Bajo al comedor como si fuera Paul Newman en El Indomable o Robert Redford en Brubacker. No llevo uniforme azul y estoy a un millón de años luz de su atractivo pero mi actitud es la misma: podéis darme bazofia de rancho pero siempre me quedará mi dignidad. Dignity, always dignity, como dice Gene Kelly en Cantando bajo la lluvia.
¡Qué sorpresa! Otro día más en que no queda pan, no hay tenedores, el único cuchillo que queda en el cajón tiene el mismo filo que un balón de fútbol y más mugre que ese mismo balón y tampoco queda agua. Cojo mi bandeja y el mantelito de papel y la empujo con desgana por el autoservicio hacia el patíbulo. ¿Qué sorpresas me encontraré?
—No hay tenedores. —Es que venís todos a comer a la vez y los gastáis. —¿Perdona? ¿Y cual es tu plan? ¿Que los usemos por turnos? ¿O que vengamos a comer a las seis de la tarde?—Es que venís, coméis y os ponéis a hablar. —Entiendo, el plan un único tenedor para unirlos a todos en silencio ¿no?
Me mira sin entenderme, claro.
—No hay agua.—La tenemos aquí escondida, ahora te doy. —¿Escondida? ¿Por qué?—Porque la gastáis. —Vaya, en qué estaríamos pensando, lo que deberíamos hacer es tragarnos el engrudo del día a palo, ¿no?
Me mira sin reírse, claro.
—No hay pan. —¿Hoy quieres pan?—Sí, ¿no te viene bien?—Nunca comes pan.—A lo mejor es porque nunca hay. —¿Y hoy por qué quieres?—Porque me apetece y además es algo que puedo comer sin tenedor. Ja.
Me mira sin más.
—¿Y el ticket?
Todos los días igual, todos los puñeteros días desde hace cuatro años lo mismo, la tortura del ticket. Te pide, te exige el ticket como si fuera un salvoconducto, como si regentara un restaurante de lujo o la única cantina abierta en una de esas carreteras infinitas que cruzan Estados Unidos. Y todos los días miro debajo del móvil, meto las manos en los bolsillos del vaquero, en los de delante, en los de detrás, en la chaqueta, porque sé que lo he cogido pero no sé dónde lo he puesto.
—Joder, lo tenía aquí. —El ticket.—No lo encuentro. Mañana te lo bajo.
Su cara se descompone en una mueca, en un gesto de maldad que yo identifico con el de los guardias de fronteras en las películas, en ese personaje que cuando el protagonista está a punto de cruzar al otro lado, de llegar a su destino, de alcanzar la recompensa frena su avance con algún requisito idiota.
—Es que sin ticket....—Pero vamos a ver,¿Quién te crees que eres? ¿Willy Wonka y esto tu fábrica de chocolate? No hay pan, no hay tenedores, no hay agua, cuentas las servilletas de papel y sé que me vas a servir el primer plato en plato de postre para que parezca que me das más ración, y que vas a ponerme 3 trozos de tomate contados en la ensalada y que torcerás el gesto cuando te pida, otro día más, pollo a la plancha. Conoces mi cara, mi nombre, dónde me siento, mi horario y, sobre todo, ¿de verdad te crees que si pudiera comer en otro sitio vendría aquí todos los días a aguantar esta tortura?
Me mira mientras piensa.
—Vale, pero te apunto en la lista.
Ojalá fuera Paul Newman y, por lo menos, me dieran huevos duros.
Dignity, always dignity.
*Basado ligeramente en hechos reales.