Revista Cultura y Ocio
A Cocó no le importa ser chiquitita como un poroto, porque su felicidad es grande como un elefante. En realidad creo que Cocó tiene un conflicto de personalidades, a veces piensa que es un caballito de paso y desfila oronda ante un público invisible que le lanza flores y vítores. Otras veces se convierte en un león y, al igual que Don Quijote, enfrenta molinos de viento, demostrando orgullosa su coraje. Cuando está lluvioso, juega a ser una niña de carne y hueso y yo su papá y me mira y me habla y me pide que la tome en brazos, y en esa cuna improvisada se entrega a su sueño infantil. A Cocó le gusta mucho jugar, cada vez que juega se olvida de que es una señorita y se trenza en una lucha a muerte contra gigantes de felpa o se convierte en una estrella del fútbol, eludiendo oponentes con la pelota aferrada a sus dientes. A mí me gusta darle besos en la panza y sé que a ella también, me lo demuestra estirando sus bracitos al cielo y entrecerrando los ojos. Al llegar la noche, todas esas aventuras le pasan factura y se rinde al cansancio entrando sin pedir permiso bajo mis cobijas, ella es así, piensa que el mundo es una gran torta de chocolate hecha solo para ella, y yo nunca me atrevería a cuestionarla. Cocó es feliz. Y yo también con ella.
Texto: Hernán Paredes