Cuarteles NO
No ataco nunca a Debussy, sólo los debussystas me molestan. No hay una Escuela Satie. El satismo no podría existir. Yo mismo estaría en contra.
En arte, no tiene que haber esclavitud. Siempre me he forzado en descaminar a los seguidores, en el fondo & en la forma, de toda obra nueva. Es la única manera, para un artista, de evitar convertirse en jefe de escuela, es decir, en vigilante.
Demos gracias a Cocteau por ayudarnos a salir del tedio provinciano & profesional de las últimas músicas impresionistas
No confundamos
Entre los músicos, están los vigilantes & los poetas. Los primeros se imponen al público & a la crítica. Citaré como ejemplos de poetas a Liszt, Chopin, Schubert, Moussorgsky; de vigilante, a Rimsky-Korsakow. Debussy era el tipo de músico poeta. Entre su séquito se encuentran varios tipos de músicos peones. (D’Indy, aunque profesa, no lo es).
El arte de Mozart es ligero, el de Beethoven pesado, lo que poca gente entiende; pero los dos son poetas. En eso consiste todo.
P.S.—Wagner es un poeta dramático.
Erik Satie
Propósitos a propósito
***
CLAIRE PARNET: Tú nunca has querido tener escuela ni discípulos. ¿Ese rechazo de los discípulos corresponde a algo muy profundo en ti?
GILLES DELEUZE: Yo no los rechazo. Por regla general, cuando uno rechaza, se rechaza por ambos lados. Nadie desea ser mi discípulo, y yo no deseo tenerlos… Una escuela es algo terrible por una razón muy sencilla, a saber: una escuela exige mucho tiempo, uno se convierte en un gestor. Mira a los filósofos que hicieron, que hacen escuela: ya sean los wittgensteinianos, ¡que, en fin, son una escuela, no son una pandilla muy salada! Los heideggerianos son una escuela: en primer lugar, ello acarrea ajustes de cuentas terribles, acarrea exclusividades, acarrea una organización del tiempo, acarrea toda una gestión: uno gestiona una escuela. Yo asistí a las rivalidades entre los heideggerianos franceses conducidos por Beaufret y los heideggerianos belgas conducidos por Develin: era una lucha a cuchillo… todo eso es abominable. En cualquier caso, para mí no presenta ningún interés. Y además tengo otros… quiero decir que, incluso en el terreno de las ambiciones, ser… como comprenderás, ser jefe de escuela, hay que ver… Lacan, Lacan, Lacan era también un jefe de escuela, pero… es terrible. De primeras, da muchas preocupaciones, hay que ser maquiavélico para dirigir todo eso, y además, para mí, yo lo detesto. La escuela es lo contrario del movimiento… es, pongo un ejemplo muy sencillo: el surrealismo es una escuela, bien: ajustes de cuentas, tribunales, exclusiones, etc. Breton hizo una escuela. Dada era un movimiento. Ahora bien, de tener un ideal –y con ello no digo que lo haya logrado– sería participar en un movimiento… sí, estar en un movimiento, sí. Pero llegar hasta jefe de escuela no me parece en absoluto una suerte envidiable. De esta suerte, un movimiento, sí, finalmente lo ideal es… si quieres, no tener nociones garantizadas y firmadas, ni que los discípulos las repitan. Para mí hay dos cosas importantes: la relación que uno puede tener con estudiantes, enseñarles que deben estar felices de su soledad. No dejan de decir: «Oh, un poco de comunicación, nos sentimos solos, estamos solos, etc», y por eso quieren escuelas, pero no podrán hacer nada salvo en función de su soledad, así que se trata de enseñarles las ventajas de su soledad, de reconciliarles con su soledad. En eso consistía mi rol de profe. Y luego, el segundo aspecto, pero en cierto modo es lo mismo, yo no quisiera difundir nociones que creen escuela: quisiera difundir nociones que ingresen a la corriente… que se vuelvan –no quiero decir en modo alguno que se vuelvan algo ordinario, sino que se vuelvan ideas corrientes, es decir, manejables de varias maneras. Ahora bien, eso sólo puede hacerse si me dirijo también a solitarios que retuerzan las nociones a su manera, que se sirvan de ellos con arreglo a lo que necesiten, etc. Y eso son nociones de movimiento y no nociones de escuela… sí.
Gilles Deleuze
Abecedario con Claire Parnet
Traducción: Raúl Sánchez Cedillo
Foto: Erik Satie, 1890
Previamente en Calle del Orco:
El fin del surrealismo, Luis Buñuel