Cuando creer en lo que se ve ya no basta

Hasta no hace mucho, el lema de Santo Tomás, "si no lo veo no lo creo" ha sido el credo del entendimiento de la ciencia sobre el cerebro y su funcionamiento, hasta que surgió la neurociencia y sus implacables descubrimientos que dejaban en evidencia los grandes errores al respecto del cerebro se tenían por ciertos. Pero, mucho antes, algunas personas ya intuían lo que la ciencia aún no había descubierto y demostrado sobre los engaños del cerebro y sus falsos razonamientos. Algunas de estas personas utilizaron esas intuiciones como benéficas excusas  para crear sistemas de control social y manipulación de masas. Se centraron en el control de la información a través de control de medios de información de masas, de técnicas subliminales y procesos de inducción mental colectiva que guiaban a una imagen de la sociedad y sus condestables loable y decente. Pero, de pronto, como un obús improvisado, esas mismas argucias de control se revuelven contra sus creadores. Como en "el Ratablo de las maravillas"  el engaño de marionetas (en este caso de los pudientes) se ha visto esclarecido, y los espectadores ya empiezan a no creer en lo que ven ni oyen. Creer en lo que se ve ya no basta para simular que el sistema social funciona con salvedades inherentes consideradas daños colaterales. Y esos despertares son desagradables, nocivos e impredecibles. La información estaba ahí, delante de la cara, pero había que deducirla más que verla, oírla y creerla. La deducción es, pues, el paradigma para ver un poco más allá, que no es una cuestión baladí en estos tiempos que corren.