Revista Expatriados
La última guerra en la que el Cuarto Poder se comportó como un león, defendiendo aquello en lo que creía y buscando la verdad, fue la guerra de Vietnam. Después de ella, los políticos aprendieron a manejar a los periodistas, empresarios a los que la verdad les importaba una higa compraron los medios de comunicación y las facultades de periodismo empezaron a producir profesionales que tienen más de funcionarios que de investigadores. Entre unos y otros convirtieron al Cuarto Poder en un gatito manso y agradecido que ronronea muy bien cada vez que le rascan la tripa.
La guerra de Vietnam fue un vivero de periodistas bragados, gente sin pelos en la lengua, que trataban de buscar la verdad, de mojarse y de luchar por sus convicciones.
Uno de los primeros que demostró lo que un periodista podía dar de sí en Vietnam fue Joseph Alsop. Alsop había trabajado en la misión militar norteamericana en China durante la II Guerra Mundial. Salió de allí convencido de que China se había perdido porque EEUU no supo comprender que Chiang Kai-shek era su hijo de puta y había que estar con él hasta el final. Fue precisamente Alsop quien puso en marcha la campaña para buscar los chivos expiatorios por aquella derrota con una serie de artículos que publicó a comienzos de 1950 bajo el título “Por qué perdimos China”.
Alsop decidió que EEUU no cometería el mismo error en Vietnam y él se encargaría de que así fuera. Alsop tenía una columna muy influyente titulada “De hecho” en el New York Herald Tribune, que luego pasó al Washington Post. Fue una de las personas que más hizo por divulgar la teoría del efecto dominó, bajo la cual la Casa Blanca racionalizó que lo que estaba haciendo en Vietnam sí que merecía la pena. Alsop más que un periodista era un cruzado anticomunista y más que los hechos en sí le interesaba contarlos de manera que los políticos se vieran obligados a adoptar las decisiones correctas, que coincidían casualmente con lo que Alsop pensaba que se debía hacer.
Su influencia llegó a ser tanta, que circula la leyenda de que en cierta ocasión en la que el Presidente Johnson decidió enviar otros 50.000 soldados a Vietnam, comentó: “Esto debería mantener callado a Alsop por un rato.” Lo que sí es cierto es que Walter Lippmann, periodista y asesor informal del Presidente, llegó a decirles a unos amigos que si Johnson iba a la guerra en Vietnam, el 50% de la responsabilidad sería de Alsop. Y es que Alsop conocía muy bien la psicología de Johnson y no paraba de mentarle la falta de huevos en Vietnam.
Los tipos obcecados hasta el final me despiertan una cierta admiración y eso me ocurre con Alsop. A comienzos de los 70, cuando ya todos se daban cuenta del desastre que era Vietnam, él seguía manteniendo las mismas posiciones que diez años antes. Le daba lo mismo saber que iba quedándose aislado y que su influencia se iba desvaneciendo. En esos momento, visitó Vietnam y una noche después de muchas copas, le confesó a un colega que aquella guerra le había costado “su salud, su tipo y su reputación.”
En cambio, un periodista al que la guerra de Vietnam ayudó a cimentar su reputación fue Walter Cronkite. Cronkite era el periodista estrella de la CBS. Él fue quien dio la noticia a EEUU del asesinato de Kennedy. Procedía de Missouri y sabía cómo conectar con el norteamericano medio.
En 1968 le mandaron a Vietnam para cubrir la guerra tras la ofensiva Tet. A su regreso hizo un balance de la situación en su programa que terminó con estas palabras: “Cada vez está más claro para este reportero que la única manera racional será negociar, no como vencedores, sino como gente honesta que ha cumplido con su promesa de defender la democracia y que lo hizo lo mejor que pudo.” Dice la leyenda que tras haber escuchado a Cronkite, el Presidente Johnson comentó: “Si he perdido a Cronkite, he perdido al americano medio”.
Otro periodista que debió su carrera a la guerra de Vietnam fue David Halberstam. Halberstam llegó a Vietnam en 1962. Tenía 28 años. Era un buen norteamericano y de pronto… “Estábamos encontrando material que no queríamos encontrar. Estábamos yendo a contrapelo. Queríamos que los americanos ganasen. Una de las cosas interesantes era nuestro difícil proceso de reeducación, porque queríamos que funcionase. Y entonces no funcionaba, así que empezábamos a decir que no funcionaba. Fue entonces que empezaron a atacarnos, diciendo: “Estos chicos quieren que perdamos.”” Lo que está tratando de decir sin muchas florituras es que los periodistas norteamericanos llegaban a Vietnam convencidos de que la guerra se estaba ganando y que estaban ayudando a los buenos contra los malos y una vez sobre el terreno descubrían que la guerra no se estaba ganando y que los buenos no eran tan buenos.
Comentando lo que significaba ser un periodista con conciencia en Vietnam, Halberstam dijo: “Nadie se hace reportero para hacer amigos, pero tampoco es agradable en una situación con la guerra de Vietnam encontrarte completamente enfrentado con las opiniones de los principales oficiales de tu país. El pesimismo del cuerpo de prensa de Saigon era del tipo más reluctante: mucho de nosotros habían llegado a amar a Vietnam, veíamos a nuestros amigos morir a nuestro alrededor y nada nos habría gustado más que creer que la guerra estaba yendo bien y que sería ganada finalmente. Pero nos era imposible creer todo eso sin negar la evidencia de nuestros propios sentidos… Así que no teníamos más alternativa que informar de la verdad…”
En 1969 publicó en “Harper’s” uno de los artículos más leídos e influyentes sobre la guerra de Vietnam: “La muy cara educación de McGeorge Bundy” (“The Very Expensive Education of McGeorge Bundy”), que luego desarrollaría en el libro “Los mejores y los más brillantes” (“The best and the brightest”). En ellos trataría de responder a la pregunta de cómo el grupo de políticos más brillantes y mejor formados de toda una generación había sido capaz de cagarla tan estruendosamente en Vietnam. Fue un artículo que fue muy leído. Algunos lo consideran como uno de los mejores artículos que se hayan escrito en la década de los sesenta.
Stanley Karnow se chupó la guerra de Vietnam desde sus inicios. De hecho estaba allí cuando los dos primeros asesores norteamericanos murieron en 1959. Mucho antes de que la ecuación Vietnam = marronazo se hubiese formado en la mente de los políticos de Washington, él ya se había olido de qué llevaba camino de convertirse aquello. A comienzos de 1961, tuvo una conversación con Robert Kennedy en la que le dijo que Vietnam era un marrón y tenía potencial para convertirse en la madre de todos los marrones. Kennedy le respondió: “Vietnam, Vietnam… tenemos 30 Vietnams al día aquí”.
Stanley Karnow aprovechó su experiencia para escribir uno de los mejores libros que se han escrito sobre la guerra de Vietnam: “Vietnam. A History”. Es un libro que pretende transmitir las experiencias que vivió y al mismo tiempo ponerlas en su contexto histórico Para ello se documentó y entrevistó a protagonistas de los dos bandos. Reconoce que es un tema que le toca una fibra sensible, pero aun así, intentó que ello no le cegase a la hora de escribir una historia de la guerra fiable y equilibrada.