Mel, el exiliadoindomable
Nota: 6,5
Lo mejor: Mel Gibson, que encima ha escrito parte de sus diálogos en el filme.
Lo peor: que si le pides algo más que puro entretenimiento te puede estallar en la cara.
Vacaciones En El Infierno parece a simple vista una de esas películas
de la era post Mercenarios, en la que Stallone, Van Damme e incluso
Schwarzenegger han vuelto a la primera línea de fuego para estrenar cada
uno un nuevo vehículo de lucimiento que beba de rentas pasadas. Sí y no. No, porque Get The Gringo, como reza su cachondo título original, es una
película que Mel Gibson rodó a comienzos de 2010, meses antes de que
la fiebre por las canas y las patas de gallo rescatara al cine de acción
de los Colin Farrells, Shia Labeoufs y demas sosainas a la hora de
agarrar una pistola, y eso se nota en un tono y ambientación que la película hace propias. Y sí, porque Vacaciones En El Infierno es el tipo de película con el que siempre ha disfrutado más Mel Gibson, esa en la que fuma, blasfema y mata como si no fuera a haber mañana, incluso todo al mismo tiempo. Y es una jodida lástima que se
tenga que ir a presupuestos de videoclub para seguir haciéndola.
15 millones de euros, salidos en gran parte del bolsillo de Gibson y puestos al servicio del director de segunda unidad de Apocalypto en su debut en la dirección, Adrian Grunberg, con un guión escrito al alimón entre ambos junto a un asistente de producción, Stacy Perskie, que nunca antes había tocado una pluma. Ese es el modesto trasfondo que rodea a la película anteriormente conocida como How I Spent My Summer Vacation, rematado por un estreno estadounidense el pasado mayo que prescindió de las salas, limitándose al mercado doméstico. Como ya habréis deducido, se trata de la prueba cinematográfica definitiva del
ostracismo al que ha quedado condenada la carrera del intérprete tras
sus repetidos deslices antisemitas, mas propios de un personaje de Padre
de Familia que de una estrella indiscutible de Hollywood, y que no fue
incapaz de reparar con el amable papel que le regaló una
bienintencionada -y poco más- Jodie Foster en su último esfuerzo como
realizadora, El Castor, rodada justo antes de la cinta que nos ocupa.
En Get The Gringo, Gibson da vida a un criminal sin nombre que acaba de atracar a un mafioso (Peter Stormare) y cuyo plan de huída consiste en atravesar la frontera mexicana. Con lo que no cuenta es con la codicia de la policía de dicho país, una de las más corruptas del mundo, que no duda en robarle el botín y abandonarle en la prisión de mala muerte donde trascurre el 80% del filme. Se trata de un microcosmos donde los reclusos han construído un pequeño pueblo en toda regla, con sus bares, armas, prostitución e incluso celdas de diferentes tamaños según la renta que estés dispuesto a pagar, y donde la única ley que impera es la del más fuerte, la de Javi (Daniel Giménez Cacho), el capo local, que no tardará en ver un problema en la relación de su nuevo vecino con una reclusa (Dolores Heredia) y su hijo.
Desde la primera escena en la que vemos a Gibson huir en un coche destartalado y disfrazado de payaso, la película deja bastante claro que el humor negro es su principal apoyo para las escenas de acción junto a esa ambientación focalizada y concreta, rodada con muy buen pulso por Grunberg en la prisión real de Ignacio Allende, en Veracruz. El realizador disimula la escasez de medios con el semblante de un thriller
muy gamberro y desenfadado, una mezcla entre old-school y cientos de referencias contemporáneas hasta el punto de recordar -en versión latina, claro- a la visión de batín y pantunflas que tiene de
la mafia el rocknrolla Guy Ritchie, aliñada con la ensalada de tiros a cámara lenta, con posturitas
incluidas, en las que se convertían las reuniones de la yakuza a cargo
del John Woo de los ochenta.
Pero por mucho que la película acierte en rebajar sus pretensiones a nivel visual y argumental, y aunque desfilen intérpretes con oficio como Stormare o el madrileño Giménez Cacho (La Mala Educación, Blancanieves), ni siquiera estaríamos hablando de ella de no ser por
Mel Gibson. Pese a todas las virtudes antes descritas, el actor afincado en Australia ES la película. Su implicación en el desarrollo del proyecto se nota en cada diálogo y escena, y no importa que su
imagen publica atraviese una crisis mayor que las de Tom Cruise y Bernie
Madoff juntas, que el tipo no vuelve a caer en la trampa de utilizar sus trabajos para congraciarse intencionadamente con el público. Por eso, Vacaciones En El Infierno está llena de escenas que escandalizarían al americano medio, como esa en la que vemos al protagonista ofrecerle un cigarro a un niño de diez años. Porque pasar tu infancia en una cárcel mexicana ya es suficientemente jodido como para merecerse un pequeño capricho de vez en cuando. Martin Riggs, el personaje de Gibson en la saga Arma Letal, hubiera hecho exactamente lo mismo.
En
definitiva, estamos ante una de las pequeñas sorpresas del año, a la que sólo se
le puede reprochar un aire de segunda fila, resultado de su propio plan de concepción y circunstancias. Un arma de doble filo que seguro relegará a la película a la marginalidad, pero que se traduce en una metáfora facilmente
apreciable a primera vista, en la que Meloncio ha tenido que saltar el
muro que divide la frontera sur de Estados Unidos, porque en la tierra
donde una vez conoció las mieles del éxito ya no le dejan hacer lo que
mejor sabe: de Mel Gibson. Y cruzadas personales aparte, hay que reconocer que al
bastardo se le echaba de menos.