Su director entró en el mundo del largometraje por la puerta grande, con risas y acción, con Antonio Resines y Jordi Vilches en estado de gracia y con una sangrienta Rosa María Sarda cuyas manos amputadas con una catana nos dejaban una imagen intrínsicamente tarantiniana para el recuerdo. Eran "Dos tipos duros," a quienes siguió el thriller "Un buen hombre" con Tristan Ulloa a la cabeza. Pues bien, ni corto ni perezoso, el director madrileño se atreve ahora con risas y terror, con unos licántropos, y encima, rurales. Son los "Lobos de Arga" de Juan Martínez Moreno.
¿De qué va?
1910, en Arga, un pequeño pueblo de Galicia, una terrible maldición cae sobre la malvada marquesa de Mariño y su hijo, convirtiéndole en hombre lobo en su décimo cumpleaños. Cien años después, Tomás, un escritor fracasado y último descendiente varón de los Mariño, regresa al pueblo convencido de que van a nombrarle hijo adoptivo. ¡Craso error! En realidad, los vecinos piensan sacrificarle para acabar con el reinado de terror del hombre lobo. De no llevarse a cabo el sacrificio, caerá sobre Arga una maldición de consecuencias terribles… y desternillantes.
¿Quién está detrás?
Madrid, 1966. Comienza a trabajar en cine como ayudante de dirección. En 1994 firma el argumento de Una casa en las afueras y dirige su primer corto, Decirte que te quiero. En 2001 debuta en el largo con Dos tipos duros, al que le siguió Un buen hombre (09).
¿Quién sale?
El trío calavera lo conforman el pagafantas Gorka Otxoa, el extraterrestre Carlos Areces, quien comienza a cogerle el gustillo a esto del celuloide, y Secun de la Rosa (a muchos os sonará por "El otro lado de la cama" y "Días de fútbol"). ¿La guinda? Los pa-pe-les!, la pone Manuel Manquiña.
¿Qué es?
Que se mueran los feos + Un hombre lobo español en Arga
¿Qué ofrece?
Estamos ante una propuesta divertida y novedosa, que cierto es, aporta un necesitado soplo de aire fresco a una anquilosada comedia española. Formalmente muy bien parida, sin hacer ascos a su carácter de serie B, "Lobos de Arga" tamién nos brinda un excepcional retrato rural y como era de esperar, unas desternillantes interpretaciones de su cuarteto protagonista. Su problema es que tiene el complicado objetivo de provocar el susto y la risa, y en este sentido, se palpa una constante sensación de quedarse a medio camino entre la parodia y el terror. En ningún momento sentimos que se tome en serio a si misma al igual que también se le percibe esa sensación de no querer caer en la parodia absoluta. ¿El resultado? Reímos y a ratos nos asustamos, pero menos de lo esperado. Aún y así, un buen divertimento, más aún tratándose de una comedia de terror española. A Paul Naschy le hubiera encantado, seguro.