"Queridas imágenes del mundo: alejaos de mí hasta casi desaparecer, hasta convertiros en granos, semillas que pueda llevar en la humedad de mi boca, reconociéndolas por su sabor debajo de mi lengua, hasta que os escupa como piedras, igual que un zorro vomita plumas de pájaro". Miquel Barceló, Cuadernos de África, p. 12.
Hace unos años Miquel Barceló se fue a África.
Se retiró a pintar bajo 50º. Pintar bajo esas condiciones es duro. También lo es pintar bajo la presión del reconocimiento o, peor, del dinero. No hay más muerte en Malí que en Wall Street, sólo es menos encubierta. Yo había escuchado y visto lo que todo el mundo sobre él: la cúpula, la catedral, la pistola de pintura. En Arco vi alguna obra sin importancia que hubiera pasado de largo de no haber conocido esta parte africana.
"Pintamos porque la vida no basta. ¿Dije yo eso o lo leí en alguna parte? Creo que es mío. En cualquier caso, aquí la vida sí basta. Es casi excesiva. Un buen lugar para parar. Pero no. Soy demasiado viejo para jugar al pequeño Rimbaud. Volvamos a Europa. Serios. Pero, por favor, Señor del cedro y los hisopos, aleja de mí a rebaños, crítico y estudiantes de bellas arte". Cuadernos de África. Gao. 21.
El descubrimiento real fue hace unos meses en una conferencia: La obra escultórica, la arcilla y la pintura (publicada recientemente por la Cátedra Jorge Oteiza). Contó como su trabajo consistía en pintar con arcilla. Sus esculturas no eran más que pinturas. Pintar con barro que es el material que más se parece a la piel, que mejor guarda las caricias y los arañazos. En realidad, la mayoría de las veces no pinta, despinta. No hace, deshace.
Lo más impactante fue su performance Paso doble, ver cómo convertía su cuerpo en una escultura, se convertía él mismo en sujeto y objeto, en materia y forma. Se fundía de esta manera, una vez más, el arte y la vida, la vida y el arte: