Revista Cultura y Ocio

Cuento: Solo una zambullida | Raquel Muela

Publicado el 09 enero 2018 por Iván Rodrigo Mendizábal @ivrodrigom

Por Raquel Muela

(Publicado originalmente en revista digital Punto Tlön, Quito, el 13 de noviembre de 2017)

Cuento: Solo una zambullida | Raquel Muela

(Fotografía de portada de artículo por Johannes Plenio. Tomada de https://unsplash.com/photos/E-Zuyev2XWo)

Esa mañana despertamos ante el anuncio de una tecnología experimental llamada “New chance” que pasaban por televisión. Siempre pasaban ese clip a esa hora, nunca supe de qué trataba realmente, solo me llamaban las mariposas volando en el anuncio. Bill de inmediato saltó de la cama y me obligó a levantarme. Nunca fui una persona de la mañana, a diferencia de Bill.

—Hoy será un gran día —dijo.

De todas maneras, nos levantamos, nos preparamos y salimos a la playa.

Fue su idea. Bill insistió en ir en aquel bote a buscar un buen lugar para bucear. Yo solo quería relajarme en la arena, pero él me convenció.

Cuando zarpamos, el sol brillaba en lo alto, cualquier rastro de nubes se había disipado y soplaba una suave brisa con olor tropical: era un clima espectacular para navegar. Bill estaba seguro de encontrar un arrecife lleno de vida y color; para mí no había nada mejor que escucharlo hablar tan animadamente.

Habíamos recorrido 20 millas de nuestro lugar de partida, cuando el cielo comenzó a nublarse y se empezaban a escuchar truenos a lo lejos. Unos minutos después sentimos una leve llovizna que cada vez se intensificaba.

—No se preocupen —dijo el capitán—. El clima siempre es así en esta parte del mar. Amainará cuando estemos cerca de la otra isla.

Mi preocupación aminoró en cierto grado tras el anuncio del capitán, pero algo andaba mal, nunca había visto una tormenta similar.

Detrás de esas inmensas nubes grisáceas, se entreveían destellos desesperados por atravesar la densa pared de gases. Era como si el infierno estuviera contenido por esa sola muralla. Nunca me interesaron del todo los temas meteorológicos, así que supuse que simplemente era una tormenta tropical cualquiera.

Al cabo de unos pocos minutos, pasó lo que tanto temía, las “puertas del infierno” se abrieron.

Primero, los rayos atravesaron las nubes; después, parecía ver la electricidad generada por bobinas de Tesla desde abajo. El cielo oscuro se iluminaba intermitentemente con los rayos que lo atravesaban. De pronto, los rayos llegaron hasta nosotros. De alguna manera, parecía que fuéramos atrayentes para aquellos infernales rayos. Las descargas eléctricas chocaban contra el agua, creando remolinos repetidamente. Uno de ellos golpeó al barco. La fuerza del impacto fue tal, que el barco se partió como un cristal. Traté con todas mis fuerzas de salir a flote, unos rayos más y estaría muerta, estaba segura. Busqué a Bill con la mirada las veces que podía salir a la superficie, pero fue inútil; no podía ver más que restos del destruido barco y gigantescas olas acercándose a mí en hambrientos pasos. Al fin, un rayo cayó muy cerca de mí y el remolino que formó en el agua me llevó con él.

«¿Dónde estoy?» pensé. «¿Cómo llegué hasta aquí? ¿Qué es este lugar?» Estaba demasiado confundida, la cabeza me dolía y todo me daba vueltas. En ese momento, no recordaba lo que había pasado, se me figuraba todo como un sueño borroso en el que nada tenía sentido. Después todo comenzó a tomar forma. Entendí que debía encontrarme en la isla cercana a la que nos dirigíamos antes del extraño accidente. Habría jurado que la isla a la que nos dirigíamos era tan normal como las demás, pero esta era diferente. La arena, en lugar de arena parecía vidrios molidos, era brillante y oscura. Debía haber sido el atardecer, porque el cielo era una mezcla de magenta y celeste; el aire olía extraño, nunca había olido algo similar antes y, aunque pensé que fue imaginación mía, brillaban dos lunas en el firmamento, eran difíciles de distinguir por el color de este. Pensé que todavía no me recuperaba del impacto que sufrí el día anterior y llena de miedo comencé a caminar, con la esperanza de encontrar a alguien.

Caminé sin rumbo por horas y no encontré rastro de persona o edificación alguna. Comencé a darme cuenta de que no estaba donde pensé que estaba, pero, entonces, si no estaba allí, ¿dónde estaba? Mis sentimientos me abrumaban, había perdido a mi prometido, estaba perdida y muy pronto me desmayaría por insolación o deshidratación. Ya no podía más, estaba tan cansada y desamparada que creí que moriría allí. Dejé de caminar, me arrodillé y lloré hasta perder la conciencia.

Blanco… fue lo primero que vi. Estaba atada a una especie de cama de un material extraño. Era una habitación inhóspita. Solo había luces en el techo, juzgándome. ¿Estaba en un hospital? ¿Por qué estaba atada? Moví mis brazos y piernas, forcejeando para romper mis ataduras. De pronto las cuerdas (o algo parecido) me liberaron y se recogieron en pequeños compartimentos de la cama.

Me levanté y busqué una salida. Nada, la habitación estaba sellada herméticamente. En ese punto creía que estaba completamente loca, golpeé las paredes, grité y finalmente dejé de luchar y mis mejillas de humedecieron. Nada de esto tenía sentido, no podía creer nada de lo que estaba pasando. Sumergida en mis pensamientos.

De repente, una de las paredes se fragmentó y dio forma a una puerta y esta se deslizó hacia arriba; de ella emergió una silueta.

No era humana, humanoide, pero no humana. Su cabeza era alargada y su torso era demasiado pequeño con relación a sus extremidades: largos brazos, que comenzaban delgados y terminaban fornidos y piernas que me recordaron a las de una cabra, solo que monstruosamente más grandes. En conjunto era un ser gigante para mí, o cualquier humano.

Se acercó y me examinó. Dio una ojeada a un cristal que llevaba en las manos. Al comprobar que todo estaba en orden, empezó a alejarse cuando grité.

—¿Dónde estoy?

El ser se viró y escuché en mi cabeza:

—Pasaste por el zapht, un canal que conecta tu mundo, como muchos otros, con el nuestro. El zapht conecta tu mundo con el nuestro cada 135 años, en su tiempo y, cuando tenemos suerte, especímenes como tú caen en el portal. Estás en lo que ustedes llaman Fp-144 de Andrómeda. Ningún humano ha encontrado la manera de llegar aquí vivo jamás. La vida humana transcurre mucho más rápido que la nuestra y no sobreviven tan largo viaje. En nuestras visitas, hemos aprovechado para estudiar su ciencia, su lenguaje y su anatomía. De hecho, hemos desarrollado este artefacto que nos permite comunicarnos con seres como tú de manera extrasensorial —dijo, mientras me mostraba el dispositivo que habían instalado en mi cabeza.

Hace ya tiempo que no pensaba en ese día, supongo que me acostumbré a mi nueva vida. Incluso llegué a pensar que mi vida en la Tierra había sido solo un sueño.

Fp-144 era como un edén hecho realidad. Ocasionalmente llegaban nuevas especies desde cualquier lugar del universo. Encontré a Bill, resulta que él también terminó aquí esa tarde.

Me sorprendió la rapidez con que dejé de extrañar a mi planeta. Fp-144 simplemente me cautivó: sus hermosos atardeceres y la increíble convivencia entre especies. Es curioso cómo especies completamente distintas entre sí podían coexistir de mejor manera que una sola especie.

Aún recuerdo cómo las mariposas, en ocasiones, tapaban el cielo cuando volaban al atardecer. Ver eso siempre provocaba en mí una sensación de añoranza. Nunca supe por qué. Supongo que me traía recuerdos de mi otra vida.

No había pensado en ese día hasta ahora…

Ahora que lo pienso, como dicen, era demasiado bueno para ser real. Si, demasiado…

Cuando desperté en esa clínica de Maryland, me explicaron lo que pasó.

Después del colapso del barco, un rayo cayó tan cerca de mí, que su fuerza me hundió a gran velocidad y como estábamos ya en el arrecife, choqué contra una roca que dañó seriamente mi columna. Quedé cuadripléjica. En ese tiempo no existía tratamiento médico para mi condición. Y accedí a ser parte de ese proyecto experimental llamado “New chance”.

“New chance”. Este proyecto ofrecía, como dice su nombre, la oportunidad para una segunda vida. En mi caso, por ejemplo, ponían a mi cuerpo en hipersueño hasta tener la tecnología necesaria para curarme.

Había dormido por más de 30 años. Bill había muerto en el accidente y mis padres habían fallecido mientras dormía. Al ser hija única, esto me dejaba sola para enfrentar mi “segunda vida”.

Oí una voz en mi mente: «Ven, Jennifer. Tu nueva vida te espera». Y noté un artefacto circular que, al tocarlo, desplegó un mapa holográfico para llegar al zapht. Perseguiría mi nueva vida.


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