El escaparate repleto de éxitos. Un antes y un después rotundos, sin miramientos, nada de grasa donde no se merece. Caras serias con estómagos planos recién adquiridos.Al otro lado del cristal, un local de paredes blancas, dos estanterías. Revistas del corazón mezcladas en abanico con publicaciones científicas. En combinar está el gusto.Los muebles de madera y las sillas, cuatro, se pegan a la pared. Dos a un lado y dos a otro, para crear un pasillo ancho, como los clientes, hasta la puerta cerrada de la consulta.Paredes limpias, sin carteles pidiendo silencio porque no hace falta. El gotelé presagia sudor en la piel de los que acuden. De vez en cuando se escucha el sonido de pasos, la única pista para que se prepare el siguiente.Cuatro adultos, dos hombres y dos mujeres, se derraman sobre las sillas. No se mueven, encajados, llenando la cabeza con ideas de triunfo sobre la grasa. Tan sólo piel sobre piel sobre piel. Tan solo pliegues con
venas pequeñas que rompen en puntos rojos cuando hace frío.Se abre la puerta y el último paciente cruza el local sin levantar la cabeza. En sus brazos dos líneas hacen ver que es ahí donde ha empezado a ser efectivo el tratamiento. El cuerpo todavía redondo abandona la clínica para hacerse estorbo en la acera.Una mujer de blanco asoma la cabeza, sonriente. Dice el nombre del nuevo y el nuevo se despega de la silla. Su cintura mantiene la forma de los reposabrazos el tiempo suficiente como para sorprender a los que ya no se acuerdan de lo que era eso.Suena el pestillo. Los que esperan reinician la lectura, el silencio, al tiempo que la silla chasquea tomando descanso. Al otro lado de la pared se inicia el intercambio.Transcurrida media hora se abre la puerta y el nuevo cruza el pasillo. Esconde las lágrimas aprovechando un pliegue entre los párpados. No se despide. No mira el cartel del escaparate que le llamó la atención. Ahí se deja claro que "El único precio es la felicidad". Un gordo triste es un flaco en ciernes. Volverá la semana que viene con diez kilos menos. Esto acaba de empezar.Texto: Alberto García Salido