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Crónica de una liberación: ¿Arde París? (Paris brûle-t-il?, René Clément, 1966)

Publicado el 12 marzo 2014 por 39escalones

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“Teruel”. “Madrid”. Uno de los más apreciables detalles, al menos por parte del público español, del guión de ¿Arde París? (Paris brûle-t-il? / Is Paris burning?, René Clément, 1966), coescrito por los norteamericanos Gore Vidal y Francis Ford Coppola (nada menos) a partir del best-seller de Dominique LaPierre y Larry Collins del mismo título, está en la conservación de los nombres con que los ex combatientes de la República Española bautizaron los blindados y demás vehículos de la 2ª división blindada del ejército francés, conocida como División Leclerc (por el nombre de su oficial al mando), las más célebres tropas de la Francia libre que combatieron en la Segunda Guerra Mundial por la liberación de su país del yugo nazi y del gobierno colaboracionista de Vichy, y que fueron las primeras, con los españoles por delante, en entrar en la capital cuando los alemanes iniciaron la retirada. Dentro de esta división, la novena compañía, conocida como La Nueve, estaba integrada por más de un centenar de españoles que combatían bajo la bandera republicana española, emblema de la unidad, aunque en otras compañías de las tropas de Leclerc, formadas en Chad y en campaña por toda el África Occidental Francesa primero, y por Europa, vía Normandía, después, desde el principio de la guerra abundaban los soldados españoles con uniforme francés en lucha contra el mismo fascismo que les había derrotado en España.

La entrada de Leclerc en París supone el punto culminante de esta superproducción europea dirigida por René Clément, cineasta encumbrado apenas años antes por su adaptación de Patricia Highsmith en A pleno sol (Plein soleil, 1960), que funciona como crónica de los hechos que rodearon la recuperación de París por los aliados, en especial del movimiento de Resistencia que en los últimos días de la ocupación alemana empezó a hostigar a los soldados nazis y a asaltar edificios emblemáticos de una ciudad de la que Hitler en persona había ordenado terminantemente no dejar piedra sobre piedra, incluidos monumentos, edificios históricos, lugares turísticos, etc… Es decir, todo aquello que los nazis no podrían llevarse con ellos (recuérdese El tren). Desde este punto de vista, la película pretende funcionar como otros grandes títulos bélicos del momento, caracterizados por la narración exhaustiva y con ritmo ágil y perspectiva múltiple de acontecimientos históricos mezclados con las historias particulares de los numerosos protagonistas que, con carácter episódico y de manera coral, salpican las tres horas de metraje y a los que da vida. En este sentido, como sus coetáneas, acapara un reparto de lujo entre actores franceses, alemanes y norteamericanos, a saber: Jean-Paul Belmondo, Charles Boyer, Leslie Caron, Jean-Pierre Cassel, George Chakiris, Claude Dauphin, Alain Delon, Kirk Douglas, Pierre Dux, Glenn Ford, Gert Fröbe, Daniel Gélin, Yves Montand, Anthony Perkins, Michel Piccoli, Simone Signoret, Robert Stack, Jean-Louis Trintignant, Pierre Vaneck y Orson Welles. Con el habitual desequilibrio de estas producciones en el tiempo e intensidad dedicados a cada segmento del poliedro que compone el conjunto (el diplomático sueco que interpreta Orson Welles y que ejerce de negociador humanitario entre los todavía ocupantes alemanes y los rebeldes franceses, por ejemplo, salpica sus apariciones a lo largo del filme, mientras que, por ejemplo, el general Patton que interpreta Kirk Douglas apenas aparece en una breve escena, al mismo tiempo que las apariciones de Belmondo, Delon o Signoret saben a muy poco), el valor de la cinta estriba en su condición de documento realista y veraz, aunque siempre desde el empalagoso sentimiento patriótico francés, de los sucesos acaecidos pocas semanas después del desembarco de Normandía, y en su mezcla de imágenes auténticas extraídas de filmaciones provenientes de las grabaciones efectuadas por ambos bandos durante la lucha callejera en París con la reconstrucción o la reinvención dramática de los hechos. De este modo, Clément, Vidal y Coppola transitan por los distintos escenarios que se dieron durante aquellos días, sumando piezas a un puzzle que pretende ser un compendio de estereotipos, tópicos y realidades: los comandos de Resistencia que ocupan tal o cual edificio, los oficiales alemanes deseosos de cumplir los destructivos mandatos de Hitler y el soldado dubitativo que lamenta profundamente tener que aniquilar una ciudad, los traidores que actúan como doble agente y venden a sus camaradas de armas, los soldados franceses ansiosos por entrar en su capital, los americanos y británicos que dudan sobre si la estrategia más conveniente no es evitar París y seguir adelante hacia el Rhin porque temen una fuerte oposición que retrace su avance, los combates callejeros, las pequeñas treguas, las carreras y las huidas bajo el toque de queda o la amenaza de los francotiradores, la alegría de la victoria, la euforia callejera, los bailes y el champán, los besos y las canciones, las risas y las borracheras, los noviazgos repentinos (y momentáneos) y la preocupación por lo que deparará el día de mañana… La película resulta, como sus compañeras de subgénero, un tanto deslavazada y desequilibrada, con momentos de tensión, suspense, intriga y acción muy encomiables (aunque las escenas bélicas, salpicadas de imágenes reales que les proporcionan verismo pero que rompen con la uniformidad visual, mientras que los combates recreados evidencian a menudo una patente carencia de medios propia de una producción europea hecha “a la americana”) y alguna que otra entrega a un urgente romanticismo o al más patético nacionalismo reivindicativo, resultando realmente cruda y trágica cuando algunos de los personajes sucumben en los combates, momentos que Clément, especialmente cuando se refiere a patriotas franceses o a ingenuos y bienintencionados soldados americanos, expone desde una perspectiva claramente antibelicista. Desde este prisma, los alemanes son presentados como un enemigo desprovisto de notas tópicas o connotaciones diabólicas, son tratados desde el punto de vista estrictamente militar, y establece claramente diferencias entre los militares de carrera, que entienden conceptos como la tregua, la atención médica de los heridos o cierto juego limpio en el trato con los adversarios y los neutrales, de aquellos que, desde las filas de las S.S. o la Gestapo, fuertemente ideologizados, apuestan por la simple destrucción total.

Pero, a pesar de que sus pequeñas inconsistencias y debilidades la colocan un escalón más bajo que otras películas de temática similar, esta destaca por una razón superlativa: París, el auténtico protagonista de la película, sus calles desiertas, sus plazas sembradas de sacos terreros, los cañones de los fusiles y las ametralladoras asomando desde las ventanas de las buhardillas, el Sena como frente de batalla, la torre Eiffel como objeivo militar, escenas filmadas en un blanco y negro muy próximo a la nouvelle vague, la ciudad de la luz y del amor amenazada por las cargas explosivas y los bombardeos inminentes de la Luftwaffe, a punto de desaparecer del mapa como las decenas de millones de muertos de esa guerra, pero que sobrevive, late vivísima, el día que el primer blindado francés de la 2ª división (en realidad un vehículo español adornado con la bandera republicana) se detiene ante el Hotel de la Ville y proclama la liberación de la ciudad. El ladrido de los perros de Hitler (por cierto, magnífica caracterización; parece el de verdad revivido: menudo susto)  en su refugio de los bosques prusianos frente a la música de los acordeones y las copas de vino en el mediodía de la libertad. Y los muertos, siempre los muertos, muertos urgentes, de última hora, doblemente desgraciados porque sólo unos minutos los han separado de la vida, de un día más de vida, de la oportunidad de acudir a otro frente, a otra batalla, a otra guerra, muertos por la espalda, por un descuido, por excesivo ardor guerrero y la consiguiente bajada de las precauciones. Jóvenes vidas que ansiaban descubrir los seductores secretos de París y que fueron a morir sobre una de sus calzadas empedradas de adoquines.


Crónica de una liberación: ¿Arde París? (Paris brûle-t-il?, René Clément, 1966)

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