En realidad, ¿por qué vivimos? ¿cuáles son nuestras motivaciones? De niños no somos muy diferentes de los animalitos. Actuamos por pequeñas recompensas como caricias o juegos: igual que se amaestra a un perro, aprendemos modales de pequeños. Y está bien, no entendemos más y es suficiente para que avancemos. Pobres de nosotros, que nos conformamos con un sonajero.
Cuando crecemos es peor, en la adolescencia más que reforzamiento positivo, tenemos reforzamiento negativo, con castigos o privando a los chavales de la inestimable compañía de su teléfono móvil. ¿Pero qué sería de nosotros si no nos hubieran reconducido en la “buena” dirección?
Más adelante somos nosotros mismos los que nos regulamos con el miedo a perder el trabajo, a no poder pagar una hipoteca… Y así nos hacemos viejos. Nos jubilaremos en algún momento, y entonces será el momento de reflexionar: ¿valió la pena?
Una vez me contaron un cuento: esto era un señor muy rico que fue a veranear a un pueblo pequeño, y todas las mañanas veía a un pobre pescador que se hacía a la mar en su vieja barquita de remos y pescaba hasta tener lo suficiente para pasar el día. Luego, volvía a la costa y se ponía a jugar con sus hijos hasta que se hacía de noche.
Entonces, el hombre rico le dijo: -¿Por qué no te pasas todo el día pescando? Así tendrás dinero suficiente para comprarte una lancha a motor.
El pescador le preguntó: -¿Y luego qué?
El ricachón le dijo: -Luego podrías pescar mucho más pescado hasta ahorrar lo suficiente para comprar un barco y contratar a unos marineros.
-¿Y luego qué?, volvió a preguntar el pescador.
-Luego, trabajando muy duro podrías ahorrar lo suficiente como para hacerte con una pequeña flota de barcos, respondió el ricachón.
-¿Y luego qué?, preguntó el pescador de nuevo.
El ricachón, con paciencia le respondió: -Luego sacarías tu empresa a bolsa y se expandiría a más países. Tendrías tanto dinero que podrías pasarte el día jugando con tus hijos sin hacer nada más.
-El pescador le contestó: Pero a mí me gusta comer cada día el pescado fresco que pesco yo mismo.
El ricachón, razonando con él le dijo: -Bueno, podrías salir a pescar un poquito cada mañana, lo suficiente para comer cada día, luego, podrías jugar con tus hijos el resto del día.
Entonces el pescador miró al ricachón, se echó al hombro los pescados que tenía para comer ese día y se fue a jugar con sus hijos.
Esta historia, nos explica muy bien que hay que disfrutar la vida, porque es corta. No podemos estar todo el día sufriendo para dentro de unos años por fin poder relajarnos y vivir. A veces tenemos miedo a crecer, pero si disfrutaste todo lo que pudiste de la etapa que terminas, nunca te da miedo pasar a la siguiente.
El mundo no es un valle de lágrimas si no un lugar donde construir algo en lo que nos sintamos cómodos.
Orson López