Revista Religión

Creyentes y no creyentes

Por Peterpank @castguer

Creyentes y no creyentes

¿Es usted creyente? Si lo es, ¿lo es porque ha leído y reflexionado sobre el tema y su conclusión ha sido que hay evidencias de la existencia de Dios y que a tenerlas ayuda la religión? Yo niego que esto sea posible. Quien lea y reflexione sobre el tema de la fe encontrará tal cantidad de contradicciones, falsedades, incoherencias, mentiras y afirmaciones absurdas que no tiene otro remedio que adoptar una actitud negativa.

Quien cree, cree porque sí, porque quiere creer y jamás, aunque sea persona de alto nivel cultural, somete a prueba su creencia. Yo afirmo rotundamente que quien lea y piense es imposible que crea. Mi experiencia personal es la de quien, habiendo querido apuntalar su fe, pensó y leyó mucho –teología, exégesis bíblica, historia comparada de las religiones, historia de la Iglesia—y se encontró con que todo el edificio se le venía abajo, porque todo aquello era inaceptable, momento en que nuevas lecturas, de física cosmológica sobre todo y evolucionismo, le asentaron definitivamente en la inmanencia. Al ateismo se llega por la razón. A la creencia, por la ignorancia y el autoengaño. Por lo que he podido comprobar infinidad de veces, los creyentes no saben nada ni siquiera de los pretendidos fundamentos de su fe. Porque ni escuchan, ni leen ni piensan.

En este artículo quiero plantear dos cuestiones que sería lógico que hiciesen pensar a los creyentes si los creyentes pensaran, haciéndoles buscar una explicación, que, desde luego, no iban a encontrar.
El cristianismo se autoproclama la religión verdadera, la única religión verdadera. Como es lógico, tiene asimismo la pretensión de que su revelación es la única que ha hecho Dios a los hombres, la cual está contenida en sus libros canónicos, divididos en Antiguo y Nuevo Testamento, ambos con el mismo rango, según declaró la constitución Verbum Dei, del concilio Vaticano Segundo, la cual llega a afirmar que  el mismo Dios es el autor de ellos.

Si fuera así, cabe deducir que las Escrituras del cristianismo tienen que ser, en forma y fondo, infinitamente superiores a las de otras religiones. Pero el caso es que no es así. La Biblia – cualquiera puede verlo– no es superior a los Upanishads, ni al Zend Avesta, ni al Tao Te King, ni a la Bhagavad Gita, ni al Talmud ni al Corán. Es una más en cuanto a doctrina y a belleza literaria, que la tiene. Yo añadiría que tampoco es superior al libro “humano, demasiado humano” de Nietzsche, titulado Así habló Zarathustra, ni a muchos otros, “revelados” por hombres. Y hay otra cosa: en el Pentateuco –conjunto de libros, que, como todo el Antiguo Testamento, insisto, también forma parte del canon de los cristianos–, Dios, definido como infinitamente bueno, obliga al hombre a cometer tales infamias e injusticias, que ni el ser más perverso imaginable hubiera concebido.

A parecida meta se puede llegar si se piensa que si la religión cristiana es obra de Dios, no sólo sería perfecta, sino también única y original. Y no es así, ni mucho menos. El cristianismo –está comprobado y documentado—no es más que un sincretismo de las religiones mediterráneas de la época. Por poner un solo ejemplo: esa preciosa oración que es el Padrenuestro está claramente inspirada en el kadish de los hebreos. Los creyentes creen, porque así se lo ha dictado el magisterio y ellos no se han preocupado de verificarlo, que el Nuevo Testamento constituye un conjunto de revelaciones, algunas de las cuales modifican la doctrina véterotestamentaria, pese a lo cual –hay que recordarlo—el Antiguo Testamento forma parte de los libros sagrados del cristianismo. Mas no es esto lo importante. Lo importante es que, para haber sido inspirada o escrita por el mismo Dios, presenta demasiados elementos o contenidos de creación humana, puesto que es, como ya he dicho, un sincretismo de religiones mediterráneas ya existentes. Con mayor concreción: de religiones, como han demostrado los especialistas, de raíz claramente helenística.

Estas aporías, que en manera alguna son las únicas, jamás son contempladas por los cristianos. Y, por supuesto, están ausentes de la predicación. Como primera condición, la Iglesia exige a sus fieles obediencia ciega, sumisión total. El Papa Pio X decía que en la Iglesia hay seis clases de fieles: los activos y los pasivos, los que enseñan y los que aprenden, los que mandan y los que obedecen… Algo que un ser racional del siglo XXI no puede, no debe admitir. Ahí está, por ejemplo, el tema de los hermanos de Jesús, que choca con el dogma de la perpetua virginidad de María y que la Iglesia despacha con la inmensa e infantil falacia de decir que los tales hermanos, en realidad, eran primos. ¿Y por qué? El evangelista habla de los hermanos de Jesús y da sus nombres, Santiago, José, Simón y Judas, y de varias hermanas, y, más adelante, se refiere a “Santiago, el hermano del señor”, como “jefe de la Iglesia de Jerusalén”. Y emplea el término adelphoi, hermano. Si hubiera sido primo hubiera escrito anepsioi. ¿Qué se lo impedía? Aparte de que Lc 2, 7 se refiere a Jesús como “el primogénito de María”. Un exegeta y teólogo de primera categoría, Günther Bornkamm, en su Jesús de Nazaret (Sígueme, Salamanca, 1977),  afirma rotundamente que, en toda la Biblia, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, adelphoi siempre significa hermano y sólo hermano. Y no es el único que admite que Jesús tenía hermanos y hermanas. Hoy día, todos. Menos los tres o cuatro “piadosos”, que nunca faltan. Aunque no sea su intención, de los estudios de los primeros se puede deducir, a mi juicio, que Jesús de Nazaret, un predicador y taumaturgo itinerante del siglo I fue elevado a la categoría de Dios por sus seguidores, en la forma en que se hizo con otras figuras en las religiones mistéricas. Y no se quiere ver que Jesús, como después Pablo, estaba convencido de la inminencia del fin del mundo, que no hay que decir que no ocurrió. Y, mucho menos, que el verdadero fundador del cristianismo no fue Jesús de Nazaret, sino Pablo de Tarso, un helenista (V. José Montserrat Torrents, La sinagoga cristiana, Ed. Trotta, Madrid, 2005.)

La Física cosmológica, el Evolucionismo, la Historia Comparada de las religiones, la Exégesis rigurosa de los textos, la Historia de la Iglesia, la reflexión, marcan un camino seguro al Ateismo. Mientras la senda hacia la fe la señala la ausencia de honradez intelectual,  la falta de información, la falta de práctica  de la reflexión y la ignorancia.

M. García Viñó


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