Revista Expatriados

Confesión de un ateo budista (2)

Por Tiburciosamsa

La trayectoria de Batchelor como budista ocupa la primera mitad del libro “Confesión de un ateo budista”. La segunda está dedicada a su intento de descubrir quién fue realmente Buda y cuál fue su mensaje, a partir de los testimonios de los sutras y del vinaya (las reglas monásticas).
Una pregunta clave para Batchelor es: ¿por qué Buda se casó y tuvo su primer hijo a una edad tan tardía para los estándares indios como los 28/29 años? ¿Qué había hecho hasta entonces?
Batchelor adelanta la hipótesis de que Buda pudiera haber pasado varios años estudiando en la universidad de Taxila, que era la capital de la satrapía más oriental del imperio aqueménida y un importante centro de estudios. Los textos no mencionan directamente esos estudios, pero Batchelor los infiere por una serie de pruebas indirectas.
Para empezar, entra dentro de lo posible que un noble sakya decidiese enviar a su hijo talentoso a Taxila para prepararle con vistas a su carrera profesional. En el canon pali asistimos a diálogos entre Buda y altas personalidades como el rey Pasenadi de Kosala, el general Bandhula y el príncipe de Vesali, Mahali, todos los cuales sabemos que se formaron en Taxila. Batchelor encuentra que esos diálogos reflejan una familiaridad, que podría explicarse si hubieran coincidido en su juventud como estudiantes en Taxila. Por otra parte, Batchelor advierte un cierto distanciamiento irónico de Buda con respecto a la cultura brahmánica, que podría explicarse por el hecho de que había conocido otras culturas y maneras de organizarse la sociedad, algo que sólo podría haber ocurrido en la Taxila aqueménida. A este respecto, Batchelor trae a colación un diálogo que Buda mantuvo con una erudita brahmini, que afirmaba la superioridad de la casta de los brahmanes. Buda le replicó: “¿No has oído, Assalayana- preguntó Gotama- que, en Yona [denominación que recibían los países habitados por los griegos, de los cuales había colonias en distintas partes del imperio aqueménida], Kamboja [alude a la región al noroeste de la India, que más tarde los griegos denominarían bactria] y otros países extranjeros sólo hay dos castas, dueños y esclavos y que los dueños se convierten en esclavos y los esclavos en amos?” Batchelor encuentra aquí una familiarización con otras sociedades que no se explicaría bien si, como suelen afirmar los relatos tradicionales de la vida de Buda, éste sólo se hubiera movido por la llanura gangética.
Existe también en el canon una metáfora que llama la atención de Batchelor, en la que Buda habla de un hombre que paseando por el bosque descubriese una ciudad antigua y propusiese al gobernante la rehabilitación de la ciudad. La metáfora no se corresponde con las condiciones que imperaban entonces en la llanura gangética, cuya urbanización era muy reciente y donde se utilizaban materiales de construcción perecederos. En cambio, en la región de Taxila sí que habría sido posible encontrarse con ruinas de ciudades pertenecientes a la civilización de Harappa, construidas con ladrillos cocidos al horno, cuyos restos habrían sido evidentes incluso después de siglos de abandono. 
Batchelor apunta que la figura de Mara no tiene correlato en el hinduismo, pero que ofrece paralelismos con Satán. También Satán personifica lo negativo y trata de tentar a Jesucristo para desviarle de su misión. Satán y Mara podrían tener el mismo origen: el Ahriman del zoroastrismo. Si fuese así, sería un indicio más de que Buda estuvo en Taxila.  
El propio Batchelor reconoce que no existen pruebas concluyentes de que Buda hubiese estudiado efectivamente en Taxila. Estoy de acuerdo con él en que se trata de una hipótesis interesante y plausible, que seguramente nunca podremos corroborar.
Comentando la carrera de Buda, Batchelor ofrece la imagen de un maestro que conoce bastante bien las realidades mundanas y sabe que su éxito depende de que no se malquiste con los poderosos, en este caso con el rey Pasenadi. Así algunos de sus diálogos son prodigios dialécticos en los que Buda trata de presentar sus enseñanzas de una manera que no incomode al rey. Buda podía cuestionar algunos aspectos de la sociedad de castas en la que vivía pero, como también señalara Richard Gombrich en "Theravada Buddhism", no fue un revolucionario. 
Batchelor piensa que los últimos años de Buda debieron de ser duros y estar teñidos de fracasos. Cuando tenía 72 años, su protector el rey Bimbisara fue destronado. Por esas mismas fechas, su primo Devadatta intentó arrebatarle el liderazgo de la sangha. Al no conseguirlo, provocó un cisma en la comunidad, que sólo se resolvió por la intervención de Sariputta y Moggallana y por la muerte de Devadatta. Aunque a la postre Buda saliera victorioso, su liderazgo debió de quedar tocado. Tal vez algunos monjes empezasen a pensar que por su avanzada edad ya no estaba en condiciones de dirigir la sangha. 
Otro de sus protectores, el rey Pasenadi, también fue destronado y su hijo, Vidudabha, emprendió una campaña para masacrar a los sakyas, el clan de Buda, por una afrenta que le habían hecho. Poco después, en Vesali tuvo que soportar que Sunakkhatta, un noble que había sido discípulo suyo, le atacase y afirmase que carecía de poderes sobrenaturales (acusación algo jodida en la India donde hasta el yogui más torpe es capaz de levitar) y que su doctrina era una mera paja mental que le había ocurrido (en la India, y en todas partes, mola más cuando una doctrina se te revela). Perdidos sus protectores y atacado en algunas regiones donde antes había sido popular, las perspectivas eran sombrías.
Y aún se volvieron más negras cuando murieron sus discípulos Sariputta y Moggallana. El primero murió de enfermedad y el segundo asesinado por unos bandidos que luego se supo que habían sido enviados por un rival de Buda, Mahavira. Mientras tanto Buda se iba debilitando y sufrió una grave enfermedad, que le causó graves dolores y estuvo a punto de acabar con él. 
Y así llegamos al famoso almuerzo que le ofreció Cunda el herrero y donde se intoxicó. Batchelor se plantea si fue realmente una intoxicación o un envenenamiento. En todo caso, los últimos días de Buda, a pesar del dolor y del agotamiento, revelan la grandeza y la serenidad de alguien que ha comprendido que todo es transitorio. Precisamente sus últimas palabras quisieron condensar sus enseñanzas: “¡Todas las cosas condicionadas están destinadas a la destrucción! ¡Recorred atentamente el camino!”
Tan interesante como el esfuerzo por descubrir al verdadero Buda es la indagación que realiza Batchelor sobre cuáles pudieron haber sido sus enseñanzas originales. 
Batchelor encuentra cuatro elementos centrales del Dharma que no podemos atribuir a la cultura hindú de la época y que, por consiguiente, tienen que haber sido descubrimientos del propio Buda. Son: 
1. El principio del origen condicionado. Es cierto que Buda otorgó muchísima importancia a este principio y hace de él la piedra de toque que le sirvió para alcanzar la iluminación. Ahora bien, el desarrollo que tuvo en la tradición posterior fue un poco lioso y posiblemente haya tendido a oscurecer la claridad que el principio tuvo para Buda.
2.- El proceso de las Cuatro Nobles Verdades, que encierran la esencia del pensamiento budista y son compartidas por todas las escuelas. 
3.- La práctica de la conciencia atenta, que en la actualidad vendría ejemplificada por la meditación vipassana. No estoy completamente seguro de que en tiempos de Buda no hubiese ya yoguis que practicasen meditaciones de este tipo. 
4.- El poder de la confianza en uno mismo. Buda no niega la existencia de los dioses del panteón hindú, pero dicha existencia es irrelevante. El despertar, la salvación, son fruto del esfuerzo que realiza uno mismo. 
Batchelor resume lo esencial de sus enseñanzas con estas palabras: “El Dhamma de Gotama es mucho más que un sencillo conjunto de axiomas. No basta con adoptarlos y creerlos, sino que debemos llegar a vivirlos. Suponen abrazar este mundo con toda su contingencia y especificidad, con toda su ambigüedad e imperfecciones. Y, para ello, es necesario ser sinceros con nosotros mismos, estar dispuestos a enfrentarnos con nuestros anhelos y temores más profundos y tener el valor de no acabar huyendo a la supuesta seguridad que nos proporciona nuestro “lugar”. En medio del conflicto y la confusión, el Dhamma nos invita a prestar una atención concreta a todo lo que ocurre, resistiéndonos al deseo de seguir nuestras pautas de reacción habituales y a responder desde la perspectiva serena y cuerda de nuestro propio “fundamento”.

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