Revista Cómics

Cuatro Fantásticos. Nada, que no hay manera.

Publicado el 19 agosto 2015 por Celesj

El nuevo intento de adaptar a largometraje las aventuras de la Primera Familia de Marvel ha naufragado de nuevo y, lamentablemente y gracias al gran patio de porteras que supone la interné, esta vez ha ocurrido antes incluso de su estreno. El asunto se caldeó en cuantito se supo que la antorcha humana iba a cambiar de raza y, desde entonces, las noticias escabrosas en torno al proyecto no han dejado de sucederse. Servidor pudo asistir a un pase la semana pasada y corroborar, no sin cierta lástima (la prodigiosa etapa de John Byrne de Los 4F fueron mi bautizo como marvel-zombie, y adoro a esta familia) que, una vez más, la adaptación es, cuanto menos, fallida. Las razones nada tienen que ver con los cotilleos en torno a la figura y el ego del director, ni con el derroche de racismo dirigido hacia Michael B. Jordan, el nuevo Johnny Storm; ni mucho menos con esas pequeñas sacadas de punta que se pueden leer por la red, tales como que si el pelo de Sue no guarda ningún tipo de raccord y demás fallos en la continuidad, o que si La Cosa no sólo no tiene pantalones, si no que tampoco tiene pilila. La razón primordial del naufragio viene dada por parte de un guión desestructurado, posiblemente fruto de las mutilaciones y los añadidos en el montaje final por parte de los ejecutivos de turno. Vamos, que Josh Trank, a la sazón director de la cinta, por mal que le pueda caer al personé, al final va a tener razón.

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El hecho de que Monsieur Trank no esté precisamente orgulloso de su propio trabajo no es algo tan extraño ni extravagante como cabe pensar. Los periodistas de cine (que aún no se muy bien qué quiere decir eso) no suelen entender bien el acuerdo tácito de no hablar mal de un film cuando se está “vendiendo”, y lo mismo que hacen preguntas sólo por el empirismo de ver cómo se defiende el vendemotos en cuestión (ya sea dire, produ o actor), se suelen sorprender cuando encuentran alguna opinión contraria (o simplemente aséptica) de algún hacedor de cine hacia su propio trabajo. Mayor aún es la incomprensión del fan de turno, más cuando éste roza la minoría de edad y aún sueña con cabritillas eléctricas. Pero algunos directores de cine, al igual que los zapateros, los churreros, los redactores del BOE o los fabricantes de cualquier otra cosa, a veces tienen la manía de tener criterio propio. Don Josh, de lo único que ha pecado (de cara a los medios, se entiende, porque ofrecerle un par de hostias a Miles Teller también es un poquito pecado) es de síndrome de “boca caliente”. Vamos, que si le preguntáramos en absoluta privacidad, unas cañas mediante, a casi cualquier realizador al azar, más de uno se llevaría las manos a la boca oyendo las lindezas que de verdad piensan los cineastas sobre sus obras inmortales. Es probable que, como comentan (y parece ser que desean) los haters, los alevines de director y demás seres del averno, Josh Trank no vuelva a currar en una superproducción de Hollywood por lo menos… en lo que le queda de vida; pero créanme que no es por odiar sus propios filmes, si no por publicarlo en Twitter.

Nunca sabremos qué película quería hacer este hombre, pero es segurísimo que el montaje original duraba bastante más que la insuficiente hora y media a la que ha quedado relegada esta génesis de los 4F. Faltan planos que todo el mundo ha visto en los distintos trailers (ya verán cómo echan de menos a La Cosa en caída libre, por ejemplo) y, lo más importante, “falta chicha”, acción, relación entre personajes, desarrollo de los mismos y, lo peor: la estructura férrea de toda la vida, la del Hollywood de siempre, que viene de los griegos viejunos, la de “La Poética” de Aristóteles y “El Arte Nuevo de Hacer Comedias” de Lope de Vega. Parece estar trazada por un ágrafo, un gañán, un crío, un ejecutivo con demasiada gomina, un Jean-Luc Godard con un “Cinenova” recién traído por Los Reyes Magos. Por alguien, en definitiva, que no sabe nada del Oficio (que no del Arte, que yo ahí no me meto) de la escritura de ficción. Con este filme, a Spielberg le puede salir urticaria, a Lope de Vega sarna y el viejo Aristóteles se podría pegar una siesta “de pijama, padrenuestro y orinal”, como decía Cela.

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Bien es verdad, que adaptar cualquier tebeo que conste de sagas tan largas como éste es bastante difícil. Cualquier traslación de cualquier título de la Marvel conlleva decisiones escabrosas, pero es que éste, además, es el más antiguo de todos (Stan Lee y Jack Kirby los parieron allá por 1961, nada menos) y Marvel no es tan dada a comodidades más propias de DC Comics, como crisis en tierras variadas y años-uno que dan lugar a reseteos y reescrituras desde cero (incluso la etapa de “Heroes Reborn” fue justificada como fruto de la mente del hijo de Reed y Sue para no romper la continuidad), con lo cual el material se hace más inabarcable. A este respecto, y por mor de una mayor facilidad en la actualización de los personajes, los proyectos cinematográficos basados en La Casa de las Ideas suele echar bastante mano a la línea Ultimate, lanzada en el 2000 y actualmente fulminada por las bajas ventas y absorbida (venga, más condumio) por la línea regular. Todo marvelita decente sabrá, por ejemplo, que ahora mismo hay dos Espidermanes, uno blanco y otro negro, Peter Parker y Miles Morales, o sea que ya que no le queda excusa fundada a ningún hater-fan para derrochar racismo gratuito.

A esta condición de longevidad inabarcable y de contenido rebosante que empece embutirlo todo en ninguna película, ni trilogía, ni miniserie, ha de sumarse otra dificultad más, de cara a la comercialidad dentro de esta moda del superheroísmo en el cine, que viene a ser la propia naturaleza de los personajes. Los Cuatro Fantásticos no son superhéroes al uso, de hecho, bajo la consideración de muchos entendidos (muchos de ellos, autores del propio tebeo), no son ni superhéroes. Imaginautas, Cronoaventureros… Los Cuatro han sido denominados de mil y una maneras que los sitúan lejos del concepto del Mengano-Dios (que viene de los griegos de toda la vida) o del Justiciero Enmascarado (como El Zorro o el Tulipán Negro), que es lo que tradicionalmente hace al superhéroe del siglo XX, siendo englobados en otro tipo de relato; un relato de Ciencia-Ficción pura y dura que Josh Trank, mire usted por dónde, sí que ha sabido captar.

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Con estas disquisiciones tan trascendentales, es difícil elegir la etapa más prestigiada, la trama mejor desarrollada, la época donde ubicarse, las edades de los personajes, e incluso los villanos con los que iniciar una nueva saga de los 4F para que queden bien en una película. Mi amigo Iñigo de Prada me comentó que Peyton Reed (que para el que escribe ya se ha ganado el cielo superheroico con su brillante “Ant-Man”) intentó endilgar un guión de La Primera Familia, allá por el 2002 que, atención, transcurría en la década de los 60 (bocatto di cardinale que ya jamás cataremos) y el enciclopédico Nacho Vigalondo bromeaba ante la posibilidad de una maravilla de cinta, con la familia de trajes azules en la España de los 80 titulada “Los 4F en el 23F”. Y mejor paso de hacer el típico repaso a los anteriores intentos, fallidos todos, que comienzan con los dibujos “animados” (las comillas son adrede) donde el aburridísimo robot Herbie sustituye a La Antorcha en una suerte de “Los Tres Fantásticos”, a los de Hannah Barbera, pasando por la peli de Oley Sassone (cuya dirección todos atribuyen a su productor, el ínclito Roger Corman), o las dos pelis aquellas de Tim Story que no le gustaron a nadie. Por cierto que, en ambos filmes, Sue Storm era latinoamericana (y peor actriz que Ingrid Asensio) y a nadie le pareció tan mal como el Johnny negro del film que nos ocupa. En fin…

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Aunque los cerros de Úbeda me gusten más que las Zonas Negativas, volveré a lo que les comentaba acerca de la estructura. La llamada estructura no es más que eso que les contaban en el colegio (a quienes hayan ido, claro, que ahora hay mucha Universidad de la Vida), aquello del “planteamiento, nudo y desenlace”. A esto se le pueden dar las vueltas que se le quieran dar, se puede trocear en más cachos o incluso se le puede llamar como se quiera. Pero, aquí y en Lima, desde el teatro griego de tíos con máscaras hablando de pie, hasta las pelis descolocadas de Fernando Fernán Gómez y Tarantino. Las historias se dividen (ya digo, en un nivel muy básico, que no les quiero aburrir con lo aprendido en la diplomatura de guión) en tres actos, desde siempre y por siempre. Eduard Punset, que ese señor que es tan experto en células como en panes bimbo, nuestro Reed Richards patrio, entrevistó en cierta ocasión a David Cronenberg, el señor de las pelis de miedo llenas de vísceras y de (como diría mi vecina) “cosas muy raras”. En dicho programa, Eduard le planteaba a David la posibilidad futurible de que el cine, dentro de un porrón de años, se desprendiera de la trama en tres actos de toda la vida, para contarnos retazos de vida, o pequeños trocitos de historia que no llegasen a desarrollar ningún tipo de diégesis. Cronenberg el rarito negó rotundamente tal hipótesis y su defensa resultó de lo más reveladora (todo un cantazo en los dientes a los flipados que intentar separarse de cualquier estructura y, o bien la terminan abrazando sin querer, o bien hacen àboutdesouffleces que no hay dios que se las trague): la trama en tres actos, con el primero más corto que el segundo, pero algo más largo que el tercero, nos acompaña a todos, y en todas las culturas del planeta, porque coincide con los tres actos en los que se divide la propia vida de cualquier persona. Tres actos donde el primero (la niñez) es más corto que el segundo (que viene a ser la adultez), y un pelín más largo que el tercero (la llamada tercera edad, o vejez ¡chúpese esa mandarina!). Con esto quiero decir que, aunque uno sea un ignorante en cosas de estas del guión, aunque no se haya tocado en la vida un solo libro de McKee, incluso aunque no se sepa leer, bien por motivos de pobreza, bien porque se venga de la era, todo quisque tiene arraigada en la cocorota la estructura en tres actos.

Pues bien, a esta película le falta el tercer acto, y el segundo dura demasiado poco. Los ejecutivos de la Fox, que sabrán mucho de estudios de mercado y de meterse rayas en yates, por muy impregnados que estén de la poética aristotélica, no son conscientes de la misma de una manera práctica y, tajo va, tajo viene, han desprovisto a “Cuatro Fantásticos” de un desarrollo sólido que permita viajar por la cinta dejando desarrollar las cosas como se hace habitualmente, para escarnio del ego de Josh Trank y de las instalaciones de la habitación de hotel que desoló en un arrebato de autoría. El largometraje dura apenas hora y media, y claro, no cabe mucho (no cabe nada). Las relaciones entre personajes no cogen cuerpo, las hamartías que los trauman y que los hacen moverse no se llegan a conocer (sólo las adivinamos quienes ya nos las hemos aprendido por los comics o las demás películas, pero no se ven), faltan secuencias de acción y aventura, una mayor presentación de los poderes y habilidades de los personajes y, por faltar, falta algo que nos indique que llega la pelea final de turno. Uno ya tiene la consciencia de que la película va a tocar a su fin y no puede por más que mirar su reloj pensando “¿ya?”. Y, sin embargo, nos aburren con explicaciones sobre el (innecesario) origen Kosovar de Sue, las carreras bakalutis de coches de Johnny, o las partidas a la consola del Doctor Muerte. Cosas que a todos nos dan muy igual.

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Párrafo aparte merece éste último caballero, el bueno del Dr. Doom, Doctor Muerte para los ibéricos, uno de “los malos” más pérfidos y villanescos del Universo Marvel con el que jamás se ha acertado en las diferentes adaptaciones. Viktor Von Doom el latveriano es un personaje delicioso, imitado y copiado una y mil veces que, sin embargo, no cuenta con una capacidad ofensiva que se pueda utilizar en el cine. Es decir, ¿qué hace el Dr. Muerte original, cuál es su poder? En los comics, Von Doom lo mismo te dispara con un bazooka, que viaja en el tiempo para (en serio) robar el tesoro de unos piratas, que se hace brujo de “nosequénosecuantos”. Habilidades cuyas carencias son rellenables por la imaginación de uno, cuando se consume sobre el papel, pero con poco atractivo para su desarrollo en imagen en movimiento. De esta manera, siempre resulta difícil dar con aquello que haga peligroso al personaje frente a los superpoderes de la familia (que sí que sirven para repartir buena estopa). La versión de Sassone es la más fiel a los tebeos, razón por la cual también es la más infantiloide y disparatada; la de Story, en fin… en la primera peli usa el ya citado bazooka que amortizara en no me acuerdo cuál de los primeros números y al que se haría un guiño generoso en su línea Ultimate, y en la segunda (al loro) le roba la tabla de surf a Estela Plateada. En ésta, el encapuchado verde parece tener poderes telequinéticos mezclados con una suerte de rayos azules eléctricos, que lo mismo te puede volar la cabeza a distancia, sin balas ni nada, que proyectarte por los aires a lo Jedi (¿alguien da más?). Y todas estas locuras se suceden porque nunca se ha echado mano de su verdadero poder: su condición de caudillo. El ínclito Ed Brubaker nos lo demostró en esa absoluta joya titulada “Los Cuadernos de Muerte” que, la verdad, da para una película entera. En la cinta que nos ocupa, ni es caudillo, ni es nada. Es un abotargado Toby Kebbell que, aunque sea un buen actor (las cosas como son) supone un fiasco de elección, que da cuerpo a un Muerte cuyos labios carnosos y lorzas de gamer se atisban incluso bajo la armadura, optando nuevamente por la opción Ultimate que ya se exprimiera en la saga de Tim Story, donde muerte es un pasajero más que chupa rayo cósmico y acaba siendo un señor metálico.

¿Se hará bien, o medio-bien, algún día, una adaptación de los 4F? No lo creo, es un material que requiere demasiado dinero y demasiado amor, y esos dos son conceptos que no suelen cuajan nada bien, y menos en la monstruosa industrial noreamericana. A no ser que alguien como Harmony Corine o, qué se yo, Carlos Vermut adapten el “Moleculas Inestables” de James Sturm, o alguna otra rareza que se quede en una producción indie, no creo que veamos jamás un buen filme sobre estos cuatro. -¿Qué hago? -se preguntará usted, querido lector, marvel-zombie- ¿voy a verla o no?. Sí hombre, sí. Hay que ver las cosas por uno mismo, la fe es para los católicos, no para los cinéfilos. Y desconcierta, “deja con el culo torcido”, espanta si me apuran, pero a aburrir no llega.


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