Creo que a muchos os sonará aquel famoso libro llamado El Secreto que tuvo (y al parecer sigue teniendo) bastante repercusión mediática. La primera vez que oí de él fue a través de una amiga, aunque la archiconocida Ley de la Atracción no me era nueva. La era de Internet nos abrió las puertas en el siglo XXI para que nos llegara el conocimiento más variado y cada uno pudiera encontrar su pasión o descubrir y aprender acerca de lo que sea.
Pues bien, el tema me intrigó. Lo desconocido siempre me atrajo. Mi hermana pequeña, ahora toda una mujer y profesional del periodismo y de la moda, no deja de recordar mis “locuras” temporales cuando tras leer un libro o conocer un tema nuevo, no dejaba de hablar de ello y experimentaba en mi habitación con las prácticas más variadas como dejar de ser miope, “hipnotizando” mi mente (finalmente tuve que recurrir a la trivial operación láser para paliar dicho defecto), la fabricación de listas de deseos (una de las cuales, debo admitir, sí llegó a hacerse realidad) o mis intentos de meditación, tratando en vano de adivinar a través de mi subconsciente el futuro.
Hasta que conocí a Ruslán Narushevich y su seminario llamado Doce pasos hacia el compromiso y el éxito. En realidad el curso puede sonar un poco a las típicas charlas para emprendedores, que es de lo que está lleno Internet en los tiempos de crisis en los que vivimos, impulsando nuestra creatividad y dándonos ánimos para perder el miedo y crear nuestro propio negocio. Pero al igual que todo aquello que tiene que ver con los Vedas, se trata de un conocimiento global. Es como fijar los cimientos de una casa o como ir a la raíz del problema. Ahí muy dentro está la solución. Y el primer curso del seminario era poco menos que intrigante: Los deseos se cumplen.
¿Pero de verdad se cumplen? ¿Cómo es posible entonces que el mundo esté lleno de injusticias, que haya millones de personas pasando hambre o sin ir más lejos, que tengamos un 26% de parados en España? El caso es que reitero: se cumplen. Ahí es donde entra en juego el famoso poder de la atracción o la fuerza de nuestros deseos. Resulta que por absurdo que nos parezca, no lo deseamos demasiado. No voy a entrar en temas como la desnutrición en el mundo, ya que ni he estado en esos lugares ni puedo opinar, pero sí me atrevo a comentar sobre el mundo occidental, que es el que conozco.
Al parecer no deseamos lo suficiente las cosas. Muchos nos movemos por los estereotipos o por las modas que nos dictan los demás: desde nuestros padres hasta profesores, amigos y parejas, sin olvidar por supuesto los medios de manipulación masiva. Nos dicen que es bueno ser rico (y hombre, malo malo no es), que tener éxito laboral es lo guay (y así estudiamos carreras que tengan salidas, olvidándonos de que tal vez lo que deseábamos de pequeños era bailar), que tener una casa hipotecada es lo máximo, que la seguridad y la estabilidad debe ser nuestra mayor aspiración. Y nos lo creemos, en apariencia.
El caso es que cada individuo es un ser único y busca desesperadamente dotar de sentido su existencia (siempre y cuando las necesidades básicas estén cubiertas). Muchos no saben siquiera que éste es su fin, pero cualquier cosa que hagamos nos mueve en esta dirección, aunque sea de forma inconsciente. Muchos dirán que en último término buscamos la felicidad y así es, sólo que la buscamos por vías distintas. Pero el motor para la consecución de este objetivo son nuestros deseos. Narushevich tiene una frase que me encanta: “el que no tiene deseos, sólo desea morir”. La depresión sería un claro ejemplo de ello.
Por tanto, hoy más que nunca, creo que no podemos vender nuestra vida a un precio tan bajo. Lo barato es lo fácil, lo de dejarse llevar, lo de seguir en nuestra zona de confort y hacer aquello que no nos da miedo. Pero la única forma de vencer ese miedo es despertando nuestros deseos, es descubriendo aquello que dota de sentido todo lo que hacemos. La única forma de ser feliz es realizar nuestros deseos. No quiere decir que los podamos conseguir, pero el mero hecho de darnos cuenta, de comenzar, de cambiar de rumbo hará que los días empiecen a tener más sentido y no nos lamentemos de haber desperdiciado otro día más.
¿Pero cuál es la fórmula, cómo llegar a cumplir esos deseos? Narushevich lo tiene claro.
Primero aclararnos cuáles son nuestros verdaderos deseos, no los que nos han inculcado o lo que creemos que es lo correcto.
Segundo: es probable que en el momento actual no seamos capaces de llevarlos a cabo (o incluso en esta vida, pero para ello está la reencarnación).
Tercero: cuando ya sabemos lo que queremos, seamos capaces de conseguirlo ahora o no, no debemos dejar de tenerlo presente.
Hagamos lo que hagamos, nuestro sueño será como el leitmotiv de nuestra existencia. De esta forma todas nuestras acciones tendrán un significado nuevo. Así, por ejemplo, aunque nuestro mayor sueño no pueda convertirse en nuestra profesión por ahora, siempre podemos hacer de él un hobby. Lo realmente importante es que nos llene, sólo entonces será un deseo válido. No sé hasta qué punto la compra de un coche de lujo puede hacernos realmente felices. La felicidad según los Vedas, tiene un carácter ascendente. Sólo aquello que tiene la cualidad innata de crecer podrá cumplir con nuestra necesidad de ser felices. Un bien material como tal carece de esa característica.
Así pues, ¿de verdad son nuestros deseos aquellos que creemos que son? Esa es una tarea muy difícil. Viviendo en un mundo estresante y cambiante es muy difícil pararse a pensar. Mi táctica para llegar al fondo de las cosas es precisamente esa: parar, hacer yoga o meditar (cuando lo consigo, claro), dar un paseo o ponerme a escribir. Los viajes son otra forma de descubrirme, pues se trata de salirnos de nuestra zona de confort, aunque sea temporalmente. Y ahí me doy cuenta de que no es el éxito lo que me motiva, ni el dinero, ni la fama, sino entenderme a mí misma y encontrar la paz en mi interior.
Todavía recuerdo con cariño una de las primeras conversaciones que mantuve con el que es ahora mi marido: ¿cuál es tu sueño? me preguntó. Y le dije precisamente eso último, pensando que me diría que estoy loca o que ni yo misma sabía lo que quería en realidad. Y él me preguntó: ¿pero no te gustaría casarte, tener hijos, una casa bonita, un trabajo maravilloso, una vida llena de comodidades? Le dije que también, ¿por qué no? Pero ya entonces presentía que todo aquello no era mi gran sueño, aunque seguramente me haría feliz. ¿Y a vosotros qué os hace realmente felices?