1. Recuperar el suelo y preparar el terreno para las lluvias.
Antes de iniciar cualquier tarea se debe realizar un estudio exhaustivo de las zonas afectadas. Un equipo de especialistas debe inspeccionar el terreno para examinar los daños en el ecosistema. En muchos casos, el terreno no necesitará actuación humana para recuperarse, pero si finalmente se decide reforestar artificialmente, el primer paso es recuperar el terreno sobre el que deberán renacer.
La vegetación representa una capa de protección que se nutre del terreno, pero también lo protege. Tras un incendio, con los arbustos y árboles calcinados, las lluvias actúan directamente contra el terreno causando inundaciones que erosionan el suelo y arrastrarán las semillas responsables de la próxima generación.
Así que el principal obstáculo es la posible erosión del terreno calcinado, sobre todo en zonas con pendientes. Se recomienda alternar zanjas, fajinas y diques de contención que actúen como barrera en terrenos que superen el 10% de desnivel, así como la elaboración de cauces para controlar aluviones.
2. Retirar la madera quemada.
El próximo paso será limpiar la zona afectada retirando la madera quemada que haya podido quedar diseminada por el suelo así como cualquier otro tipo de desperdicio. No sólo sirve de obstáculo para la reforestación del terreno, sino que además puede generar plagas de insectos, algo que puede llegar a ser muy perjudicial para un terreno ya de por sí muy deteriorado.
3. No dañar los árboles que puedan recuperarse.
Es fundamental limpiar el terreno retirando la madera quemada, pero también lo es el mantener y proteger aquellos árboles que hayan podido sobrevivir al incendio. Algunas especies como la encina y la sabina pueden sobrevivir con facilidad al fuego a pesar de que sus hojas y ramas hayan ardido y que su tronco esté carbonizado, pero se trata de especies muy duras, y es muy probable que el interior de dicho tronco, al igual que las raíces del árbol, se encuentren en buenas condiciones, haciendo más que factible su recuperación. Mantener estos árboles intactos resulta indispensable para recuperar el tejido vegetal de la zona con la mayor rapidez posible.
4. ¿Proyecto de repoblación o barbecho?.
Tras las primeras etapas señaladas, el siguiente punto es dejar que el terreno evolucione de manera natural. A pesar de lo que en un principio se pueda pensar, reforestar las zonas calcinadas no es una labor inmediata, y en la mayoría de los casos es la propia naturaleza la que mejor realiza esta función. Tras las labores de saneamiento y retirada de madera quemada, se recomienda dejar pasar un plazo de dos años antes de iniciar cualquier tarea de repoblación. El suelo debe recuperarse y recobrar su fertilidad. Reforestar antes de tiempo es muy poco eficaz, y puede resultar incluso contraproducente. Durante estos años de “barbecho” es conveniente supervisar la evolución del terreno y comprobar que el proceso va por buen camino. En primer lugar se irán afianzando las herbáceas, anuales y arbustos que ayudan a asegurar el suelo y preparan el resurgimiento de la masa forestal.
También se pueden aprovechar estos años para recuperar cortafuegos, caminos y puestos de vigilancia forestal, adelantando la estructura del nuevo bosque que surgirá sobre lo quemado y evitando nuevos incendios que podrían echar por tierra toda la recuperación de un suelo que en esta etapa se encuentra en un estado muy frágil.
En la mayoría de los casos es la propia vida la que surge de nuevo desde las cenizas sin ayuda humana. Pero si no es así, debemos realizar un plan de reforestación. Este está dirigido a ayudar a las especies menos acondicionadas y a recuperar las zonas más afectadas, cuya capacidad de regeneración natural sea inviable, siempre con un análisis previo de la vegetación, la orografía y las cualidades individuales de cada terreno.
5. ¿De quién es el terreno?
Una vez realizado el proyecto de repoblación y reforestación, es el turno de averiguar de quién es el terreno quemado. Esto es especialmente importante cuando el incendio ha arrasado porciones de terreno de miles de hectáreas. Se trata de informar a los propietarios de las parcelas quemadas de las labores de limpieza y recuperación del terreno, así como de implicarles en la labor.
6. Reforestación.
Se deben utilizar semillas autóctonas de herbáceas y arbustos que fijen el suelo antes de la reforestación de árboles. Para ayudar a que la plantación sea eficaz y que los ejemplares repoblados puedan subsistir a los duros inicios, se pueden utilizar hidrogeles mezclados con los sustratos y abonos. Se trata de polímeros en forma de perlas, capaces de absorber agua hasta cientos de veces su peso, reduciendo así la mortalidad de lo plantado y mejorando el desarrollo y crecimiento más rápido.
Una vez que el suelo sea favorable, se recomienda utilizar especies autóctonas, utilizando plantones de un año o año y medio procedentes de los viveros especializados en cada zona.
Los árboles de cada región han evolucionado durante millones de años amoldándose a las condiciones del lugar, y por eso su regeneración es más eficaz y respetuosa con el entorno y las especies animales adaptadas a él. Además de recuperar la vegetación, existe una fauna que depende del ecosistema desaparecido y que puede verse afectada si se utilizan especies foráneas.
Por último hay que tener en cuenta que cada terreno afectado tiene sus características propias. Y sobre todo hay que saber que recuperar un entorno que ha tardado décadas, o incluso siglos, en formarse necesitará de un plazo de tiempo similar para volver a ser lo que era.
7. Recuperar las infraestructuras.
Igualmente importante es reconstruir y reparar cualquier infraestructura que se haya podido ver afectada por el incendio: vías de distribución de agua, caminos, tendidos eléctricos, puestos de vigilancia forestal, cortafuegos, etc. Es la mejor garantía de que en el futuro no se vuelvan a producir nuevos incendios y, si se vuelven a producir, de que se pueda actuar lo más rápido posible para extinguirlos.