Revista Cine

Crónica del Festival de la Habana (Día VII)

Publicado el 12 diciembre 2011 por Fimin

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-La historia comienza cuando el protagonista escucha en la radio que su primera novia se mato- le dicen a Julio. -¿Y qué más pasa?- -Lo de siempre- -¿Y qué es lo de siempre?- - Todo se va a la mierda.- La madurez del cine chileno está llegando a su máximo apogeo con la consolidación de una narrativa atractiva y consecuente. Este detalle puede revelarse al compararlo, por ejemplo, con el cine cubano actual.

Lo narrativo no solo responde a la vieja ecuación de introducción, nudo y desenlace, existe también una capa, un aura, una forma de contar las cosas que es propia de quien la cuenta y que es propia de la historia contada. Si vamos a contar una historia de amor, evidentemente tenemos toda una serie de situaciones y elementos que no son únicos, que son necesarios para que el espectador vea en ella que se habla de amor. Pero más allá de estos, existe la lucidez del compositor que los ordenará según sus deseos. Me refiero a los capítulos de la historia que son ineludibles y que hacen que el encuentro de dos que se enamoran no sea un cuento más, sino el único cuento posible. Al fin y al cabo esto es lo que sucede en la vida real, por mucho que todas las parejas parezcan responder a un mecanismo universal de conocimiento, reconocimiento y entrega, la nuestra siempre será única.

“Fabula”, la película cubana que ayer comentaba, es una historia de amor, y como tal nos encontramos con imágenes típicas de dicha temática como lo pueden ser ambos protagonistas caminando de la mano por la calle, salpicándose agua de una fuente al tiempo que ríen, ella le pone helado de fresa en la nariz a él, él le aparta el pelo de la cara a ella, y toda una retahíla de imágenes que no son nada particular, de hecho parecen realizadas con los moldes propios del relleno que nos lleva a la parte de la historia que el director está especialmente interesado en enseñar y que, evidentemente, no es esta.

“Bonsái” (2011) del chileno Cristián Jiménez, es una historia sobre literatura, sobre plantas y  también una historia de amor, la de Julio, un adolescente con ínfulas de escritor, y Emilia, compañera de Julio en el curso de literatura en que ambos participan.

A través de juegos en los que se trenzan el mal humor de Emilia, el inexpresivo suceder de Julio, Proust leído en voz alta antes de dormir y “la búsqueda de ambos por encontrar el lugar donde queda el propio ombligo” nos vemos, de repente, ante una historia más que no es una historia más, es una historia agradable e irónica, acida e interesante, donde cada plano alimenta los anteriores y sugiere los siguientes, donde el tronco de lo que se cuenta, la ficción de dos, se presenta aderezada con elementos que solo pudieron combinarse en ese encuentro, el de Julio y Emilia, y que lo hace, naturalmente, único.

El trabajo de Cristian Jiménez se suma así al de la chilena Francisca Silva, directora de “La mujer de Iván”  donde se repiten los esquemas, vaya la redundancia, que los hace únicos. La lucidez del ojo que contribuye a la consolidación de un cine nacional desmarcado de cualquier influencia externa, de una veracidad a la altura de la ficción y una ficción que forma parte intrínseca  de la realidad en que surgió.


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