La primera vez que las probé no supe en principio qué era lo que estaba comiendo, sí supe que se trataba de pescado. Su textura gelatinosa y a la vez firme me hacía dudar. Aquello estaba bueno. Esto de ir a un restaurante y que no te digan qué comes no suele pasarme, en este sitio se comía así, si quieres lo comes y si no lo dejas (como las lentejas, jajaja). No había carta, se servía lo que al jefe de cocina le apetecía ese día.
A mí me gustó, aquello era original y para los que no somos demasiado delicados con las comidas me pareció emocionante y divertido...
... Este sitio ya no existe y lo lamento de verdad pues te transformaban la comida, o ponían cosas poco habituales a nuestros paladares, y lo mejor ¡todo estaba perfectamente cocinado y muy rico! ¿Qué como se llamaba? ¡la Duda! (extraído del libro: "Restaurantes singulares que imaginé o de otros mundos").
Con la duda no os dejo y paso a contaros qué cosa era aquello que comí y que me gustó. Mucha ciencia no tiene.
Ingredientes:
- Cocochas de bacalao.- Harina.- Huevo batido.- Pan rallado.- Aceite de oliva.- Sal.
Elaboración:
Limpiar y lavar bien las cocochas. Secar con papel de cocina. Enharinar, pasar por huevo batido y luego por pan rallado.
Freír en buen aceite. Dorar y retirar. Dejar unos segundos en papel de cocina. Servir muy calientes con unos rabanitos y rodajas de limón. Casarían bien con una salsa griega.
Y por descontado sería buena idea acompañarlas con una estupenda porra antequerana, con sus colines de san Roque y todo.