El peronismo clásico se encontró bajo la disyuntiva
de darle validez e importancia al revisionismo histórico, cuyo dinamismo había adquirido importancia desde la década del treinta de la mano de nacionalistas de derecha. En las revistas La Nueva República, fundada en 1927, y Criterio, fundada en 1928 –en torno a la que se organizaron los “Cursos de Cultura Católica” –y más adelante el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, se nuclearon defensores de la figura del Restaurador (1), que buscaron su reivindicación, como principal oposición a la corriente histórica liberal.(2)Muchos de los revisionistas se adhirieron al peronismo y marcaron las analogías de Rosas con Perón. Sin embargo, el gobierno peronista desencantó ese entusiasmo revisionista al no querer alejarse de la historia de corte tradicionalmente liberal. De hecho, en los textos escolares no se alteró la línea clásica, solamente incorporando a ella, los acontecimientos más importantes del peronismo dejando de lado cualquier reivindicación de los caudillos federales. Incluso cuando se nacionalizaron los ferrocarriles, los nombres que acompañaron al de San Martín fueron todos próceres del olimpo liberal: Belgrano, Sarmiento, Urquiza, Mitre y Roca. Cualquier tipo de reivindicación dirigida hacia una revisión de la historiografía liberal era mal vista a los ojos del gobierno: por ejemplo, cuando el diario oficialista La Época en 1949 decidió publicar una serie de artículos sobre historia argentina de neto corte revisionista, alcanzó una acalorada polémica cuando se consideró ofendido el gobernador de Entre Ríos por uno de dichos artículos donde se defenestraba a la figura de Urquiza. El resultado fue un fuerte regaño hacia el dueño del diario, E. Colom, por parte de la mismísima Eva Perón, que mediante una llamada le recriminó: “Vos no podés hacer esa campaña que hiciste anti-urquicista, porque el peronismo es urquicista, y no vale la pena dividirlo o hacer la división con los que están con Rosas o contra Rosas; seamos todos peronistas, estén todos unidos, pero no traigan cosas viejas” (3).Y cuando en 1954 comenzó una campaña a favor de la repatriación de los restos de Rosas, que descansaban en su exilio británico, “una indicación discreta pero precisa de Perón persuadió rápidamente a los promotores de la inoportunidad de su iniciativa”.(4) Como destaca Ciria, la propia Carta Orgánica de 1954 establecía que se deberían adoptar medidas para evitar que el Partido Peronista “... intervenga o aparezca interviniendo a través de sus dirigentes o afiliados en los problemas de revisionismo o antirrevisionismo histórico y en los de carácter internacional”.(5) Se puede argumentar que durante el peronismo clásico, Perón mantuvo un equilibrio entre Rosas y Sarmiento, mientras se apoyó constantemente en la figura indiscutible de San Martín. Son dos los factores preponderantes por los cuales Perón se mantuvo alejado de cualquier comparación con Rosas, el primero es por una cuestión de su propio pragmatismo donde evitó cualquier tipo de polémicas que pudiera traer una desbancada de los clásicos hombres de la patria, por los caudillos federales cuyas figuras aún seguían siendo discutibles para él. Es sabido su conocimiento de historia argentina desde sus inicios de oficial, sobre todo interesado en lo concerniente a batallas. Un ejemplo de su interiorización se puede vislumbrar en su biografía; cuando siendo teniente coronel en el Centro de Instrucción de Montaña, es invitado a formar parte de una filial mendocina del Instituto Nacional Sanmartiniano, por tratarse de “un historiador que ha profundizado el estudio de la gesta sanmartiniana desde el punto de vista militar”, integrándose como vocal de la junta ejecutiva y formando parte de varias subcomisiones internas. En esos tiempos, tendrá largas conversaciones con el historiador Roberto Marfany donde explica “su sentido de revisionismo, crítico, pero sin caer en extremos políticos, dimensionando en su justa medida la figura de Juan Manuel de Rosas”.(6)Peña Lillo explica el porqué Perón no adhiere a la reivindicación de Rosas, habiendo sido Jauretche uno de sus asesores intelectuales: “Perón no era ni rosista ni revisionista, siendo totalmente indiferente a la presión que se ejerció sobre él para repatriar los restos del Restaurador. Estas discusiones teóricas las dejó para distracción de los ideólogos. El abrevaba la historia en la monumental obra de Bartolomé Mitre...”(7) El otro factor, es conceptual pues, además de las dificultades que le implicaría, era mucho más conveniente su comparación con San Martín, centrando su figura como conductor del pueblo, que compararse con Rosas, el caudillo federal. Su pensamiento distinguía muchas diferencias entre conductor y caudillo, y desde ya no quería que haya equivocaciones: “El caudillo improvisa, mientras que el conductor planea y ejecuta; el caudillo anda entre las cosas creadas por otros, el conductor crea cosas nuevas; el caudillo produce hechos circunstanciales, mientras que el conductor los produce permanentes; el caudillo destruye su acción cuando muere; la del conductor sobrevive en lo que organiza y pone en marcha. Por eso el caudillo actúa inorgánicamente y el conductor organiza, venciendo al tiempo y perdurando en sus propias creaciones. El caudillismo es un oficio y la conducción es un arte”.(8)Sin embargo, a partir del fenómeno que suscitó el peronismo, fue inevitable para la oposición encontrar paralelismo entre Rosas y Perón, iniciando un nuevo capítulo en la historia de “la zoncera que parió a todas”: Civilización o Barbarie. El peronismo, a pesar de mantener la línea historiográfica tradicionalmente liberal, en sus acciones era antiliberal, mediante su retórica nacionalista y antiimperialista. La analogía con la tiranía de Rosas sería un recurso recurrente para Sur para manifestar su oposición al régimen peronista. Desde luego que no era exclusivo de la revista, ya que basta hacer una recorrida en los diarios que manifestaban su oposición, como en los discursos de los adversarios, para encontrar las coincidencias que hallaban con Rosas. Por ejemplo, en el aniversario de Caseros, el socialista Dardo Cúneo expresaba: “Venimos a celebrar Caseros con el convencimiento de que Rosas, vencido el 3 de Febrero de 1852, ha reaparecido en la Argentina del 3 de Febrero de 1946. Este recuerdo nuestro tiene un carácter de una jornada de lucha y quiere ser una batalla más contra la tiranía”. (9) Las alusiones son muchas y permanentes, en efecto, el peronismo, fue relacionado por la oposición con los dictadores europeos y con la tiranía rosista, en consecuencia, sus adversarios levantaban en andas los estándares de la unión panamericana, junto con los valores liberales heredados de Mayo. En una solicitada publicada en La Prensa, el viernes 1° de Febrero de 1946, numerosos escritores defendían las posturas cívicas democráticas brindando apoyo a la Unión Democrática, “... para salvar los destinos del país, estableciendo el imperio de la Constitución Nacional y restaurando los principios de Mayo, bajo el régimen de libertad, justicia y fraternidad humana...”. (10)Volviendo a la analogía Rosas –Perón, incluso en el luto que se impuso por la muerte de Evita, se comparaba con el que realizó Rosas al fallecer Doña Encarnación. La eficacia simbólica negativa que tenía el paralelo trazado entre Rosas y Perón sería explotada por la oposición a lo largo de nueve años de gobierno justicialista, para finalmente sellarse en la expresión con la que se autodenominaron los golpistas: “Revolución Libertadora”, cuyo fin era acabar con “La Segunda Tiranía”. A partir de ese momento, las analogías se hicieron mucho más explícitas, conmemorándose el acontecimiento como un “segundo Caseros”. En la edición “Por la reconstrucción nacional”, Sur no puede evitar hacer las evocaciones previsibles: por ejemplo, Aldo Prior expone que los males que aquejan a la Argentina son los mismos que previó Sarmiento en su Facundo: la barbarie, que en ese caso encarnaba el rosismo y el caudillaje federal. “Estos acontecimientos... vuelven a aparecer de vez en vez, bastante tercos, porque denotan la persistencia de lo que no ha cambiado en medio de tantas otras cosas que lo han hecho. A la barbarie tampoco se la mata. Y esto, aunque ya lo sabía Alberdi, puede ser olvidado”.(11)
Con el peronismo proscripto, la figura de Rosas será tomada como bandera de lucha por un nuevo grupo de revisionistas de carácter popular, que denunciaban el derrocamiento de Perón, como una nueva traición de los “vendepatria”, aquellos que avalan la historia liberal, que siguen la línea Mayo –Caseros. Así, con su sarcasmo original, Jauretche publicaba en el semanario Qué: “Qué grande sos, Don Juan Manuel. Sos el primer Restaurador... La oiremos cantar con la musiquita que ya se sabe. Lo que no pudieron don Leandro y don Hipólito, Horacio Oyhanarte y Corvalán Mendilaharzu, entre los radicales y una generación entera de vigorosos historiadores entre los nacionalistas, lo han logrado la SADE, ASCUA y los grandes diarios. ¡Flor de revisionistas, estos libertadores! Porque la sombra de don Juan Manuel anda ya entre las multitudes argentinas y su nombre es nombre de libertador con el necesario y fatal destino de exilado. (...) Así nos bastó que nos demostrasen que esto era el nuevo Caseros, para que mis paisanos se dieran cuenta, una vez por todas, de lo que fue el otro.”(12)Los textos más difundidos de esta nueva corriente revisionista peronista, verá la luz con dos de los textos más populares de esa época, que alcanzaron gran difusión: se trata de Los profetas del odio de Arturo Jauretche e Imperialismo y cultura de Hernández Arregui, ambos de 1957. Entrando los sesenta, el peronismo adquiriría nuevos matices que incluso lo vinculaban con el marxismo. El propio Perón, desde su exilio, adquiere una retórica reivindicativa hacia Rosas y los caudillos, reconociendo su gobierno como auténticamente popular. (13)
Notas:
(1)NEIGBURG, F. Los intelectuales y la invención del peronismo. Buenos Aires. Alianza. 1998. p. 138.
(2)Se distingue a su vez de los primeros historiadores que realizaron una revisión del prócer, dentro del
marco liberal, como fueron Adolfo Saldías y Ernesto Quesada.
(3) Según testimonio del propio E. Colom. Ver Plotkin, Mañana es San Perón, Apéndice I: “Los comienzos de la prensa peronista”. p. 314.
(4)HALPERÍN DONGHI, T. Ensayos de historiografía. Buenos Aires. El Cielo por Asalto. 1996. p.118.
(5) CIRIA, A. Política y Cultura Popular: la Argentina peronista, 1946-1955. Buenos Aires. De la Flor.
1983. p. 283.
(6) PAVÓN PEREYRA, E. (Dir.) Perón, el hombre del destino. Buenos Aires. Abril Educativa y Cultural.
1974. Tomo I. p. 166 –167.
(7)PEÑA LILLO, A. Memorias de papel p. 79.
(8) PERÓN, J. D. “El caudillo y el conductor. Discurso pronunciado en la Primera Asamblea Partidaria del Luna Park. Junio 25 de 1949” en Habla Perón. Buenos Aires. Subsecretaría de Informaciones. 1950. p. 33.
(9)Discurso reproducido en La Prensa, 4 de Febrero de 1946. Citado en SVAMPA. M. El dilema
argentino: Civilización o Barbarie. Buenos Aires. Taurus. 2006. p. 328.
(10)“Escritores Argentinos definen su posición Cívica Democrática” en KORN, G. (Comp.) Literatura
argentina siglo XX. El peronismo clásico (1945- 1955) Descamisados, gorilas y contreras. Buenos Aires.
Paradiso. 2007. pp. 27 –29.
(11)PRIOR, A. “Apelación a la conciencia” en Sur, n° 237. Noviembre –Diciembre de 1955. p. 81.
(12) JAURETCHE, A. “Aprendamos a leer los diarios (aunque el pueblo argentino ya aprendió bastante bien)” en Qué sucedió en siete días. Año IV. N° 174. 25 de Marzo de 1958. p. 12.
(13)Se puede apreciar la nueva concepción historiográfica de Perón en el filme Actualización política y doctrinaria para la toma de poder de SOLANAS –GETINO, donde reconoce que los únicos gobiernos que defendieron los intereses nacionales fueron el primer gobierno patrio, el de Rosas, el de Yrigoyen y el suyo. Otro indicio de su giro lo podemos apreciar en el interesante libro de Eugenio Rom: Así hablaba Juan Perón (Peña Lillo, 1980) donde Perón en 1968, expone un panorama histórico de la Argentina desde la formación del Virreinato del Río de la Plata hasta el golpe que lo derrocó en 1955.