Revista Sociedad

Cuando el cuarto poder rugía (2)

Publicado el 20 mayo 2012 por Tiburciosamsa

Otro periodista que estuvo en Vietnam y escribió un libro excelente sobre la guerra es Neil Sheehan, autor de “A Bright Shining Lie: John Paul Vann and America in Vietnam”. Sheehan optó por contar la historia de la involucración norteamericana en Vietnam utilizando la vida de John Paul Vann como hilo conductor. John Paul Vann fue un teniente coronel que llegó a Vietnam en 1962 con ideas iconoclastas y la convicción de que EEUU no estaba ganando la guerra y que la terminó en 1972 convertido en un halcón, convencido de que se podía ganar. Sheehan quería escribir algo más que una crónica o un reportaje sobre lo que había vivido en Vietnam. Rechazó la idea de escribir una memoria de reportero de guerra, porque, en su opinión, los reporteros valen por lo que presencian e informan. Así llegó a la idea de este libro. ¡Qué tiempos aquéllos en los que los reporteros no creían que lo más importante de la guerra era que ellos estaban presentes!
Sheehan, como Karnow o Halberstam, no se limitaba a hacer su trabajo, sino que juzgaba lo que estaba viviendo de una forma ética, palabra que está bastante en desuso. Inicialmente había querido que ganase EEUU, pero lentamente fue viendo más allá de las mentiras oficiales y fue dándose cuenta de todo el sufrimiento que estaban ocasionando en Vietnam:
Recorrí la mayor parte del Delta del Mekong en mis dos primeros años. Me gustaban los vietnamitas como pueblo. Tenía muchos amigos vietnamitas. Hete aquí que venían el Ejército regular de EEUU y el Cuerpo de Marines y la Fuerza Aérea y la Armada y comenzaban a bombardear y a quemar este país que se suponía que estábamos salvando. Quiero decir que si había un francotirador en un pueblo, no iban y lo agarraban. Ordenaban una cortina de fuego artillero o un ataque aéreo y pulverizaban todo el pueblo. El General Westmoreland estaba bombardeando deliberadamente pueblos en las áreas del Vietcong para expulsar a la población. Lo estaba haciendo deliberadamente y estaba matando y mutilando a decenas de miles de mujeres y niños. Todo esto empezó a darme asco de verdad, pero la justificación era que teníamos que soportarlo porque teníamos que parar a los comunistas y todos aún se lo creían, pero empezó a darme asco de verdad.” 
En 1971 Sheehan se vio en una de esas situaciones en las que uno tiene que demostrar que es un profesional, cuáles son sus valores y si tiene coraje. Daniel Ellsberg, un ex-funcionario del Departamento de Defensa, le filtró lo que se denominaron “papeles del Pentágono”, documentos oficiales secretos que mostraban muchas de las mentiras sobre las que se había montado la guerra. Sheehan, que conocía el asunto, se dio cuenta inmediatamente del valor de la documentación y defendió ante sus jefes del “The New York Times” que había que publicarlos. Sheehan tuvo los huevos de decirles a sus jefes: “Tenéis que publicar este material. Pertenece al dominio público. Tenemos el deber bajo la Primera Enmienda de publicarlo.” Los editores decidieron publicarlos y despidieron al abogado que les había aconsejado que no lo hicieran. ¡La misma valentía y honestidad que mostraron los medios cuando se preparaba la guerra de Iraq!
Muchos periodistas llevaron su compromiso con su profesión hasta el extremo, hasta la muerte. Marguerite Higgins escribió sobre Vietnam en el “Herald Tribune”. Higgins era obstinada y no le importaba ir contra corriente. Estaba convencida de que se trataba de una buena guerra, que los franceses no habían perdido Indochina, sino que la habían regalado en una tregua, que EEUU la iba a ganar sí o sí y que la mayor parte de sus compañeros eran unos derrotistas. Circula una anécdota cuya veracidad no he podido confirmar que afirma que Higgins dijo un día de sus colegas de profesión: “Los reporteros aquí [en Saigón] querrían vernos perder la guerra para probar que tenían razón”. Todas sus opiniones las vertió en su libro “Our Vietnam Nightmare” (“Nuestras pesadilla vietnamita”, curioso título cuando los que más estaban sufriendo eran los vietnamitas y los norteamericanos tenían la opción de marcharse cuando quisieran, opción que no estaba abierta a los vietnamitas). En 1965, durante una visita a Vietnam, contrajo una enfermedad tropical que la llevó a la tumba. Tenía 46 años. No comparto sus opiniones sobre la guerra de Vietnam, pero le reconozco el coraje de escribir en contra del sentir de la mayor parte de sus colegas. 
Sean Flynn era un poco bala perdida. En enero de 1966 llegó a Vietnam y descubrió su vocación: fotógrafo de guerra. Ser fotógrafo de guerra en Vietnam era como ser vendedor de Biblias en Afghanistán, una profesión de alto riesgo. Tanto que el reportero Zalin Grant cuenta que los fotógrafos solían hacerse fotos mutuamente por si al otro le mataban luego. Eso revalorizaba mucho la foto.
Sean Flynn era bragado. Su primera lección en Vietnam fue que si querías estar donde estaba el fregado, tenías que montarte en los helicópteros que iban a recoger a los heridos. Se metía en los sitios de mayor peligro. Circula la leyenda, que posiblemente sea cierta, que en cierta ocasión encabezó a un pelotón que cargaba colina arriba bajo el fuego enemigo, después de que su comandante hubiese sido herido. Sin embargo, no era el típico Rambo. Era un hombre sensible que quería contar al mundo lo que estaba viendo. Era un hombre con preocupaciones éticas y curiosidad por la vida en todas sus facetas:
Se me hizo claro que la guerra era una equivocación. Pasé por varias etapas en las que odié todo el asunto. Estaba realmente avergonzado de cualquier cosa que fuera americana. A medida que pasaba el tiempo, sin embargo, me di cuenta de que los soldados sobre el terreno eran algunas de las personas más interesantes con las que nunca me hubiera encontrado. Estaba en condiciones de encontrarme con una selección muy amplia de América, mis coetáneos con los que nunca antes había sido capaz de comunicar.”
En 1970 marchó a Camboya que era el nuevo punto caliente de Indochina, después del golpe de estado del general Lon Nol. El 6 de abril de aquel año alquiló una moto Honda y decidió internarse en la zona controlada por los khmeres rojos. Pensaba que yendo a su aire y con perfil bajo, podría explorarla. Nunca se le volvió a ver. Parece que los khmeres rojos le capturaron y le asesinaron algo más tarde.
En aquel viaje fatal le acompañaba Dana Stone. Dana Stone trabajaba para CBS y estaba hecho de la misma pasta que Sean Flynn. Los marines le habían apodado Mini-Grunt por su tamaño y porque le consideraban uno de los suyos, un tipo valiente que simplemente intentaba hacer bien su trabajo y sobrevivir.
Stone era un tipo imaginativo. Un buen día fue al “The Valley News”, un pequeño periódico de Vermont y les pidió que le hicieran una carta diciendo que le habían enviado a Vietnam para que hiciera fotos para el periódico. Con esa carta se presentó ante las autoridades survietnamitas y les convenció que el “The Valley News” venía a ser como “The New York Times”. Consiguió su acreditación y se puso a hacer fotos con una cámara recién comprada. Además del valor, una cosa le asemejaba a Sean Flynn: no tenía ni puta idea de fotografía cuando llegó a Vietnam.
Un ejemplo del peso que tuvieron esos periodistas ocurrió durante la ofensiva Tet. La ofensiva Tet de 1968 fue un desastre para el vietcong, la guerrilla comunista en Vietnam del Sur. No consiguieron sus objetivos y se desangraron. Militarmente fue una derrota en toda regla, pero los periodistas la convirtieron en una victoria mediática. Para entonces, hacía mucho tiempo que habían perdido la confianza en los boletines oficiales que siempre anunciaban la victoria para pasado mañana. Cuando el General Westmoreland anunció que la ofensiva Tet había sido un fracaso no le creyeron. Resultaba difícil creerle cuando habían visto a militantes del Vietcong pegando tiros a las puertas mismas de la Embajada norteamericana en Saigon. La opinión pública norteamericana optó por creerles a ellos y ya no hubo nada que el Gobierno norteamericano pudiera hacer para mantener al país en la guerra de Vietnam.
Han pasado cuarenta años desde entonces y ¿dónde estaban los herederos de esos periodistas durante las guerras de Iraq y Afghanistán? Tal vez cubriendo la última adopción de Madonna en África, el último partido de tenis de las hermanas Williams o la evolución del Nasdaq. O tal vez sea que esos periodistas hayan desaparecido sin dejar herederos. ¿Qué ha sucedido? Pienso que han sucedido varias cosas:
+ Los viejos medios de comunicación se han convertido en grandes compañías que ya no creen que su finalidad social sea informar. Su finalidad es enriquecer a los accionistas, promover los intereses políticos de sus propietarios y entretener. 
+ El periodista tipo que trabaja para esos medios ya no es el tipo individualista y motivado que vive su profesión. Ahora es un empleado que sigue fielmente la línea editorial que le marca el jefe. Aún quedan periodistas a la antigua usanza, pero suelen ser free-lancers, que es la única manera hoy en día de conservar la independencia.
+ Ahora las noticias nos inundan y hemos perdido (o nos han hecho perder) el sentido de las prioridades. El norteamericano de los años 60 sabía que en Vietnam se estaba jugando algo más serio que en los Juegos Olímpicos de México. Hoy, según presentan los medios las noticias, parece que la retirada de Afghanistán fuese tan importante como la última victoria de Rafa Nadal, el penúltimo novio de Belén Esteban, la prima de riesgo, un caso de violencia doméstica en Alcorcón y un elefante al que pegaron un tiro recientemente en Botswana. Antes había sólo uno o dos temas candentes de actualidad. Ahora parece que todo lo fuera y, como consecuencia, nada lo es.
+ Los gobiernos han aprendido las lecciones de Vietnam. Una es: nunca tengas periodistas descontrolados en un país en guerra. Fue muy hábil por parte de EEUU lo de incrustar periodistas en las unidades del Ejército durante la guerra de Iraq. Sí, el periodista estaba muy agradecido porque le llevaban adonde estaba la acción. Y el Ejército más porque podía controlar lo que veía y lo que escribía.
+ Y, tal vez, la razón más deprimente de todas: el público ha bajado de calidad. Ya no busca informarse, sino consumir noticias como si fueran pipas. Ya no hay tiempo ni interés para los análisis sesudos, sino para los titulares llamativos. Y lo principal: Belén Esteban le mola más que Hamid Karzai… suponiendo que sepa quién es Karzai. 

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