El Rey reina, pero no gobierna. Además de ser inviolable, tampoco es responsable de sus actos, por lo que no puede ser acusado ni imputado cometa el delito que cometa, y menos aún si es de palabra. Está escrito. Eso sí, puede matar elefantes, romper escalones y maltratar alfombras. Tampoco es responsable de su familia política, sobre todo cuando no es de sangre, como su yerno que ha hecho más por la República que el propio monarca, tejiendo una telaraña de corruptelas aprovechando las ínfulas de poder de políticos sin talla que se metieron en camisas de once varas y saquearon las arcas públicas para hacerse con prebendas y el ilustre abolengo que la historia les negó. Poco ha cambiado desde el Medioevo. Pero entre ese poco, está Internet. Ahora, los responsables de comunicación, ante tanta caída física e ideológica, han creído el momento de acercar la Monarquía a ese pueblo que va libre por la Red y en ella ha caído la corona.
La web de la Casa Real da error
O todos mis dispositivos digitales me fallaron ayer a la misma hora o la página de la Casa de Su Majestad el Rey fue borrada de un plumazo durante un tiempo que no sé determinar. Acepta mal las críticas esta corona de espinas. La carta del rey era clara: no hay que perseguir quimeras, hay que estar unidos (leía ayer en Twitter buenas ideas como la de unir también las fortunas y no solo los infortunios). El rey no quiere “escudriñar las esencias” ni debatir si son “galgos o podencos quienes amenazan nuestro modelo de convivencia”, aunque ese modelo sea en la práctica de connivencia y conveniencia. Aquí el negro que escribe los discursos debió poner el máximo cuidado para no errar, dada la similitud sintáctica. El rey vuelve a intentar caer: caer de su inmobilismo y caer bien a unos dando por perdidos a los que persiguen quimeras, a los podencos, pero lo hace con un discurso manido, aprobado previamente por Mariano Rajoy en uno de sus habituales despachos en la Zarzuela. No encuentro ya esa carta en la web oficial de la Corona, aunque quedan imágenes navegando en busca de puerto. No iban tan desencaminados quienes aseguraban, por qué no, que la web ofrecería en streaming las caídas del monarca. Al tiempo. Mientras esto llega, Quim Monzó analizó el texto ayer en La Vanguardia.
Y un regalo y ejemplo de normalidad: la familia real británica en topless, vista por Steve Bell, publicada ayer en The Guardian.