¿Quién pare a los escritores? Esta pregunta me surgió inmediatamente cuando el Bandido preguntó quién pare a los duendes. En la novela El otro gallo de Jorge Suárez existe un pequeño instante en el cual los personajes intentan darle forma a sus argumentos respecto de los duendes. El profesor Saucedo, racionalista, los niega. Sin embargo Benicia cuenta la historia contra la cual nadie puede seguir arguyendo, en la veracidad de un testimonio bien contado no queda espacio para la duda. Entonces, el Bandido concluyó que la oscuridad pare a los duendes. ¿Será que la oscuridad también pare a los escritores?
Quizás sea la palabra la que pare a los escritores. O la imaginación. O las historias mismas. Quizás las tres en conjunto. Seguro los escritores se gestan en cada uno de estos elementos. Probablemente sean los duendes quienes paren a los escritores y la musa no sea más que una bonita forma de disfrazar al enano de mal gusto. Hernán Rivera Letelier, escritor chileno, cuenta que siempre cuando va a escribir lo visita un duende que le va soplando al oído las historias pampinas que él retrata y que tanto gustan a lectores de todas partes. Cada cual tendrá su teoría al respecto. Yo no la tengo, la busco en cada libro que leo. Me he pasado la vida escudriñando la inalcanzable cuestión: quién pare a los escritores.
El otro gallo es una novela fácil de leer, difícil de entender, imposible de olvidar. Resulta una tarea compleja la de desentrañar los misterios que Jorge Suárez le imprimió a su obra. Nunca sabremos si el Bandido y Luis Padilla Sibauti eran la misma persona o si uno de los dos no existía, cuál era, entonces, el ficticio. Lo mejor de esta novela es que pone en la palestra el delicioso arte de contar historias. Quienes tuvimos la suerte de crecer oyendo historias que nos hacían volar la imaginación, que nos cautivaban con asombrosos acontecimientos sucedidos fuera de los alcances de nuestra realidad, sabemos el tesoro con el que cuenta un buen narrador. Eso es sobre todo Luis Padilla Sibauti o el Bandido, un excelente narrador que, aunque repitiera las historias, no perdía la gracia. Si repetía la fórmula en cada ocasión, carecía de importancia, puesto que cualquiera de sus interlocutores podría decir que al final esas jornadas en La Cabaña no habrían sido las mismas sin las historias de El Bandido y los carabineros.
De eso va, básicamente, El otro gallo: las aventuras del Bandido de la Sierra Negra que tiene una pugna constante con los carabineros y matar uno de ellos es para él una forma de reivindicación, una lucha. El Bandido es una suerte de súper héroe criollo, local, El Zorro de su pequeña aldea. El soñador que busca dejar su huella en cada acción, pero que no tiene más herramienta que la imaginación. Sea o no sea un personaje real, todo lo que le pasa al Bandido le pasa a todo mundo, este personaje se constituye en el depositario de las anécdotas comunitarias. Todos se sienten parte de las andanzas de este súper héroe criollo, todo lo que los interlocutores quieren vivir, lo ha vivido el Bandido.
No obstante, de pronto, cuando el lector cree que se enfrenta a una novela que solo contará las historias de un hombre que sueña con matar carabineros, se enfrenta a frases tan profundas como ciertas: “Porque la vida, dijo el Bandido, está hecha de imaginaciones. Y las imaginaciones de charla”. Ahí se revela toda la labor que tendrá que llevar a cabo el lector mientras repase las páginas de este libro: echar a andar la imaginación. Poco importa quién sea quién en esta historia, de nada sirve tratar de desentrañar el misterio oculto en cada línea, fuera de lugar queda la labor de buscar la línea argumentativa del texto. Lo que realmente importa es darle rienda suelta a la imaginación y acompañar al Bandido en cada aventura, ojalá odiar también a los infames carabineros, los infaltables villanos en estas historias de aventuras.
El otro gallo ofrece el exquisito panorama que se vislumbra desde el arte de contar historias. En mi humilde opinión, más allá de las delirantes aventuras del Bandido con los carabineros, esta novela quiere dejar en claro que no existe mejor cosa que relatar historias. En eso se basa la amistad, al fin y al cabo si no tuviésemos nada que contar no tendría sentido sentarse a la mesa con un amigo a cotorrear. Por eso, más que por un vaso de culipi, es que se reúnen el profesor Saucedo, don Carmelo y Benicia en torno al Bandido porque no existe mejor forma de pasar un buen rato que embrujado por el correcto uso de las palabras en un relato emocionante. “Y así como jugando, como intercambiando vejigas de color, porque la vida es eso, banal cotorreo cuya magia no está simplemente en las palabras, sino en el modo en que se las dice –y cuanto más se alejan de la realidad y más se aproximan a la ilusión adquieren más sentido– comenzaba la tertulia”. La vida es, después de todo, ese banal cotorreo que sucede mientras nos divertimos y soñamos.
Finalmente, el Bandido resulta ser un narrador de calidad suprema, tanto es así que uno termina por prendarse de sus historias y hasta con ganas de odiar a los carabineros a muerte. No es difícil caer en descalificaciones contra “los verdes” y jugar con el Bandido a dudar que tengan alma, y de tener alma se van derechingo al infierno. Cualquier lector comprometido afirmaría esto último. Si queremos tener un héroe de tomo y lomo, tenemos que tener villanos a su altura. Por eso no parece exagerado afirmar que “por donde pasa un carabinero no deja más que un rastro de tierra arrasada y sin vida”. Los carabineros representan todo lo despreciable o así debe parecerlo, y el Bandido no pierde ocasión de recalcar que si él mata a “los verdes” es por puro afán de justicia.
“En la ilusión cabe todo, menos esas tristes verdades que arrastramos por la vida como implacables sombras”, dice el narrador en cierta parte de El otro gallo. Y así se nos revela una verdad irrefutable: pese a que el banal cotorreo es parte esencial de una reunión de amigos, se debe reconocer que la vida también está hecha de silencios. La vida de nuestros personajes no es la excepción, por tanto en esta novela de narración de aventuras no se habla de ciertas cosas. Este no es lugar para mencionar aquello de lo cual no se habla en el libro, es solo el lugar para hacerle homenaje a aquellas historias que no se indagan, pero que forman parte esencial de lo que se quiere comunicar.
Si bien no podremos descifrar el enigma de quién pare a los escritores, queda por lo menos el espacio para creer que son los personajes quienes dan a luz a los escritores. Es Luis Padilla Sibauti o el Bandido de la Sierra Negra quien da vida a Jorge Suárez y no al revés. Ese enigma de la relación escritor-personaje resulta fascinante. Por eso esta novela es un imperdible, porque está llena de pequeños e indescifrables enigmas que atrapan a cualquier lector ávido de aventura y dispuesto a dejar su imaginación volar.