¿Quién ahora sino yo? Aunque no sé qué yo. Me imagino avanzando por túneles húmedos, arrastrándome por tuberías estrechas, mimetizándome con una maraña de cables y tubos, lleno de polvo y suciedad posados sobre mí a lo largo de los años. Sobre mi ropa, sobre mi arma. Tengo un arma. Aunque no sé por qué yo. Me observo desde mi posición. Hace años que me observo enredado entre cables y tuberías; me observo mientras trabajo y mientras escribo y mientras me camuflo fingiendo no ser yo, construyendo una ficción en torno a la ficción. Todo acabó, durante trece años todo acabó. El texto demostró la imposibilidad de narrar, la imposibilidad del narrador. Luego lo intentó otra vez. Lo vi desde mi posición entre el polvo y la mugre, vi cómo lo intentó y fracasó. Quizás sería mejor acabar con el lector para reinventar la narración. ¡Acabad con todos! ¡Lanzad la bomba! Parece que al final ocurrió, ya no me veo desde mi escondite. Preparo el arma. Me veo escribiendo sobre la muerte de la narración, sobre la muerte del lector, sobre la imposibilidad del narrador y del lector; luego no me veo más. Veo a un hombre con una chaqueta marrón raída avanzando apresurado con unos papeles en la mano, gritando «¡Así no, imbécil, así no!». O algo parecido.
Era la constatación brutal del presente según ha quedado ya recogida. La idea era como sigue. Se empezaba por el final. Primero la imagen de tres hombres caminando por un paisaje en ruinas. Tal vez evocara la descripción de una idea literaria a propósito de una novela que nos conduce al caos y la destrucción. El Apocalipsis está por llegar. No en nuestro tiempo, en el narrativo.
Primero, los hombres y la constatación de la destrucción y la búsqueda de la cúpula (La Cúpula). Después (antes, cronológicamente), la Sección 9 en La Cúpula, donde el fracaso de un experimento coincidía y concluía con la destrucción total. Se narraba desde una conciencia múltiple, no la de un narrador colectivo sino la de un único narrador con la mente y el comportamiento de un enjambre. El narrador debía morir, el lector debía morir. Desde esa perspectiva la única narración posible era aquella en la que todos los narradores fuesen los propios lectores. Demasiada repetición del concepto. Creo que todavía estaba en construcción cuando todo terminó.
El primero y, por tanto, el último de los relatos versaría sobre un documental de Allen Smithy, Sigma Fake. Desde mi escondite vi cómo lo escribía. Ahora no hay nada que ver. Una fábrica vacía en los sótanos de La Cúpula en la que la inercia del sistema automático hace que las cajas de madera circulen en un bucle sin fin por cintas transportadoras. Aun así mantengo el arma limpia y preparada. Me llega un hedor a podredumbre y descomposición de las cajas circulantes. Soy yo, aunque no sé qué yo. Sigma Fake es un documental que trata sobre la realización de un acto acrobático en lo más alto de un edificio. Como se dice en el texto: «La intención del director, apoyado en numerosos testimonios y documentos, es demostrar no tan sólo que dicho acto no tuvo lugar jamás sino que, en contra de lo que todo el mundo cree, el edificio nunca existió, constituyendo él mismo, su inexistencia, la ferviente creencia en la solidez de su construcción y la trágica catástrofe que lo destruyó símbolos de la falsedad de nuestros tiempos y anuncio de nuestro fin». Nuestro fin. Vuestro fin. No. No todos hemos terminado.
Veo al hombre del traje marrón. Lo vi. Vi a tres ridículos personajes apestando a humo, con ridículas máscaras (de cerdo, de pájaro y de nada), huyendo de un hombre con disfraz de koala. Ésa era otra historia.
Transcribo este fragmento del inicio de Constatación brutal del presente, novela que recientemente ha publicado Javier Avilés, a quien sigo a través de su blog de literatura y cine, El lamento de Portnoy, que viene editando desde 2005. Espero no se moleste por el copia-pega, es solo un breve fragmento que creo invita a la lectura inmediata. Hubiese sido lo suyo una reseña, pero algunas se resisten ferozmente a ser escritas.
Un par de puntualizaciones: Allen -aka Alan- Smithee es un pseudónimo que se acuña en 1968 por el sindicato de directores de cine norteamericano y que asumieron algunos cineastas cuando no querían aparecer, por la circunstancia que fuese, en los créditos de una película. Don Siegel fue el primer caso documentado, debido a sus diferencias artísticas con Robert Totten en Death of a Gunfighter (La ciudad sin ley), diferencias que desembocaban en que ninguno de los dos quería hacerse cargo de lo que había filmado. Posteriormente se ha usado en diversas ocasiones, y existe en IMDB un número razonable de títulos -73- firmados por el tal Smithee, además de videos musicales, mediometrajes y algún spot publicitario. He llegado a esta información interrogada por el documental al que recurre Javier Avilés constatando la presumible falsedad de otro documental, Man on wire, de James Marsh, que narra el periplo del funámbulo Philippe Petit en su empeño por cruzar las desaparecidas Torres Gemelas neoyorkinas a través de un cable a 400 metros de altura, allá por 1974. ¿Quien diablos es el tal Allen Smithy y su supuesto documental, Sigma Fake?
Duele. Lo que no impide, por otra parte, que el conjunto me haya parecido brutal, extraño, magnético, con una narrativa cercana a lo experimental, esa que raras veces, cabe decirlo, da de comer en el mundo editorial. ¿Quién narra? ¿Cuál es el objeto de lo narrado? Deudas literarias al margen, decía Saer que la mirada del narrador, más allá de incorporar la realidad al texto, consiste en «penetrar y traspasar los bordes de la espesa selva de lo real». Lo narrado es presentado como consecuencia de la indagación en la propia realidad contada, y la voz del narrador sufre un desplazamiento -casi nómada-, porque durante la lectura hay un cambio de punto de vista, un proceso de descomposición de la voz narrativa inicial que renuncia al papel tradicional de dar coherencia al relato para transigir en la representación de la realidad adentrándose, bajo diferentes formas, en otros puntos de vista y situaciones suficientemente alejadas del inicio.
Hay mucho de su blog en Constantación brutal del presente, y abundan las referencias cinematográficas, entre otras, a Kubrik -La chaqueta metálica- o Coppola -Apocalypse now-, influencias de Lynch, Donnie Darko o de la también claustrofóbica Haze de Shinja Tsukamoto, y alusiones explícitas, además de la mencionada más arriba, al personaje principal de Executive Koala, de Minoru Kawasaki, al que refiere el final del texto transcrito, película en la que Tamura, un koala gigante, siempre perfectamente trajeado y que ejerce como ejecutivo en una empresa de Tokio, es acusado del asesinato de su novia. Acompañado de una rana y de su jefe el conejo, Tamura es perseguido por su propia realidad y se pregunta, entre otras cosas, porqué existen lagunas en su memoria: acaba por no estar convencido ni de su propia inocencia.