Revista Cine

Cine de Serie B: El increíble hombre menguante

Publicado el 08 junio 2010 por 39escalones

Serie B con carga de profundidad: El increíble hombre menguante

Scott es feliz: tiene un buen trabajo y una esposa bella y complaciente que se dedica a cuidarle y mantener el hogar en orden (cosas de los códigos de Hollywood…). Se aman tanto que, mientras pasan las vacaciones a bordo del barco de un amigo, ya hacen planes para aumentar la familia. Eso, antes de sobresaltarse a causa de la nebulosa que de repente aparece en el horizonte y cubre el barco durante unos instantes antes de disiparse. Ella, oculta en el camarote, se libra de esa extraña película húmeda que ha cubierto al bueno de Scott, pero, cuando la nube blanca se aleja, todo vuelve a ser felicidad y arrumacos. El bienestar, ya de vuelta en casa, empieza a diluirse cuando Scott comprueba que padece un extraño mal: está empequeñeciendo. Su estatura y su peso disminuyen poco a poco, y también sus órganos internos, huesos y músculos. Los médicos no encuentran una explicación, y los tratamientos no funcionan. Scott poco a poco va encogiendo, convirtiéndose en un muñeco de carne y hueso para su esposa, mientras que a su alrededor los objetos hasta hace poco cotidianos van agrandándose y convirtiéndose en fuente de aventuras y peligros, mientras que su cuerpo va disolviéndose poco a poco en la nada…

 

El cine de serie B no es malo por sí mismo, únicamente es de serie B. En él había directores más y menos capaces, historias más o menos buenas, y actores más o menos competentes, exactamente como en su hermano mayor, el cine-arte o el cine-espectáculo de primera categoría. Jack Arnold, famoso director de cine fantástico y realizador televisivo de series situadas en el mundo del western o de ambiente juvenil, se apuntó aquí una obra magistral que, con carencia evidente de medios, resolvió de manera sobresaliente tanto en la forma como en el fondo una historia propia de los tebeos o de los pasquines de ciencia ficción que consigue dotar en cambio de tintes reflexivos sobre la existencia humana y el futuro de la especie. En un año, 1957, en el que los rusos saltan al espacio con el Sputnik, y en el que la Guerra Fría reposa tras la guerra de Corea mientras calienta motores para la de Vietnam, el filme de Arnold, al contrario de lo que ocurre con su protagonista, crece con el paso del tiempo para convertirse en un documento cinematográfico imprescindible para la época, y a ello contribuye decisivamente el final de la película, la forma de concluir la historia de ese extraño mal que sufre el personaje, prototipo de ser humano insignificante entre las poderosas y letales circunstancias que lo rodean, y que subraya con el último monólogo de Scott, un compendio de preguntas retóricas pero necesarias a las que se agarra en el último hilo, no de su vida, sino de su realidad física.

 

La película, de apenas ochenta minutos, contiene al menos tres planos de lectura. En primer lugar, la evidente, la historia de un hombre que empequeñece y que ha de enfrentarse a una amenazante nueva realidad que se convierte en lucha despiadada por la existencia cuando, a causa de su tamaño, sus congéneres ya no pueden verlo a simple vista.   Su antigua mascota, el simpático gato que gustaba de acariciar sobre el sofá o en la cama, se convierte en su mayor peligro, y una pequeña araña del cuarto de los trastos, para él una tarántula gigante, es la amenaza más directa para su vida. A través del ingenio, Scott intenta sobreponerse a todas las dificultades para luchar por su vida, aunque de poco le sirve dado que el origen de su problema está dentro de él y es imposible oponerse a él ya que no conoce su origen, sus reglas ni su finalidad. Esto encadena la cinta con la segunda lectura: la negación de Dios. El final del personaje, lejos de una muerte física merecedora de una posterior resurrección, va más en la línea de un cambio en su naturaleza corpórea, pero no en una muerte convencional. Simplemente, busca acomodo en un universo amplio, genérico, inmenso, regido por químicas y mecanismos incomprensibles en los que Dios no tiene espacio, ni como ente, ni como salvador ni como consuelo.

 

Por último, la película no puede abstraerse de la realidad de su tiempo, y por tanto cabe una lectura por la cual Scott no es más que la personificación del ser humano de aquellos días, sometido continuamente a la amenaza constante de la destrucción, a su superación por un fenómeno imposible de detener, siempre creciente en escalada, como fue la Guerra Fría y la carrera armamentística, y la impotencia, la imposibilidad por parte de los seres humanos anónimos de oponerse de algún modo o de abstraerse a sus ineludibles consecuencias. En este aspecto, tanto el gato como la araña serían encarnaciones animales de las dos superpotencias, ambas, aunque con connotaciones diversas, auténticos peligros para el hombre cada vez más superado por el mundo que le rodea.

 

Un título imprescindible del cine fantástico, obra maestra de la serie B que, con un ritmo trepidante, un manejo magistral del suspense y unos rudimentarios (sin ordenador, lo que tiene más mérito) pero más que efectivos -incluso hoy- efectos especiales combinados de manera sublime con un perfecto uso de los decorados, y no exento de inteligencia y mensaje a un público pensante, supone algo menos de hora y media de emoción y entretenimiento de calidad. Una película que no ha perdido nada de actualidad, que ofrece sensaciones intensas y reflexiones más que convenientes. Una joya del cine fantástico y otra prueba de que la acción y la fantasía no tienen por qué equivaler a la simpleza argumental, la vulgarización de los contenidos y el tributo a los efectismos como vehículo para una taquilla holgada.


 


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