Stephen Batchelor se convirtió al budismo durante un viaje de descubrimiento que le llevó a Asia. Después de haber estado muy enfermo y haber visto la muerte de cerca, quiso reflexionar sobre “el sentido de nuestra breve y frágil existencia” y en ese momento se encontró con el Dalai Lama en Dharamsala. Se convirtió casi al momento y confirmó eso tan sabido de que nadie se convierte cuando le van bien las cosas, sino cuando está jodido y le ha visto las orejas al lobo.
Formuló los votos y pasó los siguientes años formándose como monje tibetano, hasta que descubrió cosas que chocaban con su background de hombre occidental. Por un lado sintió que su entrenamiento como monje, implicaba enseñarle a utilizar la lógica y la razón para alcanzar las conclusiones que se quería que alcanzase, no para cuestionar la doctrina que le estaban enseñando. Tampoco le convencía la dualidad cuerpo-mente que veía en el budismo tibetano y que le recordaba a las distinciones platónicas entre el alma y el cuerpo, que incorporó el cristianismo. Pensaba, con razón, que eso no pertenecía al budismo primigenio. En sus propias palabras:
“Me rebelaba contra la idea misma del dualismo cuerpo-mente. No podía aceptar que mi experiencia se hallase ontológicamente escindida en dos esferas inconmensurables, una material y otra mental.(…) Entonces me di cuenta de que la creencia en la existencia de un agente mental inmaterial era el equivalente budista a la creencia en un Dios trascendente.
En el mismo momento en el que escindimos el mundo en dos partes- una física y otra espiritual- acabamos privilegiando la mente sobre la materia.(…) Y, cuanto más valoremos la mente y el espíritu, más proclives seremos a denigrar la materia. Pero, de ese modo, la mente no tarda en convertirse en la Mente, con eme mayúscula, mientras la materia acaba convirtiéndose en el fango ilusorio del mundo. Y a continuación,- ya lo sabemos- la Mente empieza a desempeñar el papel de Dios, convirtiéndose en el origen y fundamento de todas las cosas, en la inteligencia cósmica que alienta toda forma de vida.”
El budismo mahayana afirma que nirvana es samsara y samsara es nirvana, así que en principio sería injusto acusarle de dualista. Sin embargo, si consideramos la doctrina mahayanista sobre la naturaleza búdica que todos los seres tienen, vemos que el alma se nos ha colado por la puerta de atrás y el dualismo cuerpo-mente, que no existía en el theravada pero sí en el hinduismo, ha reaparecido. Un punto para Batchelor.
Un tercer motivo de desazón era el desinterés que sentían sus maestros tibetanos por la pregunta existencial “¿Por qué hay algo en vez de nada?” Buda rechazó todo tipo de pajas mentales filosóficas y se centró en la gran cuestión de cómo afrontar el sufrimiento. Tal vez sea por el ejemplo de Buda, que el budismo haya considerado la naturaleza de la realidad, al tiempo que se despreocupaba por la cuestión de cómo pudo llegar a ser y porqué existe. El budismo pide que actuemos en el mundo tal cual se nos presenta, no que nos hagamos preguntas ociosas sobre su origen. Esto puede resultar un poco difícil de asumir para un occidental del siglo XX que ha leído a Heidegger, Kafka y Beckett.
En esos años hubo una experiencia que introdujo una fisura en su fe en el budismo tibetano y fue el descubrimiento de la meditación vipassana, que está ligada al theravada. La meditación vipassana obliga a entrar en contacto con el cuerpo y sus sensaciones aquí y ahora. Batchelor comenta que esa meditación le enseñó lo que significa ser una criatura frágil y transitoria y agudizó su conciencia de lo que ocurría tanto en su interior como alrededor suyo.
Después de haber sido monje tibetano, con su barroquismo, sus rituales y sus divinidades, Batchelor se sintió atraído por el zen, “por su simplicidad terrenal, por su marcada estética y por su descarnada sinceridad”. En su opinión es la única escuela budista que considera el arte como un aspecto fundamental de la práctica. En 1981 marchó a Corea para practicar zen bajo el maestro Kusan Sunim. Allí le fascinó el uso del “koan” para producir la Gran Duda, el rompimiento de los patrones habituales de funcionamiento de la mente. Su koan era la pregunta: “¿Qué es esto?” El objeto de meditar en una pregunta aparentemente tan sencilla era cortocircuitar el mecanismo habitual de preguntas y respuestas del cerebro, hasta que el cerebro queda sumido en un estado de “serena perplejidad”.
Batchelor compara los acercamientos del budismo tibetano y del zen coreano. El primero buscaba “llegar a la certeza, un lugar en el que todas las preguntas hallaban respuesta y se desvanecían todaslas dudas.” El zen coreano, en cambio, se asienta en la incertidumbre. En palabras de Batchelor:
“La profundidad de cualquier comprensión está íntimamente ligada a la profundidad de la confusión en que se asienta. El Gran Despertar resuena con la misma nota que la Gran Duda. Es por ello que, en lugar de negar la duda y reemplazarla con una creencia- el procedimiento seguido habitualmente por las religiones- el zen alienta el cultivo de la duda hasta que coagula en una apabullante y vívida masa de perplejidad.(…) La Gran Duda no es un estado estrictamente mental o espiritual, sino que reverbera a través de todo nuestro cuerpo y nuestro mundo. Lo pone todo en cuestión…
Este profundo agnosticismo va más allá del rechazo del agnosticismo convencional a asumir una postura sobre la existencia de Dios o la supervivencia de la mente después de la muerte del cuerpo. Este tipo de agnosticismo, por el contrario, consiste en la disposición a abrazar el desconcierto fundamental de una criatura finita y falible como fundamento de una vida que ha dejado ya de aferrarse al consuelo superficial proporcionado por las certezas.”
No obstante, Batchelor encontró que también en las enseñanzas de Sunim se hablaba de la Mente, de la naturaleza original. El jodido dualismo cuerpo-mente también había contaminado al zen.
Tras la muerte de Sunim, regresó a Europa, colgó los hábitos, se casó y empezó a vivir el budismo como un laico occidental, tratando de penetrar el mensaje básico y original de Buda, más allá de las distorsiones que las distintas culturas por las que ha ido pasando le han ocasionado.