Las culturas de Extremo Oriente manejan mal el conflicto. Su ideal es la armonía social. Antes que romperla, prefieren mirar hacia otro lado y meter los conflictos debajo de la alfombra. Pero hay conflictos que se resisten a que los escondan y pugnan por volver. Cuando resurgen lo hacen por la puerta grande, estallan y es ahí cuando el asiático se ralla.
Un filipino cabreado entra en el estado que yo denomino de “bahala na”. Una traducción podría ser “que sea lo que Dios quiera”. Cuando el filipino entra en ese estado, se queda callado y no hay manera de saber lo que pasa por su cabeza. Ha entrado en un estado psicológico muy especial: está tan cabreado que le da lo mismo lo que suceda a continuación, así sea un terremoto 9 en la escala de Richter.
Imaginemos que el marido de una filipina llega a casa a las cuatro de la mañana. Está un poco bebido y lleva manchas de carmín por toda la cara. Lo menos malo que le puede pasar es que su mujer se ponga a gritar y le dé un sartenazo en la cabeza. Si es así, ha salido bien librado. Si la mujer le recibe en silencio y sin mirarle directamente a la cara, ¡la ha cagado!
Los thailandeses son famosos por su sonrisa. Pero es una sonrisa que esconde muchas cosas y algunas pueden ser bastante siniestras. Dos coches chocan. Ha sido culpa del conductor thailandés. El conductor farang del coche sale cabreado y empieza a increpar al thailandés. El thailandés sonríe. El farang piensa que se está burlando de él y se pone a gritar más fuerte. En su ira no se da cuenta de que la sonrisa del thailandés se ha crispado. De pronto el thailandés saca una pistola y le pega dos tiros. Fin de la discusión.
La cultura thailandesa evita la confrontación a toda costa. Al niño thailandés se le educa para que no muestre sus sentimientos, especialmente los de ira. Eso es de muy mala educación. Al final el thailandés crece disociado de sus propios sentimientos. Sólo sabe que son una fuerza oscura que hay que procurar tener a distancia. Cuando una situación explosiva aparece, el thailandés no sabe cómo escalar la agresividad, cómo pasar de hablar fuerte a chillar y de allí a hacer gestos amenazadores. Aguanta con su sonrisa crispada y cuando no puede aguantar más la violencia de la situación, los sentimientos se le descontrolan, le arrebatan y saca la pistola.
Entre los pueblos malayos existe la tradición del “amok”, que en inglés ha dado la expresión “run amok”. El “amok” consiste en que uno entra en un estado de tal rabia que la única manera de ventilarla es coger un cuchillo, echar a correr y apuñalar a todo el que se te cruce en tu camino. Hay gente en “amok” que ha llegado a matar hasta a una veintena de personas. Ni a los que se les va la olla con una semiautomática entre las manos en EEUU llegan a tanto.
En Bali existe una variante del “amok”, que es el “puputan”. El “puputan” es una carga suicida de un grupo de gente. Existe un testimonio europeo sobre uno que ocurrió el 20 de septiembre de 1906: “El rey y los príncipes con su séquito, vestidos con atuendos dorados, con sus kris [típico puñal malayo] ceñidos (…) todos estaban vestidos en rojo o negro y llevaban el pelo cuidadosamente peinado, ungido con aceites fragantes. Las mujeres llevaban sus mejores ropas y adornos; la mayor parte llevaban el pelo suelto y tenían túnicas blancas. El príncipe había ordenado que quemaran su palacio y todo lo rompible había sido roto.” Sigue contando cómo las cerca de 250 personas, que comprendían hombres, mujeres, niños y hasta bebés en los brazos de sus madres fueron caminando hasta que se encontraron con los soldados holandeses. Los holandeses les ordenaron que parasen. “Sin parar el capitán y los intérpretes les hicieron señales, pero fue en vano. Pronto hubieron de darse cuenta de que estaban tratando con gente que quería morir. Les dejaron que se acercasen 100 pasos, ochenta, setenta, pero ahora aceleraron el paso con las lanzas en ristre y los kris levantados, el príncipe siempre al frente.” Los holandeses dispararon. Los primeros balineses cayeron y “se vio a los que estaban levemente heridos dar el golpe de gracia a los heridos graves. Las mujeres exponían sus pechos para que las mataran o recibían el golpe de gracia entre los hombros.” Podría pensarse que el “puputan” tenía un elemento de “amok”. Además de eso, tenía un componente cosmológico: una era había terminado y empezaba otra, la de los colonizadores holandeses, que los balineses no querían vivir. Su tiempo había terminado y lo aceptaban.
En la antigua China, si un rival te hacía una pifia y le querías joder de verdad, ibas a su tienda y te suicidabas. Las consecuencias eran numerosas. Primero estaba la molestia de tener que limpiar la sangre. Más difícil de limpiar era la reputación del otro. Todo el mundo se preguntaba qué tipo de cabrón con pintas era el sujeto que había llevado a que una persona se suicidase en su tienda para vengarse. Y por último estaba que ir a hacer negocios a un sitio donde había muerto alguien violentamente daba muy mal fario. O sea, que con el suicidio te cargabas su reputación y su negocio. Lástima que no pudieras vivir para verlo.
Finalmente, ¿qué hace un japonés cuando no puede aguantar más una situación insultante (nota: los japoneses son capaces de resistir una tanda de insultos y violencia verbal por mucho más tiempo que el resto de los asiáticos)? Se levanta, educadamente te pide un cuchillo y a continuación va al dormitorio a hacerse el harakiri.