A la muerte de Sancho III el Mayor de Pamplona, en el año 1035, su segundo hijo varón, Fernando, pasó a gobernar el condado de Castilla, aunque adoptando el título regio. Dos años después, en el 1037, el nuevo monarca castellano se enfrentó en el campo de batalla al rey de León Bermudo III, del que era cuñado, pues estaba casado con su hermana Sancha. Fernando I salió vencedor del combate, que tuvo lugar en las proximidades de Tamarón. Como consecuencia de aquel suceso, Fernando I, conocido como el Magno, se proclamó rey de León. De esa forma, Castilla y León volvían a estar unidos, pero ahora con título regio las dos entidades, a la vez que precediendo el nombre de Castilla al de León. En el año 1054 el rey de Castilla y León peleó con su hermano García Sánchez III de Pamplona, que fue derrotado y muerto en Atapuerca. En sus años finales de reinado, Fernando I (1035-1065) decidió aprovechar la debilidad de los taifas para lanzar, entre el año 1055 y 1064, diversoz ataques militares contra el territorio de al-Andalus. El resultado de dicha ofensiva fue la ocupación de las importantes plazas de Lamego, Viseo y Coimbra, todas ellas situadas en el ámbito del actual Portugal.
Reinos TaífasConflictos entre reinos cristianos
Tras la muerte de Fernando I (1065) se produjo una división de sus reinos, situándose el primogénito, Sancho II, al frente de Castilla, en tanto que Alfonso VI pasaba a gobernar León, y García, Galicia. A los tres se les adjudicaban las parias de diversos taifas andalusíes: Zaragoza para el castellano, Toledo para el leonés y Sevilla y Badajoz para el gallego. Los hermanos pronto entraron en conflicto. Inicialmente, Sancho II salió vencedor, primero en Llantada (1068), más tarde en Golpejera (1072), éxito este último que le permitió reunir en sus manos los reinos sobre los que había ejercido la soberanía su padre. Alfonso VI tuvo de abandonar León, refugiándose en Toledo, es decir, en los dominios de su vasallo musulmán. Durante aquel destierro, en el que estuvo acompañado por su vasallo Pedro Ansúrez, Alfonso VI negoció con el taifa al-Qadir, preparando el terreno que había de conducir, años más tarde, a su entrada triunfal en Toledo. Mientras tanto, el hermano menor, García, prácticamente había desaparecido de la escena política. Mas el asesinato de Sancho II a manos de Bellido Dolfos en las afueras de Zamora, ciudad que controlaba su hermana Urraca, ocurrido en ese mismo año de 1072, permitió que Alfonso VI regresara a las tierras de la meseta norte, convirtiéndose en rey de Castilla y León (1072-1109).
¿Hubo de prestar Alfonso VI un juramento en Santa Gadea de que no había tenido nada que ver con la muerte de su hermano Sancho?. Eso afirma la tradición, según la cual había sido el vasallo predilecto de Sancho II, Rodrigo Díaz de Vivar, más conocido como el Cid Campeador, quien le había exigido dicho juramento antes de acceder al trono castellano. Ese hecho no tiene, al parecer, ningún fundamento histórico. Ahora bien, el hecho cierto es que Alfonso VI mantuvo unas relaciones difíciles con el Cid, el cual terminó siendo desterrado en varias ocasiones de Castilla. Al margen de esa polémica, Alfonso VI protagonizó acciones de suma importancia para los reinos de Castilla y León. Aprovechando la debilidad del reino pamplonés, incorporó a sus reinos, en el año 1076, diversas comarcas de La Rioja y del actual País Vasco.
Jura de Santa Gadea por Alfonso VIConquista de Toledo
Pero el acontecimiento de mayor relevancia del reinado de Alfonso VI fue, sin duda alguna, la conquista de Toledo, acontecimiento que tuvo lugar el 25 de mayo de 1085. Al parecer, el reyezuelo taifa de la ciudad del Tajo, al-Qadir, había pactado previamente con el monarca castellano-leonés la entrega de aquella urbe, a cambio de que lo instalaran en la ciudad de Valencia. Tras la entrada de las tropas cristianas en la ciudad que fuera sede de los Concilios de tiempos visigodos, y posteriormente capital de la marca media de al-Andalus, Alfonso VI adoptó títulos tan pomposos como imperator totius Hispaniae o emperador de las dos religiones. El imperio leonés de épocas pasadas se había transformado en imperio hispánico. Toledo, era la primera gran ciudad de al-Andalus que pasaba a poder cristiano. La conquista de Toledo se completó con la ocupación de buena parte del valle del Tajo, o lo que es lo mismo, con las tierras de aquel reino taifa. La ciudad del Tajo recibió algunos repobladores, entre ellos eclesiásticos como Bernardo, primer arzobispo de la diócesis a raíz de la entrada de los cristianos, soldados y hombres de negocios. Pero en Toledo permaneció la mayoría de su antigua población, en particular los mozárabes y los judíos.
Aquel éxito hizo posible reanudar el proceso colonizador de las tierras situadas entre el río Duero y el Sistema Central, las denominadas extremaduras. Con la finalidad de atraer repobladores se admitía incluso a delincuentes. A las extremaduras acudieron pobladores origínanos de las tierras al norte del Duero, pero sobre todo de las comarcas entre el río Cea y La Rioja. Dicho territorio fue organizado sobre la base de las denominadas comunidades de villa y tierra o de villa y aldeas. Bastiones clave fueron las ciudades de Segovia, Avila y Salamanca. El carácter militar que tenían los citados núcleos explica que se les haya denominado ciudades-frontera. En dichas urbes el sector dominante lo constituían los caballeros, los cuales iban a poner en marcha, en el futuro, las famosas cabalgadas, que eran expediciones sobre tierras enemigas cuyo principal objetivo era la búsqueda de botín. Diversas ciudades y villas de las extremaduras recibieron fueros, destacando, como más significativo, el otorgado a Sepúlveda.
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