Sólo 13,2 kilómetros separan la frontera norte de Marruecos con Andalucía. Con la mirada puesta en el estrecho de Gibraltar, las lanchas que transportan a los ilegales africanos cargan a cuantos hombres y mujeres estén dispuestos a lanzarse al agua en la madrugada, apenas se divise la costa. Hay promociones y ofertas para los temerarios: por cinco millones obtienen el “bono patera”, que da derecho a tres intentos.. A muchos los devoran las aguas. Un sueño inalcanzable para estos magrebíes, que termina convertido en pesadilla. Pero también un negocio rentable para los traficantes. Atados al ingreso ilegal a España, vienen la mafia, el tráfico de drogas, la prostitución y la falsificación de documentos de inmigración (pasaporte, visa, permiso de trabajo, de residencia, etc.). Un negocio que deja más de 100 millones de euros al año al que también se suma toda una red de beneficiarios: pescadores que se dedican a cruzar en sus barcos a los inmigrantes, los taxistas que los transportan, los empleados de las gasolineras que tanquean las lanchas, y hasta los empresarios y propietarios de prostíbulos, que andan en búsqueda de mujeres y agricultores o mano de obra barata. El tráfico de seres humanos es tan rentable que, de acuerdo con las autoridades españolas, compite ya con el cultivo y contrabando de hachís, la tradicional actividad de subsistencia del norte de Marruecos, que da de comer a más de cinco millones de personas. Ahmed, un contrabandista, explica: “Somos dos redes distintas. Los del hachís estamos hartos de las pateras de ‘corderos’ (ilegales, en el argot) porque nos queman las rutas”. Pero en todo el contexto de la inmigración ilegal, una paradoja resume lo dramático de la situación:mientras España hace enormes esfuerzos por contener a los africanos que intentan llegar a sus costas, el propio gobierno marroquí hace todo lo contrario, al estimular de manera no oficial el éxodo de sus ciudadanos. Una manera de desfogar toda la tensión interna en un país que cada día se sume más en la pobreza y la corrupción. De paso, presionan así a la Comunidad Europea para que flexibilice las rígidas normas de inmigración, solo comparables con las que tiene Estados Unidos desde los atentados del 11 de septiembre. Como reconoce un patrón de patera, si “Marruecos quisiera, podría impedir que cualquier ciudadano abandonara sus costas. Hoy ejerce una vigilancia de escaparate, no le quepa la menor duda”. Son datos sacados de Intertrafic, que pintan un panorama de esperpento. La entrada continuada de personas sin papeles no hay sociedad abierta que lo resista. No cuando estas personas, para más inri, llevan incorporado en su cabecita el programa para replicar creyentes que han mamado en sus sociedades medievales. Porque la actitud general hacia Occidente es utilitaria. Se usan y se emplean sus medios materiales sí, pero se abomina de sus normas y valores, a pesar de que estos se acaban infiltrando en la gente joven. Al menos, según la encuesta sobre la inmigración marroquí, que dice acerca de los jóvenes “..Pese a la religiosidad de sus padres, el 70% de los menores marroquíes no acude a clases de islam y el 71% ni siquiera participa en actividades organizadas por mezquitas o asociaciones religiosas. El 66% tampoco estudia el árabe...” Pero son las generaciones medianas y las anatomías las que marcan diferencias en esto. Las chicas y sus problemas con los velos, burkas y otras ignominias, tanto aquí como en todo el mundo árabe -véase la entrada de Kotinussa- nos van a señalar ante la historia. Pero nos señalaran de manera parecida a aquellos alemanes que miraban para otro lado, cuando millones de sus conciudadanos llevaban la estrella de David. Quizá sea oportunismo político y búsqueda de votos, quizá sea temor a algún atentado por parte de los abundantes extremistas que poseen en sus comunidades y quizá sean las dos cosas a la vez. Pero nos la está metiendo con queso y bien metida. Nos la está colando una cultura que, como mínimo, ha permanecido cinco siglos inoperante y anclada en el rezo y la ablución y que, hoy en día, no posee una sola patente registrada que tenga uso industrial. Están usando el tremendo poder de coerción que supone nuestra dependencia de su petróleo, entre otras cosas. Las petrodictaduras como Arabia Saudí, financian la mayoría de mezquitas en construcción y la enseñanza del corán.
Pero es, en muchas ocasiones, la enseñanza del Islam wahabita y salafista, la cara más dura de esta religión, la que es subvencionada con los petrodólares, que Alá les modere si prosperan… Pero, por supuesto, esta entrada no es antinadie. Porque los seres humanos concretos valen cien mil veces más que los versículos coránicos que les corroen las meninges, ale, he dicho. Un saludito sin chilaba.(Con respeto y cariño para Fatiah -que dice haber descubierto el blog- así como para con su familia)