Patones de Arriba es uno de esos lugares que uno siempre quiere visitar para hacer turismo de fin de semana con las botas de montaña y la ropa de Quechua puesta. Pero el pueblo tiene un inconveniente intrínseco al propio concepto de turismo de fin de semana, pues de viernes a domingo está muy masificado; algo que, no obstante, podría significar un problema menor si estuviéramos hablado de una villa señorial con calles anchas y grandes explanadas, o de una pequeña ciudad de provincias de las que equilibran una casco urbano medieval y una zona nueva con semáforos y franquicias. Sin embargo, y de ahí su encanto, Patones es una especie de aldea levantada en la montaña en la que no se puede meter el coche ni se puede aparcar a la entrada a no ser que el viajero madrugue tanto como el panadero de la zona, puesto que el acceso al tráfico rodado está prohibido y el espacio para aparcar posee unas quince o veinte plazas. Y es en este punto donde entra en juego el truco comercial, la trampa, la pillería; resulta que muchos restaurantes reservan sitio para los autos de sus clientes siempre que el cliente reserve mesa con anticipación, lo cual implica que para visitar el pueblo estás obligado a quedarte a comer. Pero la cosa no acaba ahí: conseguir una mesa en Patones no es tarea fácil a pesar de que es uno de los pueblos españoles que más locales hosteleros posee por habitante. Así de difícil está la cosa.
Pues bien, a consecuencia de todo lo narrado anteriormente nunca había encontrado el momento ideal para acudir a Patones. De modo que aproveché un día laborable que tenía libre para acudir con mi familia casi a hurtadillas, alejado del rumor del turismo y de las voces de los grupos y los guías con paraguas y las abuelas del Imserso. Resulta difícil concebir que un núcleo urbano tan reducido muestre sus estrechas calles atestadas de gente. Aunque quienes recorren los pueblos de la Comunidad de Madrid no deberían sorprenderse, pues suelen estar acostumbrados a las masificaciones de los lugares con encanto y los entornos naturales.
Lo pintoresco de Patones reside en dos elementos, a saber: su ubicación en lo alto de una montaña; su ejemplaridad como representante de la arquitectura negra. Se conoce como pueblos negros a aquellos situados en el entorno de la Sierra de Ayllón cuyas construcciones emplean una técnica que utiliza la pizarra como material. Patones posee viviendas sencillas de dos plantas (muchas rehabilitadas para albergar negocios hosteleros), un iglesia del siglo XVII, una ermita románica y un edifico comunal que hacía las veces de escuela. En diez o quince minutos el viajero puede recorrer todo el perímetro de la aldea, un lugar que un día estuvo aislado y mantuvo su estatus de “estado independiente” y que hoy, convertido en producto de consumo de viajeros urbanitas, se muestra explotado y exhausto como una doncella mancillada y abandonada a su suerte en un bosque para disfrute de unos pocos.