Lo advertimos en nuestra partida a Venecia. Si eres (como seguramente seas) de los que te excitas de sobremanera con las pelis de P.T. Anderson, de los que disfrutan de las interpretaciones de Joaquin Phoenix por encima de cualquier razonamiento lógico, de los que se te dilatan las pupilas simplemente por ver a Philip Seymour Hoffman en pantalla, de los que se le pone la piel de gallina con tan solo imaginarse como sonaría el Radiohead Jonny Greenwood en los años 50, o de los que simplemente, se pone a tono con el hecho de saber que está rodada en 70 mm, no hay duda, "The Master" será para ti (como lo es ya para mi) la gran película del 2012.
¿De qué va?
"Por definición, la buena ciencia admite las diferencias de opinión, si no, estarás abocado a la voluntad de un solo hombre, es decir, a la base del culto". ¿Más? el diálogo que supuestamente enfureció a Tom Cruise, y que señala a L. Ron Hubbard como padre creador de la cienciológía abre la caja de los truenos en boca del carismático gurú de una organización religiosa que allá por los 50, empieza a triunfar, atrayendo, entre sus numerosos adeptos a Freddie, un joven errático a la deriva que acaba por convertirse, no solo en su mano derecha, sino en su amor fraterno.
¿Quién está detrás?
Sus primeros destellos fueron con "Sidney" (1996), estimable comedia de enredo criminal que ya daba pistas de lo que podíamos llegar a esperar de quien estaba tras la cámara. Despuntó con "Boogie Nights" (1997), genial e irreverente retrato de la industria del cine porno de los años 70 que lo catapultó a la cima autorial de Hollywood para consagrarse definitivamente con "Magnolia" (1999), punzante, ácida, pero ante todo, monumental disección de las relaciones humanas que lo llevaron directamente a los Oscar antes de revitalizar el género con el minimalismo de "Punch Drunk Love" (2002), la mejor comedia romántica de este nuevo milenio. Y así, hasta tocar el cielo con sus abrumadores "Pozos de ambición" (2007), indiscutible obra maestra y una de las mejores películas de todos los tiempos que, sin embargo, no obtuvo su merecida recompensa en el Kodak Theatre Center. Ahora, toca "The Master", o lo que es lo mismo, la definitiva confirmación de que P.T Anderson ya es uno de los grandes de toda la historia del séptimo arte.
¿Quién sale?
Y si Anderson está entre los más grandes directores, Joaquin Phoenix y Philip Seymour Hoffman lo están entre los actores. Tras trabajar como secundario en "Sidney," "Boogie Nights," "Magnolia" y "Punch drunk love," Anderson por fin le brinda el merecido protagonismo a un imponente Philip Seymour Hoffman además de inaugurar, esperemos, una esperada (y prolífica) colaboración con Joaquin Phoenix, quien destapa en pantalla el tarro de las esencias que nunca aparece en rueda de prensa. Por si fuera poco, la guinda la pone Amy Adams, otra que tal baila, vamos. Ella es el secreto mejor guardado de "The Master".
¿Qué es?
Una nueva genialidad de un genio llamado Paul Thomas Anderson.
¿Qué ofrece?
Un torrente de pureza cinematográfica en todas sus vertientes es lo que en todo momento irradia "The Master" y lo que la encumbran como la criatura más compleja y abrumadora que Paul Thomas Anderson ha gestado hasta la fecha. Una absoluta maestría al servicio de dos titánicas interpretaciones y de la atracción salvaje que se gesta entre ambos protagonistas, nos sumergen de lleno en una hipnótica odisea impregnada en un estiloso celuloide y contextualizada en unos años 50 que pintan mejor que nunca gracias a la sutilmente saturada y extremadamente cuidada, colorida fotografía de Mihai Milaimare Jr, quien provoca que los 70 mm luzcan galones en la mejor de sus versiones articulándose a través de una vigorosa paleta cromática. Mismo amor podemos profesar hacia Jonny Greeenwood, cuya evocadora banda sonora se orquestra sobre omnipresentes beats rebosantes de clasicismo, que dotan a la película de un carisma propio, único e insobornable.
Y no nos equivoquemos, "The Master" coquetea con el origen de la cienciología pero jamás profundiza en denunciar su carácter y esencia, tanto como nos sumerge en la naturaleza del salvaje amor fraternal que se profesan dos personajes, en un principio tan distantes, pero finalmente, tan mutuamente dependientes, como lo acaban siendo un 'master' llamado Lancaster Dodd y el 'loser' Freddie Quell en la piel de un Joaquin Phoenix que, si no fuera por su particular 'carisma' (lo único que ha hecho en rueda de prensa es fumarse tres pitillos ignorando todas y cada una de las preguntas que se le formulaban) el Oscar 2013 ya tendría dueño inexpugnable.
Esta portentosa disección de la fragilidad humana se convierte así en el principal motor de un sublime artefacto cinematográfico, de compleja y elíptica narrativa, que acaba por erigirse en el film más distintivo y delicado de un genio, cuya magistral obra deberiamos considerar desde hoy mismo, patrimonio de la humanidad.