Revista Ciencia
Cuaderno de Bitácora de la Crisis: Egipto, bomba maltusiana
Publicado el 11 agosto 2013 por Carlos Carlos L, Marco Ortega @carlosmarco22Las particularidades geográficas de Egipto, determinadas por las crecidas de un gran río como es el Nilo en mitad del desierto del Sahara, capaz de disuadir de un ataque a cualquier vecino hostil, contribuyeron al desarrollo de una de las primeras y más deslumbrantes civilizaciones que jamás haya conocido la humanidad. Sin embargo, este país de ilustre pasado se encuentra actualmente ante una encrucijada de solución compleja, y que puede desembocar fácilmente en una guerra civil. No voy pues a hablar de la historia de este magnífico pueblo, si no que me limitaré a realizar una mirada sobre la situación actual y sobre unos datos alarmantes deben invitarnos a la reflexión.
Los historiadores estiman que la población egipcia fluctuó a lo largo de su historia marcada por el contexto histórico, los problemas políticos, climáticos o bélicos.
Así pues el número de ciudadanos egipcios ha sufrido sus naturales altos y bajos, pasando del millón de personas del Imperio antiguo, a los dos durante el período de Ramsés II, y alcanzando su cénit durante la época del imperio romano en que se alcanzaron los diez millones de habitantes. Posteriormente, ya fuera por las continuas guerras, invasiones, colapsos o problemas económicos de diversa índole la población retrocedería hasta alcanzar un mínimo de 2.5 millones.
Egipto se adentraría así en la edad contemporánea (la edad de los combustibles fósiles) con una población que rondaba por aquel entonces los 4 millones, y que a principios del siglo XX, gracias a la revolución industrial aumentaría a los 11.3 millones. Esta población continuará aumentando estimulada por los logros tecnológicos, la energía barata y un contexto de paz relativa, hasta alcanzar los 33.300.000 habitantes durante el año 1970. Este mismo año, por poner un ejemplo, España tenía una población de 33.956.04.Es decir, que España y Egipto contaban con poblaciones similares hace apenas 40 años.
Sin embargo Egipto pasa por ser hoy el 15º país más poblado del mundo con sus 83 millones de habitantes, ya que ha multiplicado su población por tres en los últimos 50 años.
Si vemos la pirámide demográfica, Egipto cuenta además con un gran número de habitantes en torno a los 25 años, es decir, su ímpetu demográfico (potencial de procreación) es más que significativo, hecho que sumado a una esperanza de vida que actualmente ronda los 70 años, nos hace pensar que durante las próximas décadas la población egipcia continuará creciendo a un ritmo vertiginoso.
Lo más preocupante para cualquier observador avezado es constatar como el país Africano ha superado con creces su capacidad de carga, hecho que se produce tanto por el ya comentado crecimiento descontrolado de la población, como por el límite que fija la tierra arable disponible, y más aún cuando Egipto es un país que nace y vive por y para un río, el Nilo, cercado por el desierto del Sahara que restringe de modo significativo su posible expansión agrícola.
La escasez de agua y la excesiva urbanización que conlleva la concentración de la mayor parte de su población, es decir 60 millones de personas en el millón de kilómetros cuadrados de zona fértil que cercan la cuenca del Nilo, merman significativamente su ya depauperada capacidad de autosuficiencia alimentaria.
Por tanto a nadie debe sorprender que la superficie de tierra cultivable per cápita en Egipto sea una de las más bajas del mundo, entre 0.03 y 0.06 hectáreas por habitante. En España, valga la comparación, la tierra arable per cápita es de 0.27 hectáreas por habitante, es decir, entre 5 y 10 veces superior a la de un ciudadano egipcio.
Ante una situación de por sí complicada, pues han perdido la capacidad de autosuficiencia alimentaria, la solución pasa necesariamente por obtener el capital necesario del exterior, y que le garantice acceder a los productos básicos mediante el endeudamiento, el comercio o el turismo.
El exceso de población de Egipto ha generado por tanto un endémico déficit comercial estructural, donde las importaciones de productos alimenticios siguen teniendo un peso decisivo. Su saldo negativo se ha compensado en el pasado reciente por los ingresos del turismo, el Canal de Suez y las exportaciones de petróleo.
Sin embargo hace relativamente poco un parámetro esencial en la difícil ecuación del estado norafricano ha variado de modo determinante, Egipto pasó sobre el año 2007-2008 de exportador a importador neto de crudo.
Este hecho ha generado una serie de devastadores efectos en cadena que conllevarán de modo casi inevitable al colapso del país.
La escasez energética está afectando al turismo, pues la carga y transporte de pasajeros se ve condicionado por el acceso de camiones, buses y minibuses al diesel. En Luxor por poner un ejemplo, conductores de autobús pueden pasar hasta dos días esperando en línea debido a la escasez de carburante, provocando el malestar de los turistas al dejar a muchos pasajeros varados.
Los conductores de autobús a menudo se ven obligados a acudir al mercado negro, y así obtener el diesel necesario con que mover sus máquinas a precios exorbitantes.
Además la falta de diesel preocupa a unos agricultores que dependen del mismo para hacer funcionar sus equipos de riego y cosechadores. Algunas panaderías que producen el “baladí”, pan, han tenido que dejar de trabajar debido al encarecimiento de los cereales.
La crisis energética ha provocado pues una desestabilización del país que pone en riesgo tanto la industria del el turismo como la agricultura autóctona. A la coyuntura del país se le suma el alza de los cereales y los carburantes en unos mercados internacionales convulsos por la actual crisis.
Egipto se ve por tanto inmerso en una endémica banca rota que no le permite importar el trigo que necesita; siendo como es el mayor importador mundial de este cereal. Sin combustible no funciona ni el turismo, ni la agricultura ni la industria, y sin comida surge el hambre que provoca revueltas y puede degenerar en una guerra civil que acrecentará más si cabe sus problemas económicos.
Conclusión:
Estos hechos acarrean en la actualidad cambios políticos en un país sumergido en una zona geoestratégica convulsa, tanto por su cercanía a Israel, como por ser centro de una red de regímenes árabes represivos que tanto británicos como estadounidenses han apoyado tácitamente (el control de la zona desde principios del siglo XX ha permitido mantener el control del petróleo barato), o por el control del Canal de Suez (a través del cual se transportan el 14 % de los productos que mueven la economía mundial y el 26% del petróleo de importación).
Los movimientos sociales que se conocieron como primavera árabe, y que se nos mostraron en los medios de comunicación como una aspiración legítima a la democracia, obedece en realidad a una causa tan trivial como el hambre. El depuesto dictador Mubarak, la posterior caída del gobierno formado por los hermanos musulmanes o el golpe de estado militar han sido causados en última instancia por la falta de petróleo barato. La situación actual del país es prebélica, y amenaza con convertir el oriente medio y norte de África en un auténtico polvorín.
Egipto ha entrado en su particular era de las consecuencias, como ya dijera Churchill, y las tensiones actuales que se han precocinado durante año están explosionando al compás del encarecimiento de los alimentos provocado por el cambio climático, la disminución progresiva de la tierra agrícola, la competencia con los biocombustibles y muy especialmente por la dependencia de los combustibles fósiles en la conocida como agricultura industrial.
Mientras las causa no se analicen en profundidad, los problemas serán recurrentes y la crisis se perpetuará tanto en el país africano como en el resto de países que se encuentran en una situación similar (y estos países son legión). Este hecho conllevará inevitablemente al colapso y la pérdida de población de estos estados hasta recuperar su capacidad de carga.
Somos testigos del desmoronamiento de un estado cuyas soluciones pasan necesariamente por la solidaridad internacional, y el control demográfico. En nuestras manos está actuar, más aún, tenemos la obligación moral de actuar mediante la información, el cambio de mentalidad, y la búsqueda conjunta de soluciones que nos preparen hacia un futuro que cada día se nos hace más cercano y oscuro.
Fuente: Vicent Ortega Bataller. The Oil Crash.
C. Marco