Revista Cultura y Ocio
Para muchos la felicidad es una dirección, aunque sea en un buzón o en un triste apartado de correos. Para otros una meta a la que llegar aunque sea el último y sin pancarta de recibimiento. La felicidad son tanta cosas que casi se podría decir que no es nada. Si ya sé que muchas cosas no pueden nada. Pero cualquier definición de felicidad no encaja en la propia felicidad que percibe cada uno. Cada cual tiene su idea de felicidad y por tanto cada cual tiene una dirección a dónde ir o una meta hacia la que dirigirse apresuradamente o lentamente. Pero los hay que no perciben nada de esto y su felicidad es su propia infelicidad y se siente felices en su propia infelicidad. Se quejan, por supuesto. Todos nos quejamos porque la felicidad no termina de ser tangible. Siempre queremos más. Así somos. No nos basta tener una dirección a donde ir, necesitamos que haya una gran casa, porque una pequeña no mola, y menos si la del vecino es grandiosa. Y a nadie le gusta llegar a la meta cuando ya han pasado todos y han quitado el cartel. ¡Y qué coño hago aquí si nadie me ve! Necesitamos que nos vean llegar. Pero si lo importante es llegar. No. Lo importante es el camino. No. Lo importante no es importante. No. Simplemente, la felicidad tiene dirección, pero desconocemos cual. Y, simplemente, la felicidad es una meta, pero no sabemos donde está ni como llegar a ella. Ni siquiera si habrá alguien recibiéndonos para vitorearnos. Tal vez incluso cuando la veamos, si pudiera verse, no sepamos recornocerla siquiera, o bien porque hemos cambiado, o bien porque ha cambiado la felicidad.