“Era estupendo quemar”, hasta que todo ardió. Los televisores cubriendo las paredes, conteniendo a la familia, a los amigos, que ya no son, que ya no están, salvo en pantallas. El show continuo para escapar del mundo. Pero del mundo nunca se escapa. Él siempre estará ahí para recordarte, antes o después, lo que eres. No conviene perder los sentidos cuando se vaga en la oscuridad. Cierra los ojos, si quieres, mas no evitarás que el mar te trague, cuando decida hacerlo, junto a los demás.
Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, donde los libros se transforman en ceniza junto a la mente del hombre. Cuanto menos se conoce más feliz se es. Cuanto menos se comprende, cuanto más se ignora, más se acerca uno al paraíso; químico, artificial, luces de neón, el único posible. Para eso las pantallas, las pastillas, los bomberos. La garantía de no pensar, seguridad a doscientos por hora, cabezas llenas de luciérnagas como metros atestados, para que nada –ni nadie– se mueva. No se preocupen, vivan tranquilos, lo tenemos todo controlado.
Pónganse cómodos.