Teniendo en cuenta lo complicadas que son las relaciones entre cine y economía política, el hecho de que El capital (2012) de Constantin Costa-Gavras posea el mismo aplomo narrativo que El escritor (2010) de Polanski, resulta tranquilizador, incluso esperanzador de cara a un cine realmente crítico con el poder. Y es que la política posee una sólida tradición cinematográfica, no tanto como discurso alternativo sino como maquinaria argumental al servicio del suspense --Tempesad sobre Washington (1962), Siete días de mayo (1964), incluso la fallida La intéprete (2005)--, ocupado en explotar el dramatismo que surge de los clásicos dilemas entre el deber y la coherencia personal. Sin embargo, si nos centramos en la crónica fílmica de una reivindicación social a través de la ficción, ahí la cosa cambia: es difícil encontrar títulos capaces de sustraerse al mero contrapunto entre empresarios y trabajadores, acomodados y humildes; se trata de simples variaciones sobre la consabida dinámica humanista de reivindicación orgullosa de las clases populares. Además de unos guiones maniqueos, lo normal es que, tarde o temprano, acabe asomando un cierto tufo paternalista, un discurso sindical muy asociado a una generación ya en declive. En definitiva, un cine que no es ni transgresor, ni revolucionario, ni impugnador, sino la búsqueda de temas propicios para un público que ya no espera cambios en lo social y que tampoco cree el la posibilidad de un cine como vehículo de expresión ideológico. Quizá las únicas excepciones en este panorama microgénerico sean las filmografías de Laurent Cantet --Recursos humanos (1999), El empleo del tiempo (2001)-- y de Fernando León --Los lunes al sol (2002)-- con su posicionamiento claro y su intento de sintetizar en dos horas un conflicto irresoluble.
La película trata de mostrar cómo lo que desde abajo se interpreta como decisiones flagrantemente egoístas e injustas, se toman desde lo más alto con un convencimiento hecho de argumentos mínimamente racionales, aunque sólo tengan sentido en la reducidísima lógica de la cúspide del poder empresarial. Desde dentro, los despidos son apenas una radiación de fondo ligeramente incómoda en los medios, lo importante es salvar el culo y/o irse a casa con los bolsillos más que llenos. Marc Tourneil (Gad Elmaleh) --inesperado presidente de un importante banco europeo-- no se deja intimidar ni por un entorno de excolaboradores hostiles ni por la perplejidad de su entorno familiar y conyugal. Y todo para acabar deslumbrado por una modelo/putón de lujo (sin duda la parte más irreal y efectista de toda la película, sin duda un aspecto sobrante en un filme que ciertamente no necesitaba algo así), en la más pura tradición moralizante-populista.
Costa-Gavras narra con pulso firme el despiadado proceso de adelgazamiento de un banco europeo aún en número verdes por la simple razón de que debe dar más beneficios. En esa tarea, el desarrollo argumental del filme es suficiente para dejar caer toda su carga crítica sin necesidad de pedagogías obvias ni discursos enfatizados; basta con hacer hincapié en las contradicciones de las declaraciones públicas (lo que dicen los empresarios en los medios) y los privados (lo que sueltan en sus reuniones y videoconferencias) para acabar de convencerse de que son antagónicos. Ya lo sabemos y no esperamos que vaya a cambiar, si acaso El capital se toma la molestia de mostrar en clave crítica un discurso que cada mes que pasa revela nuevas grietas.
Es difícil, con la que está cayendo en Europa, encontrar el tono adecuado para contar una historia desde el punto de vista de los de más arriba, porque enseguida se puede caer en las trampas ideológicas y en los errores de bulto. Por fortuna Costa-Gavras posee suficiente experiencia en lo que se refiere a argumentos incómodos, y no se deja tentar por lo previsible y eficaz de cara a la galería.
Nuestras retinas acumulan ya unos cuantos documentales sobre el tema --Vamos a hacer dinero (2008), La doctrina del shock (2009), Inside job (2010)--; también hemos racionalizado y disfrutado con la vivisección de una clase política y una elite económica que pretenden hacer pasar su acaparamiento de poder y su enriquecimiento personal como un servicio a la comunidad --In the loop (2008)--. Incluso hemos sobrevivido a la versión del apocalipsis Lehman Brothers en versión Hollywood, con gran reparto y una (aparente e inocua) impugnación sistémica de gran calado --Margin call (2011)--, ahora le toca el turno a El capital para cubrir el mismo hueco pero en versión europea. Ya sólo nos falta (aunque sólo sirva para completar el espectro social y de géneros) una versión desde abajo, desde la perspectiva de quienes padecen las consecuencias de un sistema que permite que a todo el mundo le vaya bien sólo --y sólo si-- a los de arriba les va mejor.