Revista Comunicación

Cuestión de puntos de vista… y de intenciones.

Por Marperez @Mari__Soles
Los detalles con intención son los que hacen la diferencia.

Los detalles con intención son los que hacen la diferencia.

Cuando estudiaba BUP tenía un profesor de Física que nos repetía mucho una de sus frases favoritas: “serios, sí; aburridos… ¡nunca!”. Para él era muy importante transmitirnos aquel mensaje, con el que intentaba que entendiéramos la diferencia entre tomarse las cosas en serio e ir de mustios y amargados por la vida.

Han pasado muchos años desde entonces, y cada día sigo encontrando a personas a las que les habría venido muy bien conocer a aquel físico “serio, pero no aburrido”. A muchas de ellas les cuesta distinguir entre seriedad y mal humor, entre realismo y pesimismo, entre autocrítica y derrotismo. Son esas personas de corazón oscuro que siempre tienen la mirada sucia y la lengua afilada, siempre dispuestas a malmeter y a sembrar discordia y separatismo, disfrazadas de gente “respetable” y con esa sonrisa Colgate que, con demasiada frecuencia, estalla en carcajadas de hienas. Las vemos a diario en la prensa: famosos, políticos, religiosos… y, a veces, en nuestro propio entorno. Por algún motivo perdieron la fe en sí mismas y la naturalidad, y viven pensando que estánrodeadas de molinos de viento contra los que deben luchar, pero algunas son tan cobardes que se esconden en la sombra y se dedican a propagar rumores sin dar la cara, para debilitar y aislar a quien consideren su rival o enemigo. Juegan sucio, porque no se consideran suficientemente fuertes como para vivir su propia vida. Consideran que deben ir reduciendo a todo aquel que les estorbe o les haga sombra, y lo hacen de la forma más cómoda y vil que conozcan. Algunas, incluso, llegan a grandes dosis de sofisticación: son auténticas expertas en darle la vuelta a la tortilla y culpar a su rival de lo que han hecho ellas, y convertirse, así, en las víctimas ante los demás. De eso saben mucho, por ejemplo, los maltratadores de mujeres, a quienes sus abogados/as aconsejan aparentar docilidad y victimismo ante los jueces para salir airosos. Toda esa técnica debe tener alguna denominación oficial o técnica, estoy segura, pero la desconozco. Lo que no desconozco es ese proceso y las consecuencias que se sufren después de tener que soportar ese tipo de acoso.

Aprendí, en su momento, que lo mejor es “no alimentar al troll”. Dejarlo pasar. Echarse a un lado, como aconsejaría Sun Tzú, cuando el fango está a la vuelta de la esquina, y dejar que se revuelque en su propia trampa. La verdad siempre sale a la luz, aunque a veces tarde. Un buen ejemplo lo estamos viendo en los casos de corrupción que se están destapando: se creían muy listos, nos trataron como si fuesen intocables, pensaron que eran todopoderosos… y ahí están, cayendo unos tras otros como moscas hartas de su propia porquería. Es lo que tiene eso de ir por ahí dejándose los escrúpulos en casa: que se traspasan tantos límites que, al final, es inevitable la caída por el precipicio.

Pero eso no debe hacernos creer que vivimos en un mundo tan despreciable como la actitud de esas personas; al contrario: formamos parte de un mundo maravilloso, solo tenemos que ignorar a esas personas que se pasan el día cuchicheando para criticar a todo lo que se mueva a su alrededor y prestar atención a las cosas que nos gustan, que nos llaman la atención, que nos inspiran, que nos hacen sentir que estamos donde queremos estar. Es muy sencillo, solo hay que olvidarse de los comentarios negativos y centrarse en lo que estamos haciendo: oler una flor, cocinar la cena, aplicarse una crema agradable, escuchar lo que te cuenta alguien querido, disfrutar del contraste de colores mientras vas por la calle, dejarte llevar por la imaginación pensando en qué se habrá inspirado el que diseñó aquella fachada, qué historia de amor unió a aquella pareja, felicitar a una compañera por su nuevo logro, invitar a una amiga a un café, ir a tus tiendas favoritas o a ver escaparates bonitos…

Y, si queremos más aún, hasta podemos multiplicar nuestra propia visión de este mundo penetrando en la mirada de otras personas con inquietudes y gustos similares a los nuestros, por ejemplo, a través de sus blogs…:


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