mero afecto familiar) sus esperanzas de salir del marasmo placentero en que su vida se veía envuelta, en un entorno de Arcadia urbana como el que constituye esa Santa Rosa californiana donde todo fluye con un (mortalmente aburrido) ritmo suave y tranquilo.
Charlotte Newton, hija mayor de una modélica familia de clase media usamericana, aparece en escena con una declaración de principios e intenciones que define a la perfección qué es de su vida: la rutina, la desilusión, el vacío. Nada que le divierta, nada que le estimule. Su entorno es inane y no le ofrece motivación alguna. Y solo parece haber un referente que despierta en ella la ilusión de un posible cambio: la hipotética llegada de su tío Charlie, ese tipo de persona que ilumina los días y rompe con lo previsible, a base de combinar provocación e insolencia con elegancia, buen porte y mejores modos. El perfecto canalla encantador, capaz de seducir y deslumbrar sin descomponer tono ni figura y de manera asombrosamente natural. Y que, curiosa y casualmente, aparece en ese preciso momento, como invocado por un supuesto llamado telepático que no es tal, sino el fruto de su necesidad perentoria de huida y refugio.
Charlie, al igual que el resto de la familia, acoge a su tío con enorme ilusión, arrebatada por el entusiasmo y la perspectiva de días mágicos y repletos de encanto. Pero las cosas empiezan a torcerse tan pronto como el tío Charles comienza a mostrar un humor cambiante y huidizo, sometido a arranques repentinos de acritud, rayana en la violencia, que siempre van asociados a episodios nimios y sin aparente importancia, pero que la perspicaz inteligencia de su sobrina (auxiliada, eso sí, por las sugerencias que le aporta un joven detective, Jack Graham, que va persiguiendo a tío Charlie —y que se enamora perdidamente de ella—, y luchando contra el sentimiento amoroso que le empuja a negar la evidencia) irá desentrañando hasta llegar a una terrible conclusión: su tío no es ese gentleman sobrado y desenvuelto que aparenta ser, sino un ser mucho más abyecto y abominable de lo que cualquiera en su cercanía pudiera imaginar.Y de ahí, al abismo: Charlie Newton no sólo será víctima de un total desencanto, confrontadas sus expectativas vitales al dominio de lo peor de la condición humana, sino que se verá expuesta a un peligro cierto y letal. A las andanzas de tío Charlie no les resulta garantía suficiente un silencio cómplice y permanente, sino que requieren de la desaparición de cualquier posibilidad de revelación futura, y esa exigencia solo es cumplible con la eliminación de la única depositaria del ominoso secreto. Una pirueta afortunada terminará salvando a Charlie de un final terrible. Pero lo que se ha quebrado en su interior ya es absolutamente irrecuperable: no se puede dejar de haber sabido lo que ya se ha sabido. Y esta joven tierna y dispuesta a amar la vida ya ha visto su lado más oscuro. Solo queda la incógnita de saber si hay, para ella, camino de retorno desde allí... Hablar de obras cumbres, o maestras, en el contexto de una filmografia, como la de Hitchcock, cuajada de ellas, puede resultar un ejercicio complicado; pero caben pocas dudas cuando se trata de aplicar el epíteto a una cinta como ‘La sombra de una duda’, en la que, curiosamente, abandona su exploración, recurrente, de la figura del falso culpable, para centrarse en la del ‘falso inocente’, personificada en la mefistofélica encarnación del mal que representa (en un ejercicio majestuoso de interpretación a cargo de Joseph Cotten) Charles Oakley, confrontado a la bondad ilusionada, pero no ilusa (será su lucidez la que quiebre la máscara tras la que se oculta la maldad radical del tío Charlie), de su sobrina Charlotte (una arrebatadora Theresa Wright). Una disección ambivalente de la condición humana desarrollada bajo el envoltorio de una trama tan absorbente como desasosegante, y en la que, una vez más, el juego de contrastes y el detallismo delicioso del mago Hitch sitúan al espectador en el asombro permanente (y angustioso). Para degustar una y otra vez...* En la imagen: Captura de fotograma del trailer de 'La sombra de una duda' (imagen extraida de Wikipedia; libre de derechos de autor).-* Las buenas buenosas XIX