En una pequeña isla en Puerto Eden (localidad ubicada en la zona austral de Chile) una niña kawesqar le enseñan: “kep, ceá kesá-kanána-sekué-ker ces áfterrek = no, yo me voy a morir de frío primero”; más tarde alguien le pregunta, ¿Cuánto es cinco por dos?; y en otro momento: ¿cómo se llamaba el barco en que navegaba Arturo Prat?. Esto es más menos lo que ocurre en las escuelas de indígenas, dónde estas etnias aprenden castellano y biología igual que los hijos del no indígena.
Esta forma de educar se relaciona con la etnoeducación; pero esta palabra nos plantea un dilema respecto del énfasis a la palabra etnia. En cierta medida, dicho énfasis es razonable, comprendiendo que los gobiernos latinoaméricanos han orientado sus políticas educacionales indígenas, por lo general hacia grupos sociales que en su inmensa mayoría viven condiciones de vulnerabilidad y que proporcionalmente presentan un bajo número de habitantes y con diversas y complejas necesidades culturales y sociales; lo que ha conllevado a crear escuelas con currículas adecuados a las realidades geográficas en que existe una alta densidad poblacional étnica.
Pero la pertinencia de estas políticas en materia pedagógica sobre etnias, llamadas de educación bicultural o intercultural bilingüe, deben considerar a lo menos dos análisis críticos. Uno que asegure a la etnoeducación, a no convertir sus orientaciones en una política de “gethos”, donde las culturas minoritarías queden arrinconadas como en los procesos de reducciones indígenas. El otro punto de consideración es evitar que la etnoeducación se transforme en un prurito del etnocentrismo; pudiendo quedar la relación entre culturas diversas más en el campo de la confrontación que de la integración.
Es importante recordar que la etnoeducación contextualiza su origen en base a dos demandas fundamentales. Una que proviene desde la crítica indianista e indigenista sobre la homogeneización cultural, acusando al mundo escolar de naturalizar la unicidad social en la historia latinoamericana sin consideraciones a la diversidad de estas etnias. El segundo punto versa sobre la necesidad de aplicar las sugerencias y lineamientos que han ido gestando diversas organizaciones sobre reconocimiento a los derechos humanos y la diversidad cultural.
La etnoeducación es una posibilidad de múltiples aprendizajes interculturales que conociendo y profundizando en la sabiduría amerindia nos introducirá en nuevas formas de conocimiento que pueden generar interesantes transformaciones en nuestros procesos de hibridación.
En conclusión, la invitación es a reconsiderar la etnoeducación como una forma alternativa de pensar el espacio escolar; a fin de evitar continuar con el olvido que forma parte de nuestra historia latinoamericana; donde los vestigios de nuestros pueblos originarios que estaban aquí mucho antes de 1492 dejen de parecer invisibles. No hacer este esfuerzo, sobre todo desde la así llamada cultura y lengua dominantes, nos llevará a continuar una senda etnocida y diglosica que no podemos seguir aceptando ¡Nunca Más!.