Comparto un estado de la cuestión con el título "cómo entender el peronismo" que como suele suceder el que expone es alemán, se llama Mark Healey (autor de "El peronismo entre las ruinas" (Siglo XXI Editores) y nos dice desde la historiografía cuales son las nuevas tendencias para entender al fenómeno argentino. El enfoque no deja de ser interesante para los que quieren emprender el abordaje.
Cómo entender el peronismo
Historiografía. Un recorrido por las distintas nociones que sostuvieron los abordajes al movimiento político de masas a lo largo de las últimas décadas.
Hemos pasado, en los últimos años, por un cambio dramático en los estudios del peronismo. Antes teníamos una enorme torre de estudios construidos sobre una base empírica bastante estrecha. Todos sabemos cómo el rico debate se sustentaba sobre un recorte temporal, temático y geográfico bastante limitado. Podríamos mirar, como ejemplos, a los catálogos de estudios hechos por Laszlo Horvath o Roberto Bascetti. De los más de 4000 estudios que Horvath registró a principios de los 90, sólo 20 cubrían territorio fuera del Gran Buenos Aires. Ahora, en términos geográficos pero sobre todo conceptuales, estamos viendo un impresionante boom de producción y tenemos un gran edificio construido sobre bases más amplias.Hace unos veinte años, Beatriz Sarlo afirmó en una entrevista que “el espacio cultural del peronismo es un vasto terreno casi sin explorar”, apuntando a algunos trabajos de Alberto Ciria y el primer libro de Mariano Plotkin como intentos valiosos pero aislados. Hoy obviamente no podríamos decir nada parecido: hemos visto surgir muchos trabajos sobre aspectos centrales de este terreno, como Marcela Gené, Paola Cortes Rocca y Anahí Ballent sobre las estéticas del peronismo, Clara Kriger, Oscar Chamosa y Matt Karush sobre cine y radio, James Cane, Martín Sívak y otros sobre la prensa, por ejemplo, dentro de una renovada atención a la historia cultural de mediados del siglo XX en general. Este avance ha venido de la mano de otro igualmente importante, que es la aplicación de métodos de historia cultural a la práctica política.A diferencia de otros campos de la historiografía, por ejemplo en Estados Unidos, no veo una división tajante entre historia cultural e historia política. Veo, en cambio, una caja de herramientas sumamente útil para pensar cuestiones siempre claves pero a menudo esquivadas en la historia del peronismo. Son herramientas, además, desarrolladas en diálogo con antropólogos y etnógrafos y a veces sociólogos y politólogos. En vez de dar por sentado qué significa un “partido”, porque se habla tanto de “lealtad”, o cómo funcionan los “rituales” políticos, nos ponemos a pensarlos en su contexto y complejidad.Uno de los aspectos más positivos de este cambio, para mí, ha sido el viraje desde la presunción de por qué obreros o votantes adherían a un discurso o un líder, a intentar pensar la recepción y reproducción de ideas y prácticas políticas de forma dinámica. Es notable cómo hemos desterrado infinidad de nuevas fuentes para contestar esas preguntas tan difíciles que antes parecía que ni hacia falta formular.Tal vez porque la historia cultural llegó algo tarde y de manera indirecta a los estudios del peronismo, ha evitado algunas de las prácticas más criticadas de la historia cultural, en otras partes del mundo. Por ejemplo, la obsesión textual, que a veces ha servido para expulsar de la historia cultural en inglés o francés a cualquier consideración de instituciones, contingencias, o procesos políticos más largos, para concentrar su argumentación sólo en los pliegues del texto. Hubo, ciertamente, algunas instancias anteriores para ese proceso en la Argentina, en la obra de Ernesto Laclau o en el libro de Eliseo Verón y Silvia Sigal. Pero la propia politización de la cultura llevada a cabo por el peronismo, y el cuidado de los estudios que siguieron, hicieron que esta producción nunca haya perdido de vista la importancia del proceso político además del juego interno de textos y símbolos.Y ese es un logro mayúsculo de la producción de estos años: una mirada al peronismo como proceso político que continúa en el tiempo. No es que hemos olvidado las viejas preguntas por el origen del “hecho maldito”, ni el peso fundamental de la coyuntura de 1943/6. Pero nos hemos escapado del vicio de pensar, como ironizó hace veinte años Tulio Halperín Donghi, “que el peronismo fueron tres años que duraron cincuenta.” PeriferiasNadie duda de la centralidad que podían llegar a asumir en el peronismo lugares, grupos y personajes hasta entonces marginales. Pero está claro que las inversiones simbólicas tan características del peronismo, como estrategia política y efecto social, podían reforzar las jerarquías en vez de desafiarlas.También podían dejar amplias regiones del territorio o la política en la más profunda oscuridad. Las maneras de pensar y debatir el peronismo han contribuido a formar un canon de inversiones reconocidas, unas periferias ya no periféricas, mientras dejaban afuera a muchas otras experiencias a menudo reveladoras. Mi propia investigación sobre cómo el más mortífero desastre natural de la historia argentina sobrevivió en la historiografía apenas como una alegre anécdota me convenció bastante de eso. Me convenció, además, de que más allá de baches u omisiones anteriores, la periferia de los temas canónicos para pensar el peronismo o la Argentina de mediados del siglo XX ofrecía un terreno riquísimo para pensar.Gran parte de los avances de esta última década han sido sobre esas periferias del campo. El ejemplo más claro son las provincias, donde ahora contamos no sólo con un mapeo infinitamente más rico de experiencias sociales y políticas, sino con un acervo de evidencia sobre la cual podemos volver a pensar cuestiones o políticas nacionales, ya desde otro ángulo y sin presumir de la representatividad del Gran Buenos Aires.Partiendo, también, de los clásicos e importantes estudios sobre la clase trabajadora formal, empezamos a tener análisis sobre otros grupos populares que no entraban tan fácilmente en la grilla de la organización sindical, desde comunidades indígenas hasta trabajadoras domésticas. Si bien los trabajadores azucareros siempre tuvieron un lugar prominente, en la política y la historiografía, es recién ahora que empezamos a tejer una historia más amplia de los trabajadores rurales. Todos estos aportes, por supuesto, nos dan una idea más acabada del alcance y los contornos de la acción social. Y también permiten matizar y comprender tanto la pérdida del lugar del trabajo industrial y sindicalizado en el mundo popular como la pervivencia, contra viento y marea, de organizaciones sindicales aquí ya casi mortalmente heridas en otras partes del mundo. Y por otro lado, gracias al trabajo de Ezequiel Adamovsky, y otros como Sergio Visacovsky y Enrique Garguin, tenemos por primera vez una exploración histórica seria del mundo de ese otro gran actor social de la Argentina moderna, la clase media. Si bien el debate seguirá sobre la hipótesis de Adamovsky en torno a la emergencia de la clase media como grupo junto al peronismo, lo cierto es que ha iluminado para la investigación histórica un mundo de preguntas nuevas y cruciales.Y si bien el énfasis de estos trabajos ha sido claramente nacional, pensando en los casos que mejor conozco y en la multitud de estudios provinciales que tenemos, creo que pensar las tensiones y formaciones sociales en clave local sería un gran avance. Obviamente, es algo que me obsesionó desde mi propio trabajo en San Juan, donde la modernización y conservación de posición por –lo que podríamos llamar– la clase media local tuvo un impacto decisivo sobre el curso de la reconstrucción. No se trata de desconocer la centralidad de Buenos Aires en construir representaciones dominantes: cualquier bar provincial con TN ya dice algo al respecto. Pero se trata de ver cómo eso es vivido y pensado en contextos locales, y cómo eso ha cambiado históricamente. Los estudios sobre comunidades originarias, por ejemplo, son ejemplares en pensar los múltiples niveles de fractura social que pueden convivir dentro de un mundo social o un movimiento político supuestamente compartido. Avanzar en las maneras de pensar lo nacional en diálogo con lo local, y de pensar complejidades sociales locales en diálogo que simplificaciones nacionales, me parece un camino clave para el futuro.Un ejemplo muy sugerente lo encontré en el libro reciente de Sebastián Carassai, y su manera de construir un análisis de carácter “nacional” en base a distintas experiencias locales de un pueblo de Santa Fe, la ciudad de Tucumán, y la ciudad de Buenos Aires.Por otro lado, la riqueza de los materiales y debates que encontré en torno a la destrucción y reconstrucción de San Juan me sugieren que existen muchos más temas hasta ahora dejados de lado, por periféricos, que podrían ofrecer nuevas perspectivas sobre el peronismo y la historia argentina en un sentido amplio. Pienso, por ejemplo, en toda la historia ambiental de Argentina, cuestiones muy debatidas en nuestros días pero que tienen una historia mucho más larga y –hasta el momento– muy poco visible, con hitos cruciales en materia de bosques, agua, producción agraria, justamente durante los primeros años peronistas.Perspectivas trasnacionales
Los estudios sobre el peronismo han sido marcados por una permanente cuestión comparativa, a veces ímplicita, a veces explícita. A menudo eso ha impedido preguntas más profundas: ha servido para ofrecer atajos al análisis, para cerrar posibles líneas de preguntas, y para obviar algunas cuestiones cruciales. Más allá de las simplificaciones que la comparación ha producido en el pasado, haciendo del “populismo” una categoría abstracta y estilizada, más útil a veces para condenar y contrastar que para explicar o entender, creo que está llegando el momento de internacionalizar de nuevo las miradas sobre el peronismo. Lo digo por tres motivos.Por un lado, la acumulación de nuevos estudios y cambios de perspectiva está llegando al punto de poder armar un relato nuevo, coherente, y en muchos puntos de fuerte contraste con las versiones establecidas que circulan por el mundo académico latinoamericano y del Atlántico norte. No será cierto que, como tal vez quería Laclau, el populismo (y por ende el peronismo) es la política en su grado cero. Pero sí creo que es cierto que los desafíos políticos y conceptuales que se han ido sorteando para producir una nueva historia del peronismo –más cultural, más federal, más conceptual– han producido una literatura que, más allá de sus anécdotas y particularidades, puede ser de gran interés para historiadores políticos y culturales de otras latitudes. Si a menudo “la política argentina presume de inclasificable”, como dijeron Macor y Tcach unos años atrás, los logros en clasificar y pensarlo mejor, y también en pensar ese mismo excepcionalismo perverso, merecen ser mostrados con honor.Pero hay otro aspecto de esto, que es la vuelta a pensar en términos de comparaciones y contrastes o, mejor dicho, la reintegración de la historiografía peronista con otras historiografías internacionales. No se trata de volver a armar grandes esquemas abstractos sobre la transición de lo tradicional a lo moderno, o la marginalidad, obviamente. Pero sí de buscar paralelos parciales, ejemplos claves, puntos para esclarecer el análisis y abrir diálogos. Sobre todo, para sacar a experiencias argentinas de su lugar a menudo folclórico fuera del país y restaurarlas como parte de historias más amplias del estado de bienestar, de salud pública, del impacto cultural y político de medios masivos de comunicación, de planificación económica, etcétera.No es casual que algunos de los mejores ejemplos sean los recientes libros sobre consumo de Eduardo Elena, Natalia Milanesio e Inés Pérez, basados en un imaginativo e exhaustivo trabajo de archivo, muy atentos a específicos debates internacionales sobre sus temas clave. Como esto muestra, no cabe duda que la mejor literatura de estos años ya está construyendo pequeños puentes de diálogo e importando, refinando y (esperemos) re-exportando conceptos y herramientas.Recién ahora, tenemos una producción historiográfica más importante sobre la posguerra, las ambivalencias de los Estados Unidos post- New Deal , Brasil en los años varguistas. La historiografía sobre México pos-cardenista también vive un notable auge, con grandes posibilidades de diálogo y contraste. Sugiero, humildemente, que la política argentina ha sido “inclasificable”, en parte por falta de esfuerzo en buscar paralelos en estudios de caso, en vez de grandes esquemas previos.Pero eso me lleva a una tercera reflexión. Ha habido un reflorecer de la historia transacional de las Américas en estos años, que nos ha mostrado, por ejemplo, el lugar clave de los militares brasileños en el golpe contra Allende, o las complejidades de la defensa mexicana de la Revolución Cubana. Una idea central en toda esta literatura ha sido romper con una visión binaria que analizaba las relaciones de Estados Unidos o Europa con países individuales, y aislados. Tenemos un ejemplo de esto en el nuevo libro de Loris Zanatta sobre la política exterior de Perón y, también, en la reciente tesis doctoral de Ernesto Semán sobre los agregados obreros.No voy a meterme en detalle en todos los hallazgos de la tesis, pero sí quiero subrayar tres cosas que deja claro: 1) Cómo la proyección internacional del peronismo fue parte clave del proceso de su conformación ideológica: muchos elementos cristalizaron en una fórmula, cuando profesores nacionalistas y delegados ex socialistas y anarquistas debatían cómo representar su experiencia al mundo. 2) Más allá de muchos errores y falencias, y un posterior viraje conservador de Perón, esas teorías fueron un aporte fundamental al debate sobre la democracia en gran parte de Latinoamérica y 3) El peronismo se volvió útil como símbolo de lo que se quería evitar o, en algunos casos como el gaitanismo y aún el rojaspinillismo en Colombia, lo que se quería emular. Fue justamente su valor como inspiración para algunos lo que hizo que el peronismo fuese percibido y atacado como peligroso en muchos otros contextos, y que las analogías con el peronismo se volviesen una manera de disciplinar a actores políticos en otros contextos.No será inclasificable, pero si excedía las clasificaciones y a la vez, empujaba a sus rivales a producir nuevas clasificaciones. Rompía con esquemas para producir otras, como expresión no sólo de una experiencia argentina sino también de debates más amplios. Con los instrumentos que tenemos, las inquietudes que llevamos, el camino de reflexión que hemos recorrido, creo que los que estudiamos el peronismo podemos aprender algo más de nuestro “objeto” y también aprovechar para abrir nuevos caminos.Después de tanta consolidación e interrogación rigurosa sobre herramientas de análisis, creo que viene una etapa en que no estaría mal un poco de dispersión, de aventura, de volver a pensar en grande por un lado pero, por otro, explorar nuevos territorios en miniatura, de aprender en nuestra tarea de historiadores de esa capacidad regeneradora que supo tener, cómo no, ese oscuro y sublime objeto de ideología llamado peronismo.Ponencia de cierre del IV Congreso de Estudios sobre el Peronismo, que se realizó el mes pasado en San Miguel de Tucumán.