Revista Arte

Con los colores puros la luz obrará en ellos un solo efecto, y, ese solo efecto, producirá Belleza.

Por Artepoesia
Con los colores puros la luz obrará en ellos un solo efecto, y, ese solo efecto, producirá Belleza. Con los colores puros la luz obrará en ellos un solo efecto, y, ese solo efecto, producirá Belleza. Con los colores puros la luz obrará en ellos un solo efecto, y, ese solo efecto, producirá Belleza. Con los colores puros la luz obrará en ellos un solo efecto, y, ese solo efecto, producirá Belleza. Con los colores puros la luz obrará en ellos un solo efecto, y, ese solo efecto, producirá Belleza. Con los colores puros la luz obrará en ellos un solo efecto, y, ese solo efecto, producirá Belleza. Con los colores puros la luz obrará en ellos un solo efecto, y, ese solo efecto, producirá Belleza.
¿Qué sucedió a mediados del siglo de las Luces para que algunos hombres miraran atrás tanto para descubrir así una nueva Belleza? Fue un alemán enamorado de la Antigüedad helena quien escribiría, en 1755, Reflexiones sobre la imitación de las obras griegas en arquitectura y pintura. ¿Por qué ese desaforado anhelo de volver a desempolvar las raíces de un Arte que fuera ya -en el Renacimiento-  reivindicado? Como historiador, Winckelmann (1717-1768) conocía perfectamente el desarrollo que aquella tendencia había llevado en el Arte. Sin embargo, produjo -para él- el detestable Manierismo desenfocado, el aberrante Barroco desentonado y el almibarado Rococó. No, no, nada de ésto consiguió realmente enardecer el brillo clásico de sus grandes autores griegos, los únicos a los que Winckelmann más admiraba. 
La Belleza no podía ser otra cosa que perfección pura. Y ninguna parte de ningún conjunto artístico, por muy pequeña que fuese, podía dejar de mantener los principios estrictos de pureza. Uno de los primeros pintores que acogieron sus teorías fue el checo Anton Raphael Mengs (1728-1779). Tal influencia llevaría desde la cuna en los más grandes creadores de aquella Belleza clásica, de aquel auténtico Renacimiento -que luego desapareció-, que su padre lo bautizaría con los dos nombres de sus dos amados autores renacentistas, Antonio Corregio y Rafael Sanzio. Sería educado en la pintura estrictamente en estos planteamientos renacentistas clásicos, y, más tarde, descubriría a Wincklemann. De este modo, iniciaría así con él uno de los movimientos en el Arte que más impacto dejaría, y que más pronto terminó: el Neoclasicismo.
Mengs viajaría por toda Europa y particularmente por la corte española de tres reyes -Fernando VI, Carlos III y Carlos IV. Creó para la esposa de este último, María Luisa de Parma, el conjunto de cuatro pinturas Las horas del día, actualmente expuestos en el gubernamental Palacio de la Moncloa de Madrid. En uno de ellos -mostrado aquí-, Diana como personificación de la noche, se observa la materialización de toda la teoría neoclasicista de estos hombres embargados de una pasión desmesurada. ¿Qué es lo que hay que destacar en una obra Neoclásica? Todo, nada puede destacar sobre otra cosa, todas las partes deben acogerse a su destacada perfección. Los colores deben ser puros, auténticos; las figuras, enteras, completas, centradas, idealizadas también; los contornos, la línea de los perfiles de todo lo que se represente, perfectos. Aquí, en la modelo visionada como la diosa Diana, vemos una de las piernas más extraordinariamente conseguidas de toda la historia del Arte.
Raphael Mengs escribiría incluso su propio tratado de Arte, su propia teoría para dar a conocer su idea de belleza y de arte. En 1762 publicó Reflexiones sobre la Belleza y el gusto de la pintura. Escribió entonces: Una cosa será bella cuando corresponda a la idea que debemos tener de su perfección.... Un niño sera feo si tiene cara de viejo, lo mismo le sucederá al hombre que tenga cara de mujer, y la mujer con facciones de hombre no será ciertamente hermosa. Más adelante, dirá: Perfecto es lo que vemos lleno de razón, como cada figura no tiene más que un centro o punto medio, así la Naturaleza en cada especie tiene un solo centro en el que se contiene toda la perfección de su circunsferencia. El centro es un punto solo, y la circunsferencia comprende una infinidad de puntos, todos imperfectos en comparación del medio. 
Fue el Neoclasicismo una idealización de la Belleza, expresada ésta con los presupuestos clásicos de la antigüedad. La sensualidad, es decir, el acercamiento a los sentidos, entendidos éstos como lo más visceral y real y natural que podamos usar para acercarnos a la naturaleza, a las cosas, no era para los neoclásicos algo necesario ni imprescindible. El único sentido era la inteligencia, por esto comulgó con un siglo ilustrado -algo curioso además en un siglo de progreso, y no ya de buscar atrás-. La inteligencia compondrá y recibirá así el único Arte que deba ser admirado. Por ello, crearon los gestos y las miradas, las figuras y su representaciones, como debían ser, como podían ser además -no como en el Manierismo, que tan sólo si acaso debían, no podían, ser así-. Aquí, sí, aquí los modelos representados en el Neoclasicismo permitirán ser visionados como pueden serlo de ser conformes -en algún momento- a su perfección, conformes a su naturaleza perfecta, la más perfecta de todas, la que alcanzaría, de conseguirlo, la mayor sensación de plenitud.
(Todas obras de Anton Raphael Mengs: Diana como personificaión de la noche, 1765, Palacio de la Moncloa, Madrid; Detalle de San Juan Bautista en el desierto; Óleo San Juan Bautista en el desierto, 1774, Hermitage, San Petersburgo; Retrato de María Josefa de Austría, 1776; Perseo y Andrómeda, 1778, Hermitage; Autorretrato, 1775, Hermitage; Retrato de Joaquín Winckelmann, 1774, Hermitage.)

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Por  Maryane Danna Wong Martínez
publicado el 29 noviembre a las 00:33

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